Más feliz que nunca. Pensaba que no podía ser más feliz, con Dani descubrí que sí. Una mañana, decidimos ir a comer a casa de Raquel. Nos había dicho que tenía que decirnos algo.
Para que os lo imaginéis, la casa de Raquel estaba alejada del pueblo, en la montaña. Estaba en una única carretera, que tenía a la derecha su casa, y lo demás, aquella carretera y montaña.
— ¡Hola Raquel! —dijo Dani, hacía años que no la veía.
— Hombre Daniel, veo que te mantienes. Encantada de volver a verte.
— Igualmente Raquel.
— Vosotros podéis ir a dar un paseo, nosotros vamos preparando la comida. —dijo Raquel pasándole el brazo por la cintura de Marcos (que también estaba allí, por cierto).
— Vale sister, estaremos por aquí.
Dani y yo fuimos por el único camino que había, cerca de la montaña que nos quedaba a la izquierda. Hacía un par de días que estábamos juntos, hasta entonces solo nos habíamos dado un par de besos nada más.
— Moni, te he echado menos estos años.
— No te creo.
— ¿Cómo que no?
— No.
— ...
— Demuéstramelo.
Dani sonsacó una sonrisa rebelde y me dio un ligero empujón que hizo que nos desviáramos del camino y nos adentráramos en la montaña.
— ¿Qué...?
Me empujó contra el tronco de un árbol, y empezó a besarme el cuello. Las manos iban solas. Me dejé hacer, me estaba gustando demasiado. Ascendió a mi boca, donde nuestras lenguas se encontraron. Cada vez que intentaba quejarme porque sus dedos recorrían mi columna, él solo lograba sonsacarme un gemido de placer. Me hacía feliz el echo de que aquel hombre pudiese hacer conmigo lo que quisiera.
— Vaya, vaya. Parece que vais a traerme un sobrinito en cuestión de segundos. —dijo Raquel, que nos había encontrado.
Nos asustó, pero no nos quitó las ganas de echarnos a reír como dos niños.
— Cuñada, como sigas así creo que vas a tener que comprarte el sobrino en Amazon.
— Bueno, bueno... Es que la comida ya está lista y venía a avisaros... Pero quizá vosotros sois más de postre, ¿no?
