Final: XXVII

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La sangre caía a gotas pesadas sobre el piso y avanzaba dejando un leve rastro sobre el suelo llegando a rozar nuestros pies. Levanté la mirada aún algo estupefacto mientras él seguía sosteniendo la daga por el filo y me mostraba una expresión de dolor que, de alguna manera, no creía que estaba asociado meramente al físico.

–No puedo hacerlo, Akaashi-san– Dijo con un tono decidido, libre de cualquier duda que pudiera haber estado atormentando su mente– Es cierto que todo esto es mi culpa y que debería acceder a cualquier tipo de favor que me haga pero...esto no puedo hacerlo...o al menos no cuando sus ojos parecen pedirme exactamente lo contrario.

Fue en esos instantes que me percaté que las gotas de la sangre de Tsukishima no eran lo único que llegaba a destruirse al suelo. Mis mejillas estaban húmedas y mi visión era levemente alterada por sigilosas lágrimas que seguían resbalando por mi rostro.

Solté la empuñadura de la daga, a la vez que Tsukishima soltaba el filo, haciendo que el ruido de ésta caer en el suelo retumbara por todo el lugar destruyendo la extraña aura de tensión que se había formado. Sentí las orbes doradas de mi amigo observarme con tristeza en tanto me esforzaba por apartar las lágrimas de mis mejillas.

–No tengo remedio– Dije con una sonrisa irónica– Desde que me condenaron empecé a pensar que debía vivir sin ninguna clase de remordimiento, que ya estaba todo decidido y yo no tenía nada que hacer al respecto, así cuando tuviera que morir no habría verdadera diferencia...pero, bastó un segundo de recordar su rostro, para hacerme desear verlo una vez más ¿no te parece irrazonable?

–Lo es– Respondió de forma seca– Pero...– Añadió dubitativo haciendo que mi vista se posara en él– ¿realmente es eso algo malo? Algo irrazonable, ilógico o imperfecto ¿quién más que nosotros puede decidirlo?

Tomé nuevamente entre mis dedos la pequeña figura angelical que se había transformado en mi querido talismán manchándolo sin querer con algunos tintes carmesí que aún se mantenían en mis manos.

–Verlo una vez más...–Susurró Tsukishima con una voz tan suave que me hizo pensar que eran mis labios los que habían hablado– ¿puedo cumplirle ese deseo en vez del otro?

–¿Qué?– Salió instantáneamente de mis labios mientras empezaba a escuchar mi corazón latir más fuerte en mi caja torácica.

–¿Tú que dices, Tetsuro?– Unas alas oscuras se dejaron asomar por el ventanal que daba al patio junto a una sonrisa gatuna.

–Por mí no hay problema, después de todo, estoy seguro que cierta persona que parece haber corrido una maratón en solo unos minutos piensa lo mismo– Dijo Kuroo volteando la vista hasta una silueta que se sujetaba las rodillas tratando de recuperar el aire.

Levantó la mirada y fue como si el tiempo se detuviera en ese instante. Las palabras se quedaron trabadas en mi garganta y un ligero escalofrío se dio el lujo de recorrer toda mi columna vertebral. Había perdido la cuenta de los días en que había permanecido lejos de él, como si inconscientemente quisiera evitar saberlo, porque cada segundo de tenerlo en mi mente me estaba matando y me recordaba la egoísta alegría que sentí cuando dictaminaron que mi fin podría ser a su lado.

Tsukishima y Kuroo solo nos dedicaron una última mirada que parecía expresar tantas cosas desde un minúsculo "Adiós" a un "Lo siento" para después tomarse de la mano y abrir sus alas juntos rumbo a un enigmático cielo con el azul de fondo y unas pacíficas nubes cubriendo parte de el.

Sentía mis pies atados al suelo, aún cuando mi corazón lo único que quería era ir en su dirección. La culpabilidad que acarreaba mi pasado me detenía y el miedo al futuro al que terminaría condenándolo si volvía a sus brazos me hacía dudar.

Bendita condenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora