Capítulo 17

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    Traspasaron el largo camino hasta llegar a la arcada de la entrada cuadrada, donde dos enormes guardias tallados en la misma piedra ocupaban cada lado. El templo parecía recrear varias eras al mismo tiempo, sus lenguajes estaban tallados en las paredes y muy pocos de ellos casi no se podían traducir, varias lenguas se mezclaban entre sí formando frases o dibujos que formaban trazos de guerreros o bestias batallando entre sí.

    Dejaron esos jeroglíficos a su espalda para entrar en esa magnífica estructura.

    La iluminación se iba haciendo viva con cada paso que daban, en cuestión de segundos entraron a un amplio salón dorado e iluminado de velas aromáticas. Los techos tenían formas extrañas de arcadas o escalones, y en sus paredes, colgando de repisas, estaban los mismos guardias que antes se habían cruzado en la entrada. Lo extraño de todo es que, cada dos guardias postrados en las paredes con una lanza en la mano, el siguiente estaba del revés, postrado al techo y con los mismos trazos de rostro que el resto.

    Ebolet se acercó a uno de ellos y alargó su brazo con la intención de tocar el pie de esa estatua, cuando sus dedos estaban a nada de rozar su textura la mano de Catriel atrapó la suya y la retiró con rapidez, ella lo miró aturdida por el susto que ese hombre le había dado.

  -No toquéis nada, no sabemos dónde estamos ni lo que nos aguarda en su interior, así que, manteneros quietecita y calladita.

    La mano que acariciaba la muñeca de Ebolet ardió al sentirla, su belleza reflejaba el secreto de una diosa, el naranja del fuego reinante la enmarcaban de mujer poderosa y salvaje. Catriel sintió como todo su cuerpo se contrajo con violencia y la cabeza casi le fuera a explotar. Esa mujer no tenía ni idea del efecto que ejercía sobre él.

  -Solo tenía curiosidad…

  -Pues guardaros la curiosidad para cuando salgamos. –Le farfulló con ira. Ebolet lo miró un poco desconcertada por su cambio de humor.

  -¿Por qué estáis tan enfadado?

  -No estoy enfadado.

  -Sí que lo estáis.

  -Es mi carácter princesa, es mi forma de estar alerta. –Catriel se acercó un poco más a ella, a esos tentadores labios carnosos y clavó su mirada depredadora. –Si no os gusta lo que veis no me habléis.

    Se dio media vuelta soltando su amarre y continúo hacia delante agitado. Se había planteado en concentrarse en el templo, en los enemigos que podía haber en su interior, pero al tocarla, sentirla y haberla olido tan de cerca se había olvidado de ellos por un momento. La había visto tan hermosa bajo las luces de las velas y el fuego que ardía en las repisas, que su cerebro había salido al ataque y su cuerpo le pedía a gritos que la reclamara.

    Tenían que salir de allí, tenían que encontrar a los otros y tenía que retirarse de ella lo máximo posible, tenía que evitarla de la misma manera que ella lo había hecho antes con él, esa mujer era una tortura y él estaba cavando su propia tumba al seguirla.

    La respiración de Ebolet se tranquilizó y echó a correr detrás del dragón. Había visto el fuego arder en ese verde brillante, había notado la tensión de Catriel sobre ella y había escuchado el latir violento de un corazón rebotar en su muñeca, la misma que él tenía cogida.

    No lo podía negar, estaba cabreado, pero ella no era la culpable, él la había empujado, él la había salvado y él se había metido en ese templo, por ella se hubieran quedado en el charco donde habían caído a esperar que los rescataran.

    Si es que venían a por ellos.

    Continuaron caminando durante un rato más hasta que ante ellos se presentó un muro de la misma piedra que separaba en dos bifurcaciones su camino. La duda los asaltó, ¿Cual debían de tomar? Los dos caminos se dibujaban de los mismos colores, los mismos detalles y las mismas luces, eran idénticos, pero solo uno los llevaría a una posible salida.

El Fecto De La Orquídea BlancaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora