En toda su belleza, en todo su esplendor, jamás un reino, de todos los que había pisado, le había impresionado tanto como la belleza, la expansión y la increíble luz que rodeaba al Reino de las Olas.
Muros de piedra blanca, lisa y brillante que a simple vista podían pasar por cristales o perlas brillantes sacadas del mismo mar, de sus tesoros ocultos para dar vida a un reino que daba luz por sí solo, sin necesitar más que un simple rayo de sol, y eso era prácticamente lo que había, miles de rayos, luces en arcos que se rendían a la impresionante materia para compartir, con los espejos, haciendo de que unos a otros rebotasen la misma luz para dar resplandor a cada superficie o rincón oscuro, donde en cuyo lugar no había ni una sola sombra.
–Impresiona, ¿Verdad? –Cain, a su lado habló con orgullo y tan maravillado como si fuera la primera vez que veía su reino.
Ebolet con la sonrisa en sus labios le dijo que sí en un movimiento de cabeza. Había traducido millones de palabras para poder describir lo que se anteponía ante ella, un reino majestuoso lleno de riquezas y joyas revestidas en un manto de satén blanco, pero sus labios no podían definir con claridad y en una única palabra todo lo que observaba.
La palabra; maravilla, era una memez comparado con sus verdaderos sentimientos.
–Pues, esperar y veréis– añadió Cain con un misterio halagador en sus palabras–. El interior en más impresionante que la presentación.
–En tal caso, espero que estéis prevenido para servirme de apoyo, me parece que cuando ponga un pie en vuestro reino…desfalleceré.
–No lo creo, sois demasiado fuerte– bromeó–, pero…estaré preparado, mi señora.
La sonrisa que demostró el soldado de las Olas cuando le guiñó un ojo a su futura reina, llenó el corazón de Ebolet de una preocupante pero agradecida tranquilidad que deseaba más que un golpe en la espalda para animarla.
Estaba a punto de ser presentada ante su futuro esposo, estaba a punto de cruzar la línea de su futuro hogar, y estaba a punto de hacer ese cambio tan radical en su vida.
Miró ese mar, esas aguas cristalinas que ahora serían sus aguas y su mismo rostro se ondeó en el agua, en sus olas hasta que varias figuras, con cuerpos de pez en tonalidades diferentes, salieron, desde la profundidad para saludarla, rompiendo de esa manera su antigua imagen en el espejo del mar. Cada cuerpo la siguió hasta la entrada del reino como si ellos mismo fueran sus protectores.
– ¿Estas nerviosa? –preguntó Jeremiah colocándose a su espalda.
–Estoy aterrada– le confesó, al tiempo que observaba como Cain, se alejaba dando gritos a sus soldados para prepararse, luego, se giró cara él. Jeremiah la miraba con una ceja alzada.
–Después de saltar de un caballo a otro sin que la bestia se detuviera, escapar de unas águilas, enfrentarte a tres escorpiones salidos del infierno, salvar a tres reyes y sus guerreros de las adorables Amantrapolas– ese comentario lo pronunció con sarcasmo y provocó que su hermana sonriera.
–No olvides los Centuriones– le recordó Ebolet, ya que de todas las luchas esa y la última eran las que más presentes tenía. La razón era, nada más y nada menos que, la persona que los comandaba.
El recuerdo era él y no sus bestias.
–No había terminado, querida Orquídea.
Al escuchar ese apelativo Ebolet, sintió un estremecimiento y todo por dos recuerdos, la afición en que se había convertido su flor en ser llamada así por Catriel, y el vivo recuerdo de Tristan. No obstante, trató de disimularlo, por suerte, su hermano notó ese ligero temblor y lo interpretó como una muestra de nervios o terror, como ella misma había pronunciado momentos antes, ya que después de arropar sus hombros con sus brazos y abrir las comisuras de sus labios en una sonrisa para que ella se sintiera bien, continuó:
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El Fecto De La Orquídea Blanca
Historical FictionNueve Reinos levantados en una tierra mágica, donde habitan seres extraordinarios con unos dones otorgados por los dioses según sus reinos y la sangre que corre por ellos. Nueve reyes, Nueve dinastías con Nueve vidas a punto de dar comienzo a una nu...