Capítulo 24

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Reino Bradamanti

    El temblor que el reino de fantasía había recibido dejó un silencio pleno bajo el techo de la casa del rey. Los Elfos salieron corriendo de sus hogares para centrarse en medio de una plaza condecorada con naturaleza y el precioso estanque de aguas cristalinas donde las Hadas, pequeñas y revoltosas mariposas revoloteaban inquietas soltando sus polvos como si se encontraran encima de un enorme campo de flores, amparando miles de colores bajo sus pies, pero los seres del Reino de Bradamanti, no eran esas flores que acostumbraban a tener bellos colores y se abrían cara el sol, el astro del día y su rey amparado en los cielos, sino que, se trataban de sus habitantes, quien más de uno, en más de una ocasión había espantado a una de sus pequeñas vitaminas del cielo para ahuyentar el nervio que se introducía en cada cuerpo.

    El hermano del rey, Meniques, dejó que su precioso unicornio Zaleo se agitara para después acariciar su crin con ternura y terminar en el largo cuello con unos murmullos de serenidad. El animal se tranquilizó, y en cadena, por suerte, el resto de unicornios que se habían agitado descontrolados y asustados tras el temblor sufrido por una onda de poder, se fueron relajando.

    Cuando cada animal, planta y ser vivo más pequeño que su mano y que en ese momento lo rodeaba se hubo tranquilizado, Meniques salió corriendo escaleras arriba para terminar chocando con el enorme y fornido cuerpo de su hermano.

    Ranulf, rey de Bradamanti, tenía la vista fija en sus tierras, pero no era su naturaleza lo que él observaba, era el más lejano lugar, donde su vista no alcanzaba pero si su mente, y lo que Meniques vio en la mirada de su hermano le proporcionó un terrible estremecimiento que se curvó por toda su espina dorsal hasta rodear esos pelillos de la nuca que se erizaron sin remedio.

  – ¿Qué ha sido eso? –preguntó, aun sabiendo que no recibiría una respuesta agradable.

  –La evidencia de que nuestros posibles miedos, se hacen realidad.

  –Tarius.

    Ambas voces se produjeron al unísono, y ambas voces trataban de esconder, la de Ranulf más que la de Meniques, el terror que escondía pronunciar ese nombre en alto, y más, cuando una extraña secuela de realidad les acababa de abofetear con fuerza.

  –O sino ha sido él, quien ha despertado esta bola de poder, es mucho más poderoso y mucho más oscuro que ese rey.

  – ¿Que hacemos, Ranulf? –La angustia era palpable, sencillamente se desparramaba con tranquilidad en cada cuerpo, en cada cabeza y en cada voz.

    Los ojos de Ranulf dejaron de ver el horizonte y se deslizaron por la mirada de su hermano, completamente llenos de intriga e incomprensión. Su rey se debatía en miles de sentimientos.

    ¿Qué podía hacer?

    No había ningún maldito rey en su reino, todos ellos acompañaban a la maldita princesa Ebolet de Geneviev al encuentro de su futuro esposo.

    ¿Quién demonios se permitiría dejar su reino solo, abandonado en un momento como este? ¿Quién demonios soportaría acompañar a esa alma horrenda, durante un viaje de lo más incómodo, o de lo más desquiciante por una simple muchacha de aspecto horrible? ¿Qué les pasaba a sus reyes? ¿Tantas ganas tenían de salir de sus tierras?

    Ranulf apretó los puños, sintiendo la ira, la decepción y la intriga recorrer su cuerpo como lava ardiendo y apretó los labios para no soltar una blasfemia, sentía la presencia de su hermana a su espalda, casi tan asustada como Meniques, él también valoraba la idea de espantarse, pero él era rey, su protector y todas las vidas que habían bajo sus pies eran sumamente su responsabilidad, y su responsabilidad estaba murmurando un miedo al que tenía que hacer frente.

El Fecto De La Orquídea BlancaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora