Capítulo 4

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    Ebolet despertó y miró a su alrededor casi sin poder ver nada. Se echó el velo hacia atrás liberando a su rostro de esa tela infernal y miró bien lo que la rodeaba. Estaba como en una jaula muy pequeña y redonda de piedra, donde se filtraba muy poca luz del exterior, alzó su vista al cielo y se dio cuenta de que no era una jaula, más bien era una especie de pozo profundo y los muros se levantaban ante ella rodeándola a varios metros de altura, comenzó a hiperventilar y a tocar todas las piedras que la rodeaban, buscando la manera de salir de esa tumba, pero nada se movía, volvió alzar el rostro al cielo y respiró profundamente para relajarse, no sabía dónde estaba ni como había llegado hasta allí, seguramente los seres que las cogieron la habían encerrado entre esos muros y la única manera que tenia de salir de ese lugar era escalando hacia arriba y ella sola, nadie sabía dónde estaba, tardarían días y días en hallar con ella y para cuando la encontraran tal vez sería demasiado tarde.

     “Dalila” ese nombre le vino a la mente como agua fría “¿estaría encerrada como ella, en un maldito pozo seco y sin agua?” se preguntó Ebolet angustiada, preocupada por el paradero de su prima. Tenía que salir de allí.

    Ebolet metió su mano entre el cabello y el velo, y desenganchó a Prismancita dejándola apoyada en su mano, luego le dio un pequeño toque para despertarla, de inmediato el broche se convirtió en la preciosa libélula de alas blancas que era y comenzó a volar alrededor de Ebolet.

  << ¿Dónde estamos? >>

   -Encerradas. –Respondió. –Prismancita, tienes que salir fuera y buscar a Dalila.

  << ¿Y tú, que vas hacer? >>

  -No te preocupes por mí, tú haz lo que te pido, yo saldré detrás de ti. Venga vamos, rápido, no tenemos tiempo que perder.

  <<Bien mi ama, ten cuidado. >>

    La libélula salió volando hacia el sol, al exterior del agujero, mientras, Ebolet se agachó y cogió la daga de su tobillo, dando gracias de que no se le hubiera caído antes al intentar cogerla. Rajó su vestido, haciendo dos cortes por delante hasta su muslo y guardó la daga de nuevo, pero esta vez en su cintura, justo en la cinta que sujetaba su vestido, a su espalda.

    Miró al cielo y apoyó las manos en las rocas, respiró profundamente y comenzó a escalar subiendo por aquella puntiaguda y fría materia que sobresalía de la pared y le permitían un mayor agarre, se resbaló varias veces pero no perdió el ritmo, apoyaba una mano detrás de otra hasta que al fin llegó hasta su destino. Sacó un brazo para cogerse al exterior del suelo y se impulsó hacia arriba con todas sus fuerzas, pero entonces una mano fuerte cogió su muñeca y la levantó en vilo sacándola del pozo, pero a su vez manteniéndola en los aires, justo por encima del agujero negro de donde ella había salido y que ahora mismo la amenazaba a sus pies en una caída muy dolorosa.

    Ebolet alzó la vista para ver que la persona que la había sacado y se dio de lleno con el águila que antes había mordido.

  -Mira por donde, pero si la gata salvaje tiene rostro… y muy hermoso.  Mi lady sois muy exquisita.

    Ebolet no podía hablar, el hombre que tenía delante la observaba de una manera asquerosa que hizo que se le pusieran los pelos de punta y le dieran arcadas, el ser había escondido sus alas de nuevo a su dibujo en la espalda y estaba solo, nadie más los acompañaba, solo el paisaje arenoso y todos los picos de las montañas que caracterizaban ese reino. Él la acercó más a su cuerpo y la olió mientras cerraba sus ojos y saboreaba su aroma.

  -Deliciosa. – Ronroneó muy cerca de su rostro clavando la mirada en Ebolet de nuevo y soltando su aliento fétido sobre ella. –Sois muy apetitosa mi señora.

El Fecto De La Orquídea BlancaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora