Capítulo 6

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Reino del Hielo Perdido

    La niebla helada rodeaba esta tierra blanca de lagos fríos encerrados bajo una capa de agua congelada, tan resbaladiza como viva está bajo la superficie. Miles de hectáreas la separaban de los otros reinos, del calor del sol que estaba camuflado por abundantes nubes blancas y de la lejanía de los humanos u otros seres fantásticos de los reinos vecinos. No necesitaban a nadie con quien convivir, tenían la protección de su magia y de los seres sin alma, ni sentimientos que las rodeaban viviendo con ellas como sus fieles siervos en proteger su desierto helado, escondidos entre la nieve y las cuevas creadas por ellas. Nunca se acercaban a ellas, a la cercanía de su reino, nunca se acercaban a las Sacerdotisas.

    Subiendo en círculos por unas escaleras de cristal brillante que rodeaban la torre alargada, de forma rectangular y alta, hasta llegar a lo alto de los cielos, apareciendo ante la vista está el palacio de cristal blanco, escondido entre las nubes y rozando las estrellas de la fría noche.

    Ahí vivían las Sacerdotisas.

    Eran jueces de la muerte y de la vida, se encargaban de hallar el camino adecuado de los muertos que no se portaron adecuadamente en vida según ellas, sacando el veredicto al mismo pecado de un castigo en vagar toda la eternidad como almas perdidas en su profundo lago, aquel que dormía a los pies de su palacio.

    Eran mediadoras de los Nueve Reinos y de sus habitantes, lo veían, escuchaban y sentían todo por muy lejos que estuviera de ellas, les encantaba seguir a sus reyes mientras buscaban al rey perfecto para que gobernara los Nueve Reinos. Cada una de ellas tenía a su preferido y utilizaban su poder para ganar esta meta mientras se peleaban entre ellas por el triunfo, utilizando a sus reyes a su antojo y manejándolos por el camino que ellas deseaban que siguieran, solo coincidían en una cosa, en quien querían que fuera su reina. Las tres deseaban a la Orquídea Blanca, Lady Ebolet de Geneviev como reina y señora de los Nueve Reinos, por ese motivo la utilizaban como a un peón en una batalla para atraer a sus preferidos a ella. No deseaban a otra que las gobernara, ninguna era tan fuerte ni poderosa como ella y ninguna sabría gobernar mejor las tierras donde dormía cada reino salvaje.

    Eran tres hermanas mellizas pero no se parecían en nada, con dos horas de diferencia de vida entre ellas al nacer. Decían que eran hijas de los dioses, sus creaciones perfectas, con sus mejores dones y sus mayores fuerzas pero también compartiendo sus iras, ambiciones, traiciones y su pasión por la vida y la muerte.

    Eteldi era la mayor de las tres, su cabello era blanco y largo hasta los pies, sus ojos, unas cuencas azules oscuros como la noche y su piel pálida como la nieve que la rodeaba, era la más alta y más delgada de las tres y su rey preferido para gobernar los Nueve Reinos era Variant de Grecios, por ese motivo ayudó a Semiramis a difundir el horrible rumor sobre Ebolet, haciendo que tantas mentiras llegaran a tantos oídos y en especial a sus reyes. También le dio el poder de la bola de cristal, haciendo que el mismo día que se la regaló a escondidas, dejándola en su habitación, apareciera la imagen de Ebolet, y Variant pudiera llegar a ver la belleza de esa muchacha, para poder desearla y la reclamarla como suya. Adelantándose de esa manera Eteldi, unos preciosos pasos a sus hermanas.

    Ambarina era la mediana, de cabello negro azabache largo hasta los pies y ojos azules muy claros como el cielo de la mañana, de estatura media y con una piel igual de pálida como sus hermanas. Ella prefería a Catriel de Galinety como rey, por ese motivo le había dado un empujoncito a Ebolet, tras una manipulación mental, con un deseo que ella también deseaba.

    Y por último Sicalis, la pequeña y la más menuda en estatura de las tres, tenía la mitad del cabello negro, y la otra mitad blanco, uno de sus ojos era la noche y el otro el día, combinando así los colores azules de sus hermanas, era regordeta y muy traicionera, es más, era la más mala de las tres. Adoraba y odiaba a todos los reyes por igual y como no sabía por cual decidirse el día que sus hermanas comenzaron el extraño juego del cual dependía el trono de los Nueve Reinos, decidió darle más suspense, intriga y emoción eligiendo a Tristan de Meridian como su preferido. Y como sus hermanas ya habían tirado sus dados en la conquista y la habían adelantado con artimañas muy calculadas, ella había decidido complicar más las cosas y se guardaba un as en la manga que pronto sacaría y sería difícil de derrotar. Sicalis era paciente pero ansiaba ganar más que sus otras hermanas, no deseaba perder en este juego y haría todo lo posible por salir vencedora.

El Fecto De La Orquídea BlancaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora