Capítulo 8

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                                                          Capítulo 8

                                                                                  


    En una especie de celda oscura donde tan solo se alcanzaba a ver los pocos rayos de sol que permitían entrar las enredaderas de flores que los rodeaban, donde el suelo que descansaba a sus pies eran lechos de flores blandas con colores suaves y sus grilletes ramas de árboles duras e irrompibles, se encontraban los trece guerreros encerrados y desarmados, intentando salir de allí usando la fuerza de sus manos sin poder conseguir menear ni una sola rama para hallar la libertad.

    El caluroso sol había despertado a unos cuantos que ocupaban la celda, el resto continuaban sedados por las flores, tirados en el suelo durmiendo tranquilamente mientras sus compañeros de viaje buscaban la manera de salir de ese lugar.

    Jeremiah estaba al lado de uno de sus hombres, Arnil, el guerrero estaba gravemente herido, una de las Amantrapolas le había incrustado un fuerte veneno en su organismo que aunque no podía matarlo el dolor lo estaba torturando por dentro y el don de Jeremiah parecía no funcionar, Kirox descontrolado lo sacudió, le habló para que no cerrara los ojos y se dejara llevar por el sueño pero este no reaccionaba a sus voces.

    Mientras tanto, ajeno a esto Catriel dormía, manteniendo su cuerpo junto a ellos pero su mente en otro lugar en un sueño horrible que no tenía un buen final.


    Un prado dorado alumbrado por el hermoso sol se posaba silenciosamente ante sus ojos, las pequeñas flores que nacían del suelo se meneaban junto con las hierbas que le llegaban hasta las caderas por un viento suave que lo envolvió de paz y dicha en su interior. Comenzó a caminar por él, dando pasos pequeños, lentos y rozando con las palmas de sus manos las finas hojas de su alrededor, de pronto una mujer de cabello negro con un vestido blanco en medio del amplio prado lo frenó, su corazón comenzó a latir a un ritmo peligroso al ver como el cabello de la mujer formaba ondas en el aire por el viento que la rodeaba en un sendero que llegaba hasta él, donde al recibir ese cálido aire la olio, un olor dulce que se filtró en su cabeza y saboreó en sus labios como el mejor manjar del mundo, aspiró de nuevo dejándose llevar por las maravillas que le provocaba esa olor tan deliciosa y su cuerpo comenzó arder por probarla, las manos le dolían por querer tocarla, acariciar el cabello que no dejaba de volar y de pronto como si esa mujer le hubiera leído el pensamiento se giró cara él y su mirada oscura se clavó en él como una daga de acero hirviendo, Catriel se retiró un paso hacia atrás, el pecho le dolía, un nudo le atravesaba como una espada fría arrasando la pena que nacía en su interior, intentó hablar pero no podía, la voz no existía en este lugar.

    El aire se movió en una fuerte ráfaga desde el horizonte y la muchacha desapareció para aparecer de nuevo justo delante de él con la cabeza agachada mirando el suelo, Catriel la olió de nuevo y la sangre le hirvió al sentirla tan de cerca pero el dolor no había desaparecido del todo y la pena lo conmovió de una manera exagerada, alargó una mano para alzar ese hermoso rostro, necesitaba volver a verla, grabar en su memoria cada línea de su cara, de sus labios y de la preciosa orquídea de su rostro, pero al intentar tocarla la muchacha se retiró de ese roce y lo miró a los ojos, ya no había ira en ellos, la rabia de antes había sido remplazada por el dolor y unas lágrimas de sangre caían de esos negros ojos, Catriel intentó limpiar esas lágrimas, borrarlas, hacer que desaparecieran pero en el momento que iba a tocarla de nuevo alargando una mano temblorosa, la muchacha desapareció de su vista y una palabra resonó en su cabeza convirtiéndose en un eco sin fuerzas hasta desaparecer del todo como ella, pero la palabra dicha por ella no desapareció, ni nunca desaparecerá, Catriel siempre la recordaría porque es lo que hizo.

El Fecto De La Orquídea BlancaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora