Epílogo

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El cielo siempre se caracterizó por ser un lugar de aparente paz y orden, sin nadie que se atreviera siquiera a cuestionar los ideales que ahí se enmarcaban como profundos dogmas irrompibles. Después de todo, los habitantes de alas níveas conocían muy bien las consecuencias de escapar de su burbuja y rebajarse a vanos sentimientos humanos. Sin embargo, los más altos mandos de las fuerzas que controlan la vida ya se habían dado cuenta de que todo eso no era más que una falsa fachada para una imagen que pendía de un hilo.

"¡Por favor, yo lo amo! ¡Les daré lo que quieran pero, por favor, no lo aparten de mi lado!"

Un joven arcángel de cabellos castaños se dedicaba a suspirar con la mirada perdida en un lugar apartado del blanco tan enfermo que lo estaba hartando hace ya siglos. Un mal uso de palabras que lo llevó a ser condenado a trabajar por toda la eternidad en enjuiciar a personas iguales a él pero que, aún así, no logró hacer desaparecer aquel rostro de sus memorias. Sus facciones agresivas pero a la vez amables y esa sonrisa disimulada que daba siempre que lo insultaba o golpeaba sin hacerle verdadero daño.

"¡No lo hagan! Se los ruego...si me lo quitan ya no tiene sentido servirles, yo mismo me encargaré de arder junto a mi odio sin rozar su egoísta reino nunca más"

Un joven azabache plegó sus alas oscuras mientras veía con los ojos entornados aquella fría piedra enterrada en lo que los humanos llamaban cementerio. Su corazón ahora le pertenecía a otra persona, pero las heridas de su alma aún sangraban con el nombre del único que lo hizo ver lo fortuito de la vida como algo que disfrutar aún con su calmada personalidad. Y, nuevamente, dejó que su mandíbula se tensara al sentir aquel oscuro manto caer sobre él al pensar en la incertidumbre y el miedo que lo estaban consumiendo al recordar que podía perderlo todo de nuevo.

"Son personas extrañas, actúan de forma cariñosa y conjugan sus miradas y acciones siempre...como si se amaran, aún cuando no podemos sentir eso"

Un ángel de cabellos platinados se encontraba sentado con un ligero ceño fruncido que desentonaba completamente con el característico aire de paz que siempre irradiaba. Cierto castaño se percató de su aislamiento y se acercó para sentarse a su lado. Sus manos se entrelazaron con parsimonia envueltos en un silencio que reflejaba todo lo que no era necesario decir con palabras, después de todo, ambos ya sabían perfectamente lo que aquejaba al otro tras enterarse de los hechos recientes sucedidos en el mundo terrenal.

Miedo a que empezaran a tomarle más atención de la que deberían a su relación, de que se dieran cuenta que esos sentimientos no eran mero sentido de compañía...que iban más allá.

"Mira, esos dos ya están juntos de nuevo ¿no te parece algo excesivo? Tal vez ellos también sigan los malos pasos de sus superiores, pobrecitos"

Un ligero sonido de llanto era lo único que destacaba en un pequeño rincón donde un pelinaranja lloraba desconsolado en los brazos de un joven azabache que lo abrazaba con aprensión mientras unas leves lágrimas caían también de sus ojos. Se acababan de enterar de la pérdida de su querido amigo y miles de sentimientos empezaban a brotar en cascada sin poderlos controlar.

"Un demonio y un ángel...solo su mención suena ridícula ¿hace falta preguntar la validez de esa relación sin sentido?"

Unas níveas alas cesaron su movimiento en el lugar en el que años atrás se habían batido divertidas junto a otras del mismo color además de unas de aspecto sumamente contrario. Ahora estaban solas en aquel desolado lugar que avanzaba sin compasión, indiferente a lo que había sucedido días antes. Se acercó con lentitud hasta un objeto que llamó su atención y, mientras lo tomaba entre sus dedos, dejó que las lágrimas que había tratado de contener cayeran dolorosamente sobre aquella figura de ángel, lo único que quedaba de su mejor amigo y el joven humano dispuesto a acompañarlo hasta en la temida muerte.

Bendita condenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora