33: Pequeña.

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-Déjame ayudarte. –dijo Samantha mientras se acercaba a mí y subía el cierre de mi blusa corta escotada. 



Suspire agotada. Realmente lo estaba, todo esto estaba acabando con mi cuerpo. 



-Gracias.. –murmure en un hilo de voz. 



Escuche a la rubia soltar el aire contenido mientras se sentaba nuevamente en su silla delante del espejo. Tomo la brocha de su polvo y note como su mano comenzaba a temblar.
Desde que la había conocido pude notar su problema, al parecer había estado bastante tiempo encerrada con ellos antes de que yo llegara y eso la había afectado con ataques de pánico.
Habían abusado de ella, y obligado a hacer el mismo trabajo que ahora a mi me tocaba. El maldito trabajo de prostituirse solo por la diversión de ellos. 



Luego de pensar que todas las personas que ahora me redondeaban estaban llenas de pura maldad y perversidad, ella salió desde los escombros para, por lo menos un rato, hacerme sentir bien. Aunque ya ambas estemos acabadas. 



Observe mi ahora esbelto cuerpo en el espejo del pequeño cuarto del bar. Trague saliva. No podía verme, con tal solo hacerlo me daba nauseas. Habían echo y sacado de mi lo peor. Me sentía sucia, sin ganas de seguir.
Debajo de mis ojos cubiertos de sombra gris oscuro se encontraban las grandes ojeras moradas y a través de ellos se podía notar la tristeza. 



Oí unos leves golpes sobre la puerta y a los segundos la música retumbo el lugar. 



-Ya es hora.. –murmuro Sam. Se levanto de su asiento colocándose frente a mí y me miro a los ojos. Llegaba grandes cantidades de maquillaje sobre su rostro morotoneado, sus labios color carmín y unos parpados cubiertos de sombra negra junto a sus pestañas largas que hacían conjunto con su cabellera rubia. –Tenemos que ser fuertes. –susurro y me dio un ligero abrazo. 



Solamente asentí. Si seguía así no tardarían en llegar las lagrimas. 



Ambas salimos con nuestros vestuarios sumamente cortos, y con nuestros ojos cubiertos en un antifaz. Intente sacar lo de mi para no obtener consecuencias luego. Era horrible decirlo pero así era, si no hacías bien tu trabajo, ellos se encargaban de hacértelo saber. Camine moviendo mis caderas y sonriendo falsamente en un tono atrevido. Sentí la mirada de varios hombres sobre mí y mi cuerpo tembló.
Gire mi cabeza y pude divisar entre la luz roja a un Dereck totalmente perverso. Sus ojos negros recorrieron mi cuerpo entero sin ninguna pizca de timidez. Las nauseas aumentaban.




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-¿Quieres otro trago, muñeca? –pregunto el tipo castaño que seguramente pasaba los treinta años. 



Negué y trate de sonreír atrevida. –Estoy bien así. 



Chito con la lengua y largo una leve carcajada. –Oh, vamos. Solo será uno mas –admitió. 

Mi mundo dado vuelta ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora