Capítulo 16

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    La mañana y el día había transcurrido tan soleado y caluroso como los días anteriores, los reyes y sus guerreros habían salido por fin del Reino de las Gorgonas, solo que Galo y tres de sus guerreras Amazonas; Yara, su hermana con su más fiel mascota el tigre blanco Jael y sus dos al mando, Eyen y Gea, habían decidido acompañarlos.

    El rey de las Gorgonas les había aconsejado que no fueran solos, sabía que no tenían caballos y con mucho don de palabras los había convencido para acompañarlos, él los podía guiar en un camino menos largo a pie, aunque su verdadera intención era otra muy diferente.

    Los reyes no habían objetado nada al respeto, necesitaban ayuda y Jeremiah le debía un tremendo favor por ayudar a Dalila, no se opuso a la petición del rey, sin embargo, a Catriel no le hizo tanta gracia, le dedicó una mirada rabiosa a Galo y luego miró a Ebolet, pero se mantuvo callado, por lo visto Ebolet no recordaba nada de lo que le había hecho y dicho ese rey, prefería no asustarla, era lo mejor, mantenerla al margen, pero no iba a permitir que ese rey se le acercara ni un solo centímetro. De eso estaba seguro.

    Habían atravesado la amplia y salvaje selva a pie. Los caballos continuaban sin aparecer y el trayecto que les quedaba lo tenían que continuar del mismo modo. Dalila en todo momento era ayudada por Jeremiah, que desde que habían salido de las cuevas no se había retirado de ella, Ebolet sin embargo, se había mantenido cerca de sus guerreros de la Luz, Arnil y Kirox le habían ayudado a subir pequeñas cuestas de piedra, botar riachuelos y atravesar zonas peligrosamente arboladas con trampas escondidas entre sus ramas que Galo había marcado para que ninguno de ellos pasara por encima de alguna.

    En varias ocasiones Catriel se había acercado a Ebolet pero esta le había mirado con desprecio o simplemente le había girado el rostro, haciendo caso omiso de cualquiera de sus preguntas, lo evitaba constantemente y el rey de los Drakos no entendía ese cambio, repentino de humor en la muchacha, lo irritaba y esa reacción estaba torturando a sus hombres, eran los más perjudicados.

    Las ordenes de su rey se habían convertido en palabras rudas, con gritos rabiosos y miradas furiosas, pero la principal culpable era Ebolet y solo Laird sabia el porqué, él mismo había provocado esa reacción en la princesa, no se sentía orgulloso de ello, pero admitía que había funcionado, aunque había permitido que Celso tuviera más oportunidades con la princesa, que extrañamente también lo evitaba.

    Habían parado en varias ocasiones y en todas ellas Ebolet había desaparecido de la cercanía que insistentemente hacia Catriel, hasta en una de las ocasiones ella le había pedido que no la tocara, Celso había aprovechado ese repentino humor de Ebolet para avasallarla y acercarse a ella, lentamente se había introducido en los bosques donde ahora se hallaban para pasar la noche y donde justamente se encontraba Ebolet, sola, abrazándose a sí misma y con la vista gacha.

  -Deberíais reuniros con los demás, la noche está a punto de caer sobre nosotros y estas tierras son peligrosas, no deberíais andar sola por ellas.

    La figura triste que había ante él alzó la cabeza y se giró solo un poco para mirarlo por encima del hombro.

  -Necesitaba estar sola.

  -Es algo difícil, cada vez empiezo a pensar que esto se está convirtiendo en una excursión de exploradores de guerra. A cada reino que pisamos se nos unen más guerreros, parece una concentración de reyes

  -Sí. –Ebolet sonrió y se giró hacia él.

    La vio sonreír, tan hermosa, tan natural que sus pies comenzaron a moverse en su dirección hasta tenerla bien cerca de su cuerpo, tenía la tentación de rodearla con sus brazos, todavía tenía grabado el sabor de sus labios, el calor y el asombroso aroma que ella desprendía, ese mismo que se había metido en cada fibra de su ser.

El Fecto De La Orquídea BlancaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora