6-4 Cumplir su palabra

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Ella sintió los pezones duros, presionando contra las palmas.

—¿Ves? —dijo él—. El castigo corporal te excita, _____. Te apuesto algo a que no lo sabías.

Tenía que admitir que era cierto, aunque con una puntualización: que dependía de quién le infligiera el castigo; pero eso último no se lo dijo.

Él le movió las manos poco a poco, obligándola a acariciarse a sí misma.

—Ahora, excítame a mí —le pidió él con suavidad—. Provócame un poco más.

Lo miró con los ojos entrecerrados, esperando que él comenzara a darle placer con la lengua, pero no se movió.

—Quiero mirarte —confesó él. Su voz resultó ronca por la excitación contenida. Ella estaba a punto de mover las manos de los pechos, pero él la detuvo—. Déjame verte —murmuró—. Déjame ver cómo lo haces cuando estás sola.

Ella se movió lentamente al principio y luego con creciente velocidad. Apretó los pezones entre los dedos. No se sentía avergonzada porque sabía que eso lo excitaba. Se relajó contra el respaldo del sillón.

—Córrete —le ordenó él—, estás casi a punto. Yo no voy a tocarte. Vas a hacerlo todo tú.

La excitación que percibió en su voz actuó como un potente afrodisíaco. Se sintió poderosa otra vez; tenía el control. Abrió las piernas perezosamente y se inclinó para masturbarse. El castigo que él le había
administrado la había excitado más de lo que pensaba. Apenas había comenzado a frotarse el hinchado brote cuando sintió que las sensaciones crecían en su vientre.

—Que dure, cariño —murmuró él—. Despacio, despacio... Que dure.

Pero por una vez fue incapaz de obedecerlo. Quería correrse y el deseo borró todo lo demás. El
orgasmo fue intenso y largo. Se contorsionó en el sillón, se puso rígida y se estremeció de placer. Cuando acabó, emitió un suspiro y se relajó.

Notó que Jimin le ponía las manos debajo de los brazos y la levantaba para que presionándole la cabeza, obligarla a arrodillarse frente a él. Se abrió entonces la cremallera de los pantalones y la atrajo  hacia su miembro.
Estaba tan erecto y excitado que apenas llegó a tocarlo con la boca antes de que se corriera. Su liberación fue tan salvaje como la de ella.
Más tarde, cuando ya había tomado un baño y se había vestido otra vez, sentada frente a él y disfrutando de la deliciosa comida china que había encargado, pensó en lo civilizados que parecían: una
mujer con un conveniente vestido gris y un hombre con pantalones de pinzas oscuros y una camisa formal, aunque descuidadamente abierta.
Se sintió cómoda y relajada. ¿Era eso lo que conseguía el buen sexo? Se preguntó si él se sentiría igual. Sin duda, Park estaba haciendo un extraordinario esfuerzo para resultar encantador y
entretenido durante la velada, y una vez más se sintió impresionada por lo culto que era sin llegar a resultar pedante. Su conversación probaba que sus intereses eran tan diversos como los libros que poseía.
Ella intentó sacar el tema de Japón una sola vez.

—¿Otra vez con eso? —preguntó él arqueando una ceja—. ¿Por qué estás tan fascinada por mi viaje al exótico Oriente?

No podía decírselo, claro, pero se moría por saber si iba a hacer el amor con Jade Chalfont
mientras estaban allí.

—No estoy fascinada —mintió—, solo un poco interesada. Montar una campaña publicitaria para el mercado japonés sería todo un reto para nosotros.

—Siempre tan profesional, ¿verdad? —Su voz fue más dura—. ¿Qué te hace pensar que vas a tener la oportunidad de hacer una campaña en Japón?

—Si tus negociaciones tienen éxito...

—Todavía no soy tu cliente —la interrumpió.

—Creía que no cabía duda de que lo serías —dijo ella con voz calmada.

—Es evidente que no puedes asegurarlo, _____. Nuestro acuerdo de noventa días todavía no ha terminado.

—Perdona que te lo diga, pero en estas ocasiones es cuando sospecho que solo me estás utilizando. —Su tono era frío y educado.

—Tienes razón. —La huella de una cínica sonrisa curvó su boca—. Y además a fondo.

—Quería decir que dudo que tengas intención de cumplir tu palabra.

Fue la primera vez que lo vio realmente enfadado. Notó la tensión en todo su cuerpo.

—Espero que no quieras decir lo que pienso, _____. Tengo muchos defectos, pero romper mi
palabra no es uno de ellos. -Había hielo en su voz y en sus ojos.

Supo en ese momento que sería muy peligroso enfrentarse a Park Jimin.

—Lo siento. —Y lo decía de verdad.

—Bien —añadió él lacónicamente—. Si alguno de los dos rompe el acuerdo, serás tú.

«Solo si tú me obligas», se dijo.
Y por la manera en que la miraba, ______ supo que, si se lo proponía, él sería más que capaz de obligarla.
Aquel pensamiento no fue nada reconfortante.

...

—¿Y si te ofrezco una libra?
_______ regresó al presente de golpe. George Fullerton estaba sentado delante del escritorio y se mostraba sonriente.

—Es que no parecías interesada en el penique que te había ofrecido antes —dijo él.

—¿Un penique? —repitió.

—Por tus pensamientos. Tenías la mente muy lejos. ¿Pensabas en algo referente al trabajo?

—Bueno, sí —replicó—, en cierto modo.

—¿Te has enterado de lo último sobre Park JiMin?

—¿El rumor que implica a Ricky Croft? Sí. —respondió _____.

—¿Lo crees?

Recordó la breve y fría cólera que había invadido a Jimin la noche anterior.

—Creo que el señor Park sería muy capaz de golpear a alguien —afirmó—, pero no entiendo por qué iba a tomarla con Ricky Croft.

—Ni tú ni nadie —aseguró Fullerton—. ¿Has escuchado algo más sobre su viaje a Japón?

—Solo sé que es cierto.

Fullerton asintió con la cabeza.

—El señor park se está volviendo un cliente muy apetecible. Y a pesar de que sigue coqueteando
con Lucci’s y su atractiva luchadora, estoy seguro de que serás tú la que se lleve el gato al agua.

Ella deseó mostrarse igual de confiada. Aquel breve atisbo de la cólera de Jimin le había
mostrado que había mucho en él que desconocía. ¿Sería realmente ese ser manipulador que afirmaba todo el mundo? ¿Un hombre que utilizaba a los demás por diversión? ¿La estaba utilizando a ella, confiando en
que la obligaría a romper el pacto cuando él eligiera? Sin duda eso le había parecido.

Todavía seguía carcomida por la duda cuando recibió un paquete de servilletas de papel en el que
aparecía escrito un breve mensaje.

Estoy seguro de que sabrás darles un buen uso.

Sabía que se enteraría de qué quería decir y que resolvería todas sus dudas sin tardar demasiado.

Se le estaba acabando el tiempo.

Los noventa días pronto tocarían a su fin.

90 DÍAS (JM & ___)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora