Capítulo 21

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Aldea Tuarte-Lus

    Después de ofrecerles un delicioso manjar, una divertida lista de historias cómicas y un sinfín de bailes, Mamuat acompañó a sus invitados a uno de los nichos que colgaban de las paredes para que pudiesen descansar.

    Eran camastros, grandes, similares a capazos de cestas, hechos de ramas secas y hojas de la madre tierra, todas en una perfecta unión formando un cuenco que se enganchaba de un lateral a la pared, dejando al resto colgar en el aire como si fueran ramas nacidas del corazón de un árbol.

    Un niño, de unos seis años se acercó a la princesa con una espesa manta en la mano para ofrecérsela.

  -Tenga mi cobijo señora, será un honor que esta noche duerma usted arropada por él.

    Ebolet halagada rechazó la oferta, no podía quitar el abrigo a un niño de tan corta edad, y para que el pequeño no se molestara, tomó esa manta y lo envolvió con ella, después le deshizo el pelo y le dio un beso en la mejilla.

  -No necesito nada, pero muchas gracias por tu oferta.

    El pequeño, con las mejillas rojas y una sonrisa de oreja a oreja, se dio media vuelta, gritó a su madre algo en su lengua natal y salió corriendo al encuentro de más niños como él. Ebolet se giró y dándole las buenas noches al anciano, se metió dentro de ese cascaron con la ayuda de Catriel.

    El guerrero observó como Ebolet se quitaba las horquillas de su cabello ya desecho y las guardaba en el forro interno del vestido, una larga y brillante mata de cabello negro se deslizó por su espalda y el guerrero contuvo el aliento. Las manos, los dedos y las mismas puntas de ellos le picaron y le acribillaron a pinchazos por el deseo que le golpeó con una intensa fuerza por meter sus dedos en esa espumosa y delicada cabellera y tirar de ella, hacer que la dueña se encorvara hacia atrás y de ese modo tener un acceso a toda su garganta.

  -Para ser vuestra sierva os reprimís con gravedad, rey Catriel. –Las palabras del anciano eran totalmente diferentes a cómo llegaron a Catriel, con un doble tono totalmente socarrón.

    El rey le lanzó una mirada molesta por el comentario, para nada apropiado, pero el anciano parecía traerse algo entre manos, ya que, tras darle una palmada en la espalda, le dedicó una sonrisa.

  -Mi costumbre no es tratar a las sirvientas como si fueran concubinas.

  -Aquí, la muchacha no es una sierva, es libre de hacer y dar lo que le plazca. –La sonrisa del anciano se ensanchó picarona mente tentando a Catriel. -Y vos, parecéis cautivado por ella.

  -Digamos que le he cogido cariño. –Corrigió Catriel meditando en su cabeza si era eso lo que sentía realmente por Ebolet, por esa débil y frágil mujer que arreglaba su vestido para poder tomar descanso.

  -Es difícil no sentirse atraído por la belleza, la valentía y el misterio. Es difícil no sentirse atraído por la pureza que ella esconde.

    Todos sus sentidos, por fin se centraron en el anciano que estaba a su lado, contemplando con los ojos brillantes la belleza de la que hablaban. Por un instante pensó que sus palabras hablaban de otra cosa muy distinta, pero no, la razón de ese comentario era el significado que tenía.

  -Por mucho que ella llame mi atención, nunca la obligaría a nada que le causara algún mal. –Se defendió con tono hosco.

    El anciano dejó de mirar a la princesa y la sonrisa que se extendía en sus labios se suavizó, en un gesto amable, pero no tan alegre como el de antes.

El Fecto De La Orquídea BlancaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora