Capítulo 5

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    El sol salía en todo su esplendor dando su bienvenida a un nuevo día y despertando a todos los habitantes del castillo del monte de Hilecon. Hoy remontaban de nuevo su camino, la aventura solo empezaba para los caminantes que no esperaban que su viaje fuera a sufrir tan gran giro inesperado en su misión.

    Todos esperaban en el patio cargando sus caballos de provisiones para el viaje, solo faltaban Ebolet y Jeremiah, los hermanos llevaban como una hora discutiendo en la habitación donde él se hospedaba.

  -¿Por qué me lo escondiste? –Le preguntaba Ebolet alterada. –Desvistes decírmelo, han estado burlándose de mí durante todo el camino, hablando de mí, riéndose de mí ¿Cómo lo has permitido?

  -Ebolet entiéndelo, no quería hacerte daño, me preocupo por ti, no quería que sufrieras más.

  -Pues menuda manera de preocuparte por mí. –Le echó en cara ella aguantando las lágrimas que amenazaban por salir. – ¿Arnil y Kirox también lo saben?

  -Sí. –Contestó él sin mirarla a la cara.

    El silencio los rodeó como si fuera un viento frío cayendo por las montañas, la rabia de Ebolet era tan intensa que atravesó a Jeremiah como una daga punzante partiéndole el corazón por la culpa.

  -Ebolet lo siento. –Jeremiah intentó coger a su hermana para abrazarla, pero esta se retiró hacia atrás rechazando su gesto.

  -Déjalo Jeremiah, ya has hecho bastante por mí, a la próxima vez, si hay algo más que me incumba, me gustaría que me lo hicieras saber, por favor. Es lo único que te pediré, mi rey. –Se colocó el velo y salió de la habitación escuchando un golpe seco y una maldición a su espalda.

    Fuera en el patio todos esperaban a que salieran los hermanos en su encuentro, llevaban una hora de retraso y tal retraso comenzaba a perturbar algunos de sus jinetes.

  -Parece que seguís de tan buen humor como os dejé anoche. ¿Solucionasteis vuestro pequeño problema? O ¿No encontrasteis a la muda para desahogaros? –Preguntó Laird a Catriel entre risas, pero tan solo recibió una mirada sombría de parte de este.

  -¿Cuál problema? –Preguntaron al unísono Meir y Jorell.

    No obtuvieron respuesta ninguno de los dos, justo en ese momento salía Ebolet con su hermano pegado a su espalda con una cara de perros que no podía esconder, montó a su caballo sin mirar a nadie y ordenó que montaran.

  -Señor, hay un pequeño problema. –Le indicó Arnil acercándose a él.

  -¿Cuál?

  -Qué no hay caballos para las damas. –Le contestó el mismo Catriel en rin tintín.

  -¿Cómo? –Parecía que Jeremiah no entendiera la pregunta, seguía alborotado por la discusión con su hermana.

  -Ayer, cuando nuestros amigos las águilas se llevaron a las damas con ellos volando, los caballos continuaron su camino, a saber en qué dirección. Un grupo de guardias fueron a buscarlos por la noche pero han regresado sin ellos, no los han localizado y no se sabe dónde están. Pero lo más gracioso del tema es que, en el Reino de Cibolix no hay ni un solo caballo que puedan prestarnos para continuar el viaje. –Aclaró lo sucedido Catriel a Jeremiah.

  -No usamos caballos, pero podemos llevarlas nosotros, estamos acostumbrados. –Se ofreció Minos mirando a Dalila.

  -No, gracias. –Jeremiah miró a su hermana.

  -Ni en sueños pienso montar contigo. –Le contestó ella adivinando la pregunta.

  -Como queráis princesa, Dalila ven aquí, tú vendrás conmigo.

El Fecto De La Orquídea BlancaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora