90 días.

4.3K 267 59
                                    

—No te apresures tanto.

—No tengo tanto autocontrol como tú —aseguró él.

Se sentó a horcajadas sobre él, apretándose contra la aprisionada erección, sujetándole las manos por encima de la cabeza mientras lo atormentaba con la boca, besándolo, deslizándole la lengua por la oreja, jugueteando con las tetillas para ponerlas todavía más duras. Sabía que Jimin observaba el espejo, que contemplaba cómo se movía sobre él al tiempo que sentía lo que le hacía, y que ambas sensaciones duplicaban su placer.

Le dijo que se sentara y le bajó la camisa por los brazos, retorciéndola a su espalda, alrededor de las muñecas, y empujándolo de nuevo sobre la espalda. Mientras él intentaba liberarse, le bajó la cremallera de los pantalones y deslizó la mano entre sus piernas.

—Eres mi prisionero —dijo—. Disfruta la experiencia.

Lo masajeó con suavidad y observó con placer cómo reaccionaba ante sus caricias, arqueando las caderas hacia arriba al compás de sus movimientos. Notó cómo se hinchaba entre sus manos hasta que estuvo duro como una piedra. Solo entonces le bajó los pantalones por completo y le despojó de los apretados calzoncillos que apresaban su miembro, liberándolo y haciéndole gemir de alivio. Le quitó los zapatos y los calcetines para desnudarlo por completo.

Entonces se sentó en los talones y lo miró. Era la primera vez que lo veía totalmente desnudo.

Admiró la pesadez de sus testículos y la longitud de su pene, que surgía entre el oscuro vello púbico. Era delgado y bronceado, con largos muslos y estrechas caderas.

Se podían apreciar las depresiones y concavidades de sus músculos abdominales. Estiró la mano y le rodeó una erecta tetilla con un dedo, y luego repitió la acción en la otra. En cada ocasión, él contuvo el
aliento.— ¿Sientes lo mismo que cuando me lo haces a mí? —susurró.

—Si es así —aseguró él con voz ronca—, no me extraña que te guste tanto.

—Date la vuelta —le ordenó.

—¿Por qué? —preguntó con los ojos entrecerrados—. Estoy bien así.

—Porque tú ya has visto mi trasero, ahora quiero ver el tuyo.

Él esbozó una amplia y perezosa sonrisa antes de ponerse boca abajo con lenta elegancia. Ella

admiró sus músculos cuando se movió, la prieta curva de sus nalgas. Lo miró en la cama y luego en el espejo; su cuerpo parecía dorado contra la blanca sábana. Tumbado sobre el colchón con las piernas algo
separadas y las muñecas todavía enredadas en la camisa daba la impresión de estar indefenso. Sabía que era una fantasía, pero resultaba muy agradable; parecía como si pudiera hacer lo que quisiera con él.

Le pasó la lengua por la columna, donde dibujó pequeños círculos, deleitándose con la manera en que reaccionaba. Deslizó la punta de los dedos sobre sus tensas nalgas, recreándose en erráticos
patrones; notó que se estremecía cada vez que le tocaba determinados lugares. Se deslizó lentamente hacia arriba y por fin le besó en la nuca, justo debajo del nacimiento del pelo negro. Él volvió a temblar sin control cuando le acarició el interior de los muslos, rozando con la yema de un dedo la sensible piel de los testículos.

—Ya me has reconocido de pies a cabeza —comentó con la boca contra la almohada—. ¿Me das tu aprobación?

De repente, ella adelantó un poco más la mano y se apoderó de los testículos.

—¿Marsha también te dio su aprobación? —susurró con voz sedosa en su oído.

Él giró la cabeza y la miró de reojo; ella cerró la mano.

90 DÍAS (JM & ___)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora