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Volteé rápidamente la cabeza al sentir de nuevo esa extraña sensación en mi nuca pero, al igual que siempre, no había absolutamente nada.

Suspiré y terminé de abrir la puerta de mi departamento para terminar cayendo con todo mi peso sobre la cama.
Hoy había sido un día particularmente pesado, debido a la gran cantidad de pacientes que habían llegado producto de un virus nuevo que se estaba esparciendo y no había tenido ni un mísero instante de relajo.

Después de cerrar los ojos unos momentos simulando un gran descanso, me dispuse a levantarme y empezar a preparar la cena.

Y de nuevo tuve la costumbre de poner dos platos sobre la mesa.
Me sermoneé a mí mismo y guardé la porción extra en el congelador.
Me senté y me puse a comer lentamente.
Sin sabor, monótono y solitario como todos los días desde la muerte de mi madre tres meses atrás.

Ella siempre había sido una mujer alegre y fuerte, nunca le molestó que mi padre nos hubiera abandonado, ella simplemente salía adelante.
Ella era mi única familia, la única que soportaba mi extravagante personalidad y mis constantes berrinches por todo desde que era un bebé y, como por milésima vez desde que falleció, me pregunté cómo voy a seguir adelante sin ella.

Lo más curioso era que desde su muerte, había empezado a tener unas extrañas sensaciones de ser observado por algo o alguien pero nunca llegaba a descubrir nada.
A veces empezaba a pensar que me estaba volviendo loco, hasta consideré el tomar ayuda profesional, sin embargo las exigencias de mi trabajo casi nunca me permiten unos momentos para mí mismo y mis indicios de locura.

Terminé mi insípido plato de comida y empecé a hojear uno que otro libro, más por rutina que por otra cosa. Cuando ya se empezó a hacer tarde, me recosté en mi cama, cerré los ojos y me preparé para otro nuevo asqueroso día.

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Me desperté con una extraña sensación en mi cuerpo y con el ruido de la tormenta retumbando en mis oídos.
Miré el reloj y éste parecía congelado en las 2:59, lo que me parecía sumamente extraño, puesto que nada más ayer le había comprado baterías nuevas.

Unos extraños ruidos procedentes de la sala de estar me hicieron sobresaltar y subir la intensidad de mis latidos.
Intenté convencerme de que solo eran producto de mi imaginación, sin embargo, éstos no hacían más que aumentar.

Tras unos segundos de estarlo meditando, me armé de valor y tomé lo más a mano que tenía: ¿una lámpara? Bueno, no creo que sirva mucho iluminar al infiltrado hasta noquearlo pero no tenía nada más.

Fui paso a paso avanzando hasta la sala principal y, antes de entrar, tragué saliva y sujeté fuertemente la lámpara en mi mano.
Asomé sutilmente la mirada buscando cualquier indicio del culpable de la interrupción de mi sueño, sin embargo, no se veía nada fuera de lugar.

Cuando ya estaba empezando a calmarme, lo vi.
Nunca había visto nada igual.
Me restregué los ojos tomando en cuenta la opción de que, tal vez, siga dormido y todo se trate de un sueño. Un sueño muy realista.

Me armé de valor de nuevo y avancé hasta la extraña figura que se encontraba dormitando en el suelo. Se trataba de un joven de, más o menos, mi edad ¿quizás menor? con cabellos azabaches y un delicado rostro, pero no era solo su elegante belleza lo que llamaba la atención, oh no, eran esas enormes cosas que lo estaban cubriendo ¿alas, tal vez?. Sin embargo, no eran como ésas que te entregaban como intento de disfraz, ni tampoco como las falsamente computarizadas de las películas, éstas irradiaban una sensación indescriptible, casi sobrenatural y poseían un negro más profundo que cualquiera que hubiera visto.

Estaba tan concentrado observando los detalles del singular invitado que no me di cuenta cuando éste empezó a restregarse en el suelo hasta que despertó por completo.

Sus ojos...
Dioses, sus ojos poseían un color que nunca en mi vida había visto.
Eran grises pero a la vez azulados, con una profundidad que eran capaces de absorberte por completo.

En ese preciso instante, supe que jamás los podría sacar de mi mente.

De repente el joven comenzó a levantarse lentamente e hice lo que cualquier persona normal hubiera hecho en mi situación: lo noqueé con mi lámpara.

Bendita condenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora