Reino de la Oscuridad
El salón oscuro parecía brillar intensamente delante de Tarius a causa de la nueva visita que caminaba por su propiedad como si fuera la dueña. Una mujer menuda de cabellos de colores, destilaba por todo su alrededor la mayor de las fuerzas y magias ocultas que se hallaban en un aura casi trasparente, la cual parecía adquirir un rosa fuerte, cuyo color no escondió y mostró más al rey que tenía delante, una recompensa que se denotó en la mirada de un Tarius, que se irritó más a cada momento pasado.
Antes de que esa Sacerdotisa irrumpiera en su propiedad había notado su presencia venir a él, había sentido una magia estranguladora chocar contra su coronilla, avisándolo e incluso, cuanto más se acercaba, la molestia se había convertido en un dolor similar a la tortura que él mismo infringía a sus enemigos a sus pies, en las profundidades de su reino.
Tarius había notado como una mano invisible levantaba la piel de su espalda lentamente, arrancándole tira a tira cada trozo de carne viva, no obstante, se trataba de una simple pero efectiva ilusión.
Fijó la vista en ese mujer, Ambarina se encontraba en el centro del salón, serena y con la mirada detallando todo a su alrededor, haciendo gestos de desagrado o sonrisas certeras con alguna decoración que aceptaba, no lo miraba, no hacía falta, ella había proyectado tal dolor insufrible en él, de la misma forma que se lo había arrebatado, no había hecho falta palabras, ni miradas perturbadas, su amenaza había sido un pequeño avance de lo que le sucedería si no se comportaba ante su presencia como debía y Tarius, lo había aceptado guardando la ira en su interior.
-Me alegro de veros Tarius.
El aludido no contestó, hacia un gran esfuerzo por mantener a la rabia encarcelada, guardando cuidadosamente las palabras que no debía mencionar a causa de la invasión no deseada de la Sacerdotisa y de la situación, en la cual se encontraba uno de sus guerreros.
Miró crispado al único Centurión que había regresado de los tres que él mismo había enviado hacía ya días, ahora solo tenía a uno de vuelta y ella lo había traído, es más, no solo lo había devuelto a su reino si no que lo mantenía cerca de ella enjaulado en una especie de franja rosada rodeando todo su cuerpo. El Centurión se encontraba arrodillado en el centro de tal hechizo inducido por un dolor que le infringía Ambarina, un dolor intenso que solo el propio Tarius, su creador, podía ver o sentir a través de su mente.
-¿Dónde está el resto de mis Centuriones?
Aunque quiso que saliera en una voz natural la rabia latía en cada palabra pronunciada y esa ira atrajo la mirada de Ambarina a Tarius, que aguantó ese desafío sin temor.
-¿Esa es la bienvenida que me dais, Tarius de Meridian? –La pregunta era socarrona pero la voz de Ambarina amenazante y no pasó desapercibida para el rey. –No os enfadéis mí querido rey de la oscuridad. –Una sonrisa llegó a unos labios que parecían burlarse de él. –Estoy aquí para daros algo muy bueno, un regalo muy especial.
-No necesito regalos de parte de las reinas del hielo, solo deseo saber dónde está el resto de mis Centuriones.
-Muertos.
La sorpresa llenó el rostro de Tarius, la duda y luego la ira fueron trasformando unos gestos apenas visibles en una cara inexpugnable y maligna. Miles de preguntas tenía en su mente y en todas ellas ardían los rugidos.
-¿Por qué habéis asesinado a mis guerreros?
-Sabía que imaginarias tal cosa. –No hubo forma de borrar esa sonrisa de la Sacerdotisa, ella esperaba la reacción del rey y estaba preparada. –Yo no maté a ninguna de tus mascotas, es más, gracias a mí esto… -Dijo alzando un dedo y señalando al Centurión como si no significara nada. –… continua con vida, yo lo saqué de una muerte segura a manos de los guerreros del Reino de los Drakos justo a tiempo.
ESTÁS LEYENDO
El Fecto De La Orquídea Blanca
Historical FictionNueve Reinos levantados en una tierra mágica, donde habitan seres extraordinarios con unos dones otorgados por los dioses según sus reinos y la sangre que corre por ellos. Nueve reyes, Nueve dinastías con Nueve vidas a punto de dar comienzo a una nu...