8-2 Sentimientos.

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—¡Mil libras por una hora con la dama!

Aquella voz era diferente. El público contuvo la respiración al unísono y luego comenzó a aplaudir.

Luego resonó otra vez la primera voz.

—¡Mil libras por el tanga!

La respuesta fue otra ovación.

—¡Dos mil por dos horas de su tiempo! —La segunda voz interrumpió los aplausos.

Aquella voz sí parecía la de Park, aunque los chillidos de los presentes dificultaban la audición.

¿Quién, si no, pagaría tanto dinero por su tiempo? La nota que había recibido estaba escrita por él y era el único que sabía de qué iba disfrazada.

—La dama tiene la palabra —explicó el subastador—. De cualquiera de las dos maneras, la obra benéfica elegida saldrá beneficiada, pero ¿recibirá mil o dos mil libras?

Estaba tan convencida de que era Jimin el que había pujado por ella que no vaciló.

—Vendo dos horas de mi tiempo —dijo.

Hubo aclamaciones, palmas y silbidos. Se dio la vuelta una vez más en el estrado, agradeciendo y disfrutando de los aplausos. Cuando bajó del escenario, alguien le devolvió la ropa y se puso la chaqueta del frac, percibiendo la frialdad de la seda del forro contra la piel.

—Habitación treinta y dos —le informó un miembro del personal—. Es una suite preciosa.

Atravesó el bien iluminado vestíbulo y se dirigió a las anchas escaleras, cubiertas por una larga alfombra granate. Las subió, segura de que Jimin la esperaba en la habitación 32. Se detuvo ante la puerta, vacilando, asustada de entrar. Aquel podría ser su último encuentro y tenía que estar preparada para aceptar que él no era el tipo de hombre que buscara una relación permanente o, si lo hacía, no era con ella. Cuando volviera a verle otra vez sería en un plano laboral y probablemente se tratarían como si solo fueran educados profesionales. Apartó el pensamiento de su cabeza; era demasiado deprimente.

Cuando empujó la puerta, lo primero en lo que se fijó fueron los espejos. Había un brillante
laberinto de reflejos, fruto de las posiciones enfrentadas de las láminas, que conseguían que la habitación pareciera más grande de lo que realmente era. Después fue la cama lo que reclamó su atención. Era un
enorme lecho con dosel y cuatro postes acanalados con adornos dorados. Unos querubines, también dorados, sostenían las blancas cortinas, tan ligeras que se movieron y ondularon con la corriente de aire que se creó al abrir la puerta.

Fue entonces cuando percibió el familiar aroma de cierta loción para después del afeitado.

—Dos horas —dijo una voz—. Y pienso gozar de cada minuto.

Ella se dio la vuelta. Un hombre alto y musculoso, vestido de policía americano, apareció en el
umbral que comunicaba el dormitorio con el cuarto de baño. Ya no llevaba puesta la máscara.

—¿Sorprendida? —se burló—. ¿Esperabas a otra persona? Bien, lamento decepcionarte, pero has
acabado conmigo, como te dije.

Tras un conmocionado momento, ella pensó que había entrado en la habitación equivocada.

—No seas tímida —dijo arrastrando las palabras—. Quítate el frac, siéntete como en casa.

Como única respuesta, juntó más los bordes de la prenda. Lo vio deslizar los ojos más abajo, hasta
el triángulo de seda negra que apenas cubría su vello púbico, y demorarse allí.

—Me han dicho que tienes un increíble sabor —comentó él—. ¿Me dejas comprobarlo?

Ella se quedó helada, incapaz de creer lo que veía y oía. ¿Había confundido la voz de Park durante la puja? No podía ser posible. La de ese hombre era más profunda, y su acento americano era demasiado característico para poder disimularlo.

90 DÍAS (JM & ___)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora