capítulo 2

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    Recorriendo caminos, montañas y senderos de zonas verdes, trotaban al paso que exigía Jeremiah, que encabezaba una jornada de ocho de jinetes detrás de él. Lo seguían dos hombres de Variant; Arcadio y Apio, y justo en el centro Dalila, detrás de ellos Arnil, Kirox y en el centro muy cerca de ellos dos Ebolet, y en la cola, al final protegiendo todas las espaldas, Cain el fiel general de Variant de Grecios.

    Hacia horas que habían dejado el reino muy atrás, ni siquiera alcanzabas a verlo cuando te girabas, se interponían todas las montañas de picos altos y bosques por los cuales habían pasado. Seguían una marcha adecuada para las mujeres, pero a Ebolet le dolían las piernas de ir tan despacio. Avanzó su marcha para acercarse a su prima, haciendo que Arnil y Kirox se cuadraran detrás de ellas y Arcadio le dejara espacio para colocarse al lado de su prima. Nada más Dalila la vio le dedicó una cara poco agradable.

  -No sé si mi cuerpo aguantará este ritmo, ¿Por qué vamos tan lentos? A este paso tardaremos meses en vez de semanas. Me duele todo el cuerpo.

  -Tranquila Dalila pronto pararemos a descansar.

  -Eso espero.

  -Te vi discutir con tu madre antes de que saliéramos ¿Ha sucedido algo?

    Dalila la miró intensamente, intentando traspasar la tela para poder ver su rostro, pero todo lo que veía era el negro que le caía a Ebolet por encima hasta su escote, luego miró a su alrededor, observando cómo los guardias tenían la vista al frente, no parecían atentos pero escuchaban cada palabra que se pronunciaba.

  -Luego, cuando nos detengamos te lo contaré. Pero solo te puedo decir que ahora comprendo el extraño comportamiento de Jeremiah conmigo durante estos días.

    Ebolet arqueó las cejas y miró a su prima sin entender, al ver que Dalila no decía nada más retrocedió de nuevo a su puesto junto con Arnil y Kirox, estos, al ver su regreso, se acercaron un poco más a ella, no le dijeron nada pero le demostraron que ellos estaban a su lado cuidando de ella, Ebolet sonrió para sí misma por tal actuación.

    Pasaron de nuevo cuatro horas y continuaban sin parar a descansar con el mismo ritmo lento de cabalgada que Jeremiah había impuesto. Ebolet dio una pequeña patada al caballo para acercarse a su hermano y pedirle que se detuviera, pero entonces Jeremiah dio el alto con la mano alzada y todos pararon. Desmontaron y lo prepararon todo para comer y descansar durante tres horas, luego saldrían de nuevo y no pararían hasta llegar a una aldea vecina donde pasarían la noche.

   Comieron, se asearon y algunos durmieron un rato mientras el resto vigilaba, entre ellos Cain y Jeremiah. Ebolet se acercó a su prima y retirándola fuera del campamento que habían apostado entre los árboles, con la excusa de que tenían que hacer sus necesidades aprovechó para que le acabara de contar la historia de esa misma mañana.

  -Bueno, dime, que sucede, porque me has tenido en ascuas todo el viaje y tranquila, nadie nos oye. Veo desde aquí a Kirox y Apio y te puedo asegurar que no pueden escucharnos.

    Dalila los miró asegurándose de que no las escucharías y se giró de nuevo cara su prima, descargó los hombros hundiéndolos y miró a Ebolet con una tristeza que alcanzó hasta su corazón.   Ebolet se apartó el velo dejando su rostro al descubierto y notando el aire cálido rozar su piel relajando cada musculo de la cara,  cogió de los hombros a Dalila para tranquilizarla y esta se arrojó a sus brazos con desesperación.

  -Mi madre invocó a una Sacerdotisa y le pidió un deseo. - Soltó de repente y Ebolet se tensó.

   Había oído muy poco de las Sacerdotisas, pero lo suficiente para saber que eran unas traicioneras, te concedían tu deseo, pero el precio que luego  tenías que pagar a cambio era muy grande. Nunca había visto a ninguna, pero sabía que eran tres y mellizas, con dos horas de diferencia de nacimiento en cada una pero físicamente no se parecían en nada. La mayor era Eteldi, la mediana Ambarina y la más pequeña Sicalis. Vivían en lo más alto de unas montañas heladas  de estatalita de cristal en forma redondeada, en medio del cielo con las nubes blancas tapando la visión del majestuoso palacio, rodeadas de mármol blanco y lujos de todo el mundo, los valles que lo rodeaban, era nada más que agua congelada con almas encerradas en su interior nadando en círculos, buscando la salida de esa tortura sin final, pero por sus castigos no las dejarían salir jamás, ya que habían cometido un error en vida y sus almas eran castigadas a vagar nadando ahogadas sin destino final.

El Fecto De La Orquídea BlancaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora