Capítulo 43

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Las lágrimas de Victoria se intensificaron al escuchar las palabras de César, recostó su cabeza en la puerta y se permitió llorar con fuerza mientras seguía de espaldas a él. César la abrazó desde atrás y le hizo quitar la mano del pomo impidiéndole que intentara abrirla, le repitió entonces las palabras que había dicho segundos antes y esto sólo consiguió que ella se rompiese un poco más.

—No puedo vivir sin ti Victoria, no puedo, no quiero… entiende no concibo mi vida sin ti, sin tu presencia. —él también lloraba y la apretaba a su cuerpo como si de ello dependiera su vida.

—Déjame ir César por favor, ya no sigas repitiendo eso, si no pudieras vivir sin mí no me hubieras pedido que nos alejáramos un tiempo.

Él hizo que ella volteara para que lo mirara.

—¿Tú crees que te lo pedí por gusto, de verdad piensas que eso es lo que quiero?

—No lo sé. —sus ojos bañados en sufrimiento se conectaron con los de César. —Quizá no lo haces por gusto pero aún así lo propusiste.

—Porque estoy aterrado de perder a mi hija, tengo miedo Victoria… pero también me aterra perderte a ti. No sé qué hacer. —rompió en llanto como muy pocas veces lo hacía y la estrechó contra su cuerpo sintiendo los sollozos llenos de dolor que ella dejaba escapar.

—Haz lo correcto. —levantó la cabeza para mirarlo. —Yo te entiendo César, me duele, pero te comprendo, porque si estuviese en tu posición te pediría exactamente lo mismo, así se me partiera el alma. Un hijo siempre va a ir por encima de todo, incluso por arriba del amor de tu vida, y lo sé porque yo tengo tres y por ellos dejaría lo que fuera con tal de verlos felices.

—No sé si quiero hacer lo correcto. —se frotó los ojos porque la humedad en ellos le había nublado la vista.

—Dijiste que no querías perder a tu hija.

—Y no quiero hacerlo, pero tampoco creo poder seguir viviendo si te pierdo a ti.

—A veces no podemos tenerlo todo en la vida, y nos toca escoger…

—¿Y vivir a medias, como si te faltara una parte del alma?

—En ocasiones no hay otra opción. —quiso soltarse del agarre pero él no se lo permitió.

—Me niego a vivir sin ti, no puedo hacerlo.

—Sí, sí puedes.

—¿Tú qué sabes de lo que mi corazón resiste?

—Sé que no resistiría perder a una hija. Tú no me perdonarías que por mi culpa ella nunca volviese a confiar en ti, y créeme que yo tampoco podría perdonarme eso.

—En todo caso no sería tu culpa, sino mía.

—De los dos por seguir intentando mantener a flote algo que sabemos que está mal. —logró zafarse de sus brazos y se alejó un poco de él.

—¿De verdad sientes que casarnos con el ritual de la arena fue algo ridículo?

Ella lo miró.

—Jamás dije que hubiese sido ridículo.

—Dijiste que eso nunca iba a cambiar nuestra circunstancia y que no nos daría una realidad diferente porque tú y yo no estamos destinados a ser, ¿de verdad crees eso?

—No sé qué creer ya, sin embargo, no me arrepiento de haberme casado contigo, porque aunque haya dicho esas palabras, para mí esa boda fue real, así lo siento aquí. —se tocó el pecho. —Te amo, y ese día siempre lo voy a atesorar en mi corazón, pero lo que dije es cierto, eso no nos dio una realidad distinta, tú y yo seguimos siendo una pareja fuera de lo común, y no somos libres para amarnos.

—¿Entonces sí crees que no estamos destinados a estar juntos? —se acercó a ella.

—No quiero creer eso, pero situaciones como las de hoy me hacen pensar que es así, que por más que lo intentemos siempre habrá algo que nos separe.

—Yo no quiero que esto se acabe. —todavía lloraba un poco.

—Yo tampoco, pero no sé si pueda seguir contigo sabiendo que Carla te odia por culpa de esta relación.

—Yo voy a hablar con ella, trataré de arreglar esta situación.

—Sí, eso es lo que tienes que hacer...  —sollozó. —Y mientras esperas a que las cosas se calmen un poco con ella y recuperas su confianza, lo mejor será que nos demos ese tiempo del que hablaste.

—Lo dije de dientes para afuera, entiéndeme estoy desesperado, aturdido, no quiero perder el amor de mi hija, pero la verdad es que yo no quiero que nos demos un tiempo. —se acercó un poco más a ella hasta quedar muy cerca de su rostro.

—Yo tampoco. —su mirada se fue inconscientemente a los labios masculinos lo cuales siempre eran una tentación, claro que no era el momento para caer en ella.

—Entonces no lo hagamos.

—Tenemos que hacerlo, por lo menos mientras Carla se tranquiliza un poco.

—Yo no sé cuanto tiempo eso pueda tomar, pueden ser días, meses… o puede que no pase nunca. No quiero estar lejos de ti mientras eso suceda. —le tomó la cara con ambas manos y se acercó a su boca. —Olvida lo que dije, darnos un tiempo es el peor error que podemos cometer.

—Sabes que no es así, es lo correcto y aunque nos duela tenemos que aceptarlo. —sintió sus labios rozar con los suyos y esta vez no pudo contenerse ante la tentación, aún con los ojos cristalizados entreabrió su boca un poco y se acercó casi por instinto a la de él para iniciar un suave y doloroso beso… el de la despedida.

César la envolvió en sus brazos y la estrechó contra su cuerpo con fuerza, ambas lenguas se mezclaron rápidamente en un amoroso y ansioso beso, él no pudo evitar levantarla del suelo para llevarla hasta el sofá más cercano. Cuando cayeron recostados en éste Victoria abrió los ojos y volvió a la realidad, intentó apartarlo de ella pero no podía luchar contra el peso de él.

—César estamos haciendo esto más difícil, yo creo que lo mejor es que me vaya, ya es tarde.

Él instintivamente miró un reloj sobre la mesita a su izquierda; no se movió de donde estaba.

—No es tan tarde.

—No hablo de la hora, sino de nosotros. Es tarde para seguir con algo que trae más desgracias que alegrías. —quería que él se quitara pero aunque lo empujaba no lograba moverlo ni un milímetro.

—Eso no es cierto, no digas eso. Yo soy muy feliz contigo. —le estampó un besó cargado de melancolía.

—Sí, pero en este caso no sólo de trata de nosotros, sino de quienes nos rodean. —le volteó la cara cuando vio que él se acercaba para besarla de nuevo. —Déjame ir por favor.

—No. No quiero que te vayas. —le daba otro beso. —¿Tú de verdad te quieres ir?

—Bien sabes que no pero es lo que hay que hacer.

—Quiero amarte. —ignoró por completo sus palabras y llevó su boca hasta la dedicada piel del cuello femenino para besarla con infinito amor y el deseo reprimido de esas más de dos semanas en las que no se vieron.

—No hagas que todo se vuelva más complicado, suéltame. —su boca decía una cosa, pero sus manos decían otra puesto que se agarraban de la espalda de él y lo apretaban no queriendo que se alejara de allí.

—Te amo Victoria, no quiero vivir en un mundo en el cual no estés. Entiende que te necesito como al aire que respiro. —sus dedos se colaron bajo el dobladillo de la blusa negra de ella y rozaron su piel quemándola al instante.

—Yo también te amo y te necesito, pero no podemos hacer esto, no ahora, no esta noche. Debo irme César, aunque daría lo que fuera por quedarme, sé que no puedo hacerlo, ni hoy ni el resto de las noches. Sigo en lo dicho, voy a darte el tiempo que necesitas para recuperar el amor y la confianza de tu hija. —ahogó un jadeó cuando lo sintió acariciar sus senos aún cubiertos por la tela del sostén.

—Si vas a despedirte, por lo menos déjame amarte antes, sobretodo si insinúas que esta será la última noche, en quien sabe cuanto tiempo.

—No lo insinuó, te lo digo desde el fondo de mi corazón, me voy a alejar por el bien de los dos.

—Déjame por lo menos intentar convencerte de lo contrario. —no la dejó replicar, de inmediato unió su boca a la de ella y la devoró en un beso ardiente, deseoso e intenso.

Victoria separó los labios y le permitió la entrada a la lengua curiosa que trataba de colarse en ella. Las palabras de repente ya no fueron tan necesarias, sus besos ansiosos hablaban lo suficiente. Con caricias fogosas y lenguas danzando libres de razonamiento se mudaron a la habitación, allí cayeron en la cama, él sobre ella devorándola con fervor. La ropa de ambos no tardó en ir desapareciendo y quedó esparcida por todo el colchón y parte del suelo. Una vez desnudos se tocaban lento, sin demasiada prisa, como si quisieran marcar la piel del otro y a su vez hacer que quedara tatuada en sus dedos por la eternidad. No faltaron los gemidos y fuertes jadeos a la hora de volverse un solo cuerpo, la unión fue igual que siempre pero con un toque un poco distinto, se podía decir que era pesadumbre, quizá porque esa entrega les sabía un tanto a despedida. La fricción de pieles, de carne con carne los hizo tocar el cielo con las manos, el orgasmo fue explosivo, pero más allá de serlo físicamente, les llenó el alma e hizo que todo su corazón se vaciara allí en esa cama que decía adiós. Después de que sus cuerpos se sacudieron a causa del ardoroso clímax se quedaron tumbados en completo silencio durante algunos minutos que se sintieron más largos de lo que en realidad habían sido. Eventualmente los dos sintieron el deseo de romper el silencio, pero sólo uno se animaría hacerlo, se encontraba abrazados y ambos miraban el techo pensando en qué decir, ella suspiró y cerró los ojos y fue él quien habló primero.

—¿De verdad te irás?

—No quiero hacerlo. —lo miró.

—No lo hagas entonces. —sus ojos hicieron contacto.

—Tú sabes que es lo correcto César.

—¿Lo correcto para quién?

—Para todos, para tu hija, para nuestras familias… para ti.

—Perderte a ti no es lo mejor para mí Victoria.

—Si pierdes el amor de tu hija vas a sufrir tanto que terminarás por odiarme. Yo no podría perdonármelo y tampoco soportaría que algún día me lo echaras en cara.

—Jamás haría eso.

—Yo sí me lo recriminaría a mí misma y no creo poder aguantar sentirme culpable toda la vida por eso.

—¿O sea que me estás diciendo adiós para siempre?

—No te estoy diciendo adiós, en realidad no creo ser capaz de poder despedirme de ti.

—A mí me parece que eso es exactamente lo que estás haciendo… y no me gusta. —la estrechó más en sus brazos.

—César, ¿por qué me pediste hace rato que nos diéramos un tiempo?

—Ya te dije que eso lo hice bajo todo este desespero y angustia que llevo dentro y el miedo de perder a mi hija, pero lo dije de la boca para afuera, no es lo que de verdad deseo.

—¿Por qué me lo pediste? —insistió como si su pregunta no hubiese sido respondida.

—Victoria…

—Dime.

—Porque creía que era lo mejor, por lo menos durante un tiempo. —admitió.

—Ya ves, nos guste o no esa opción es la mejor.

—Pero duele. —sus ojos se humedecían al tiempo que miraban fijamente los de ella.

—Demasiado. —sintió como unas lágrimas traicioneras se iban acumulando en esos dos agujeros de su rostro que ahora transmitían tanto pesar.

—¿Cuánto tiempo? —le preguntó casi con el alma en un hilo.

—Ojalá pudiera saberlo… no sé, supongo que hasta que tu hija esté más tranquila y hayas logrado hablar con ella, y quizás se calme un poco.

—Tengo miedo de que eso no pase pronto.

—Inténtalo, en algún momento las cosas tienen que mejorar, yo tengo fe en eso. De hecho en este instante deberías estar en tu casa tratando de recuperar a tu hija y no aquí conmigo.

—Ella no me hubiera querido dirigir la palabra en este momento y mucho menos hubiese dejado que yo le dijera nada, tengo que dejarla procesar todo antes de hablar con ella.

—Aún así no deberíamos estar aquí. —intentó incorporarse pero él no la dejó.

—No, quédate un rato más. —la abrazó con fuerza impidiéndole moverse.

—No creo que sea prudente, ya para qué César, nos vamos a torturar más.

—Sólo un ratito por favor. —la besó en los labios. —Quédate un poco mi amor antes de que nos toque decir adiós.

Victoria cerró los ojos y dejó escapar un largo suspiro mientras se acurrucaba bien en el pecho de César. En silencio maldijo todo, la vida, las leyes, los matrimonios, las esposas insoportables como Vivian y se maldijo a sí misma por no haber cruzado aquella puerta rato antes cuando tuvo la oportunidad… también lo maldijo a él por tener la capacidad de hacer que amara tanto el calor de su cuerpo, maldita tentación a lo errado en la que caía una y otra vez. Había sido una despedida con sabor a llegada, y es que hay amores que por más que se digan adiós nunca se irán por completo.

—Te amo. —pronunció ella con ojos cerrados antes de dejar que Morfeo se la llevara a dar un pequeño paseo.

—Yo también te amo. —le replicó él abrazándola a su ser como si el aire que entraba a sus pulmones dependiera de eso.

Durmieron bajo un estado de nostalgia por casi dos horas, Victoria despertó primero, al abrir los ojos lo vio profundo, supuso que era lógico que siguiera dormido porque con todo el asunto de su hija era obvio que había tenido un día más pesado que el de ella. Lo observó durante algunos segundos y no pudo evitar que sus ojos se inundaran en llanto por lo que estaba a punto de hacer. Lo más delicadamente posible se incorporó y tratando de no despertarlo se paró de la cama y fue por su ropa, se cambió en el baño para no hacer ruido y al salir notó que el seguía descansando, por lo que dio las gracias al cielo, pues si lo encontraba despierto todo iba a ser más difícil. Iba a irse, así sin decir adiós, podía parecer cruel o egoísta pero no lo era, sabía que ninguno de los dos iba a poder despedirse, el corazón se les iba a desgarrar como el de ella se estaba desgarrando en ese momento. Antes de salir buscó con cuidado algo en una gaveta, era una libretita de notas de Mafalda y un bolígrafo muy mono del mismo motivo que César le había dado un día, escribió una pequeña nota y se la dejó en el lado de la cama en el que ella solía dormir, luego de eso le dio un suave beso en los labios y salió de allí apurada como si estuviese huyendo de algo… era de la despedida de lo que huía.

Cuando llegó al estacionamiento y subió a su camioneta miró la hora en su reloj de muñeca, eran la 1:54 de la madrugada, a esa hora su corazón se hizo trizas, arriba había dejado al amor de su vida sin saber en qué momento volvería a estar con él, o peor aún, si volvería a estar con él algún día. Se permitió romper en llanto por enésima vez esa noche, pero ahora sí con una intensidad con la que no había llorado en años. Dejó caer su cabeza en el volante y sollozó por incontables minutos, agarró su celular cuando su vista se despejó un poco de esas gotas de dolor y llamó a su hermana y eterno paño de lágrimas.

—Gaby.

—Victoria, ¿qué te pasa? —se preocupó al escucharla tan destrozada del otro lado.

—Perdón si te desperté pero necesitaba hablarte. —todavía sollozaba.

—No te preocupes, estaba despierta, pero dime qué te sucede, me estás preocupando Vicky. ¿Estás en la carretera, te pasó algo?

—No, yo estoy bien… bueno físicamente. Necesito una hermana esta noche, y tú sabes que eres mi favorita, no quiero dormir sola, ¿puedo ir a tu casa?

—Mi hermana eso no lo tienes ni que preguntar, claro que sí, ven que acá te espero para que me cuentes porque estás así.

—Gracias Gaby, te veo dentro de poco.

Colgó la llamada y encendió el motor, salió del aparcamiento y antes de tomar la carretera que la sacaría de allí miró por el espejo retrovisor hacia el edificio donde había tenido los mejores momentos de su vida y le dijo adiós con la esperanza de que sólo fuera un hasta luego.
. . .
César despertó casi a las tres de la mañana, se incorporó desorientado en la cama y aún con ojos cerrados pudo notar que Victoria ya no estaba allí porque el colchón en su lado estaba frío. Los abrió y miró a su alrededor, se encontraba solo, se paró y prácticamente corrió al baño para ver si la hallaba, pero no, sólo encontró vacío y mucho silencio, así mismo se asomó fuera de la habitación y halló lo mismo. Regresó a la cama y se dejó caer abatido, ella se había ido.

—¿Por qué tenías que irte así Victoria? —se preguntó en voz alta largando un suspiro, de repente algo cerca de su mano llamó su atención, era un papel de la libreta de notas que le había regalado un par de meses atrás, siempre jugaban a dejarse recaditos en esos mismos papeles por los rincones del departamento, igual que ahora, sólo que en esa ocasión el mensaje no sería tan agradable.

SECRETO A VOCESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora