Capítulo 13

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  -¡No!

    El grito salió de la garganta de Ebolet provocando la oscuridad de un cielo azul. La guerrera que nacía de su interior se había movido con gran rapidez para coger la espada dorada que había incrustada a la tierra arenosa. Salió con las llamaradas tan brillantes como la ira que irradiaba su ama y volvió casi volando hacia el Centurión que mataba a Dalila. 

    Saltó al cielo con la espada mirando al sol, atrayendo las miradas de los guerreros caídos, sigilosa tocó el suelo y su impaciente Dianuvis ardió con hambre al mismo tiempo que su ama la danzaba hacia el cuerpo del Centurión.

    Un corte valió el mérito para partirlo por la mitad, su cuerpo resbaló hacia los lados esfumándose en humo negro antes de que tocara el suelo, la niebla rodeó a la guerrera que apareció detrás de esa capa convirtiéndola en una legendaria Valquiria con la mirada perturbada y la respiración alterada, y con la fuerza de la espada corriendo por sus venas como la muerte.

    Los guerreros comenzaron alzarse del suelo, precavidos por la muchacha envuelta en la extraña magia y Dalila cayó al suelo inerte.

    Por suerte uno de sus reyes continuaba en plena batalla y los guerreros que no acudieron a Dalila fueron en la ayuda de Catriel pero cuando sus hombre desenfundaron las espadas para atacar, el Centurión fue envuelto en un gran manto de telas rojas que lo engulleron y lo hicieron desaparecer de sus vistas.

    El débil sonido de los gritos de preocupación que llegaron a los oídos de Ebolet, le hicieron volver a la tierra y a su cuerpo, su vista se fijó en su prima caída, temblando y gritando con la voz ronca. Jeremiah estaba a uno de sus lados, curando sus heridas y susurrándole palabras consoladoras, animando a la muchacha que dejaba de llorar sangre para llorar lágrimas cristalinas y saladas.

    Tanto desconsuelo apuñaló a su corazón, que reaccionó con un latido sonoro. Soltó la respiración y fue al encuentro de su prima, clavando la espada en el suelo y cayendo de rodillas a su lado. Tomó delicadamente la mano de Dalila entre las suyas y la acarició intentando calmar los gritos y palabras enredadas de la muchacha.

    No entendían muy bien que era lo que les decía hasta que Jeremiah por fin lo comprendió y todo su cuerpo se puso tenso.

  -No puede escucharnos. –Pronunció Jeremiah cada silaba lentamente atrayendo las miradas de cada uno de los presentes.

  -¿Qué? –Preguntó con miedo Ebolet.

  -El Centurión ha castigado severamente su sentido, no puede oír nada, esta sorda.

  -No puede ser. -Espetó Ebolet con la voz temblorosa. –Cúrala.

  -Ya la he curado, todas sus heridas están cerradas pero…

  -¡No! No lo menciones en voz alta. Me niego a creer que Dalila ha perdido la escucha.

    Las palabras salían de ella rabiosas y las lágrimas caían sin darse cuenta en que las estaba derramando. No podía ser real, esto no podía estar pasando, no a ella, Dalila no se merecía tal desgracia, Jeremiah tenía que hacer algo, tenía que sanar su desgracia.

  -¡Haz algo! –Gritó cogiendo a su hermano del brazo y retirando esa mano del tacto de su prima. –Tienes el don de sanar, tienes el poder de los dioses, tienes la magia blanca en tus manos, sálvala.

  -Ebolet, lo siento.

    Su hermano estaba roto por dentro, no podía curar algo que era demasiado tarde, su culpabilidad lo estaba atormentando y las palabras de su hermana le dolían en cada fibra de su ser.

El Fecto De La Orquídea BlancaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora