El rostro de Vivian se transformó luego de escuchar la pregunta de Carla, ¿de dónde había sacado esa idea? Muchas veces su hija los había escuchado a ella y a César discutir, pero de ahí a cuestionar con tanta firmeza si su padre tenía otra mujer era algo desconcertante… ¿acaso sabía más de lo que debía? La interrogante la tomó por sorpresa, no sabía qué decir, muchas veces ella misma quiso gritarle la verdad en la cara para que supiera la clase de hombre que era su papá, pero ahora que le tocaba enfrentar el momento, se había quedado paralizada y sin la menor idea de qué responderle.
—¿De… de dónde sacas eso Carla? —su voz tembló un poco sin que ella pudiese evitarlo.
—No intentes mentirme mamá, yo sé que algo raro está pasando, yo te escuché reclamarle a mi papá hace un tiempo y mencionaste que tenía otra mujer, además lo he estado observando y… tiene actitudes y comportamientos muy raros. A veces llega tarde, hay noches en las que no viene a dormir, está distante contigo, ustedes ya no se llevan como antes, desde hace mucho las cosas ya no son iguales, no sé por qué no lo noté antes. —se dejaba caer sentada en un sillón tras ella, su rostro se veía abatido, su mirada un poco triste. —Dime la verdad ma, es lo único que te pido.
—Carla… yo no sé qué decirte. —se sentó junto a su hija y le tomó una mano entre las suyas.
—Si ni siquiera puedes negarlo es por algo, ¿es porque es verdad, mi papá está con otra cierto?
Vivian miró directo a los ojos de su hija y se debatió entre ambos caminos a tomar, ninguno parecía más tentador que otro, ambos eran difíciles de enfrentar.
—Contéstame. —imploró la joven.
—Sí. —su voz fue apenas audible. —Tu padre está con otra mujer… —la confesión vino acompañada de un par de lágrimas. —Perdóname si te hago daño al decirte esto hija, pero no siento que sea capaz de negarlo, llevo demasiado tiempo tragándomelo todo.
Carla no pidió más explicaciones en ese momento, no hubiera podido soportarlas, todo su mundo se paralizó y varias gotas de desilusión bajaron sin control por sus mejillas. Sus piernas apenas le permitieron pararse de allí y salir corriendo hasta su habitación, no quería ni podía seguir escuchando nada, era demasiado con saber que el hombre que tenía en lo alto como una especie de héroe, no era más que un infiel, al menos desde su perspectiva. Ninguna princesa de papá desea enterarse jamás que su castillo está construido a base de mentiras, y eso era precisamente lo que le había ocurrido a ella.
. . .
De vuelta en la playa de Miami la pareja de enamorados había terminado de acortar la distancia entre ellos y la mesa hermosamente arreglada para la ceremonia, porque sí, eso sería, una ceremonia de boda muy peculiar, pero demasiado especial para los dos. César presentó a Victoria con el señor mayor que antes se había acercado hasta allí, era un viejito que desde sus años de juventud se dedicó a compartir con la gente su cultura; de donde él venía las bodas no se realizaban en papel delante de un juez, sino con arena y con el único requisito del amor verdadero.
—¿Estamos listos? —preguntó el anciano con una sonrisa cálida que a Victoria le dio mucha confianza, la sintió paternal, por un momento recordó a su papá que en paz descansaba y sus ojos se humedecieron un poco más de lo que ya estaban.
—¿Mi amor, estás lista? —le cuestionó César sin soltarle la mano y sonriéndole con amor.
—Sí. —miró a su futuro… marido, si así podía llamarle y le sonrió cuando este le secó con ternura una lágrima que le bajó por la cara. —Estoy más que lista.
—Comencemos entonces. —el señor los miraba con alegría, había hecho ese ritual con muchas parejas pero pocas se veían tan enamoradas y unidas como esa que tenía enfrente. —Ustedes han venido aquí voluntariamente para unirse ante los entes más poderosos que existen sobre esta tierra, que son el mar, el cielo, y Dios mismo.
Victoria miró a César y le mostró una sonrisa de oreja a oreja, estaba rebosando de felicidad. El viejo proseguía con los suyo pero ellos estaban perdidos en los ojos del otro.
—El día de hoy estamos frente a estas entidades para jurar la unión de sus almas en una ceremonia que tiene la validez que ustedes mismos le den. Aquí no hay un papel, no hay un juez ni un notario, pero están ustedes con sus corazones en la mano y mientras ambos estén dispuestos a dar este paso no hace falta más. Victoria, César, ustedes ya tienen sus anillos puestos, en el dedo meñique que significa promesa, promesa de amor, promesa de unión, y a diferencia del anillo que las leyes de los hombres estipulan, esta argolla representa el pacto que no sólo se harán con la boca, sino con el alma.
Ellos sonrieron entre sí y miraron ambos sus argollas en el dedo meñique.
—Bien, ahora cada uno va tomar un recipiente con arena. —le señalo tres recipientes de cristal en la mesa, dos de ellos tenían arena hasta la mitad y en el centro había uno vació, Victoria y César siguieron las indicaciones. —César dile a tu amor los votos que vengan de tu corazón el día de hoy.
Él miró a Victoria y con una sonrisa comenzó a derramar sus sentimientos allí delante del sol que ya comenzaba a desaparecer en el horizonte.
—Victoria, antes de conocerte yo creía que era feliz, creía que lo tenía todo, aunque muy en el fondo mi corazón me decía que algo me faltaba para ser verdaderamente pleno, no sabía lo que era, pero lo anhelaba, luego una tarde entraste a aquella oficina donde nos conocimos, y en el instante que vi tus ojos supe que eras tú lo que esperaba sin imaginarlo. Todo empezó a hacer sentido en ese momento, te estuve esperando a ti, llevaba toda mi vida ansiándote sin siquiera saberlo. No ha sido fácil el camino que hemos recorrido desde entonces, sobretodo porque somos un par de almas destinadas a ser, que ha tenido que enfrentar lo prohibido, cada día rompemos las reglas, pero he dejado de atormentarme por eso, porque por tenerte a mi lado vale la pena todo lo que venga. Las piedras a nuestro paso han sido pequeñas montañas que volvería a escalar mil veces con tal de estar cerca de ti. Te amo con todo mi corazón, a estas alturas de nuestra historia, yo no concibo mi vida sin ti, no creo que pudiera estar sin mirar tus bellos ojos, sin escuchar tu risa u oír tu dulce voz, no me imagino un mundo en el que no pudiese verte o estar cerca de ti, tú eres parte de mi alma, y si algún día me faltaras, sinceramente no sé qué sería de mí.
Ella sonrió y una lágrima bajó por su mejilla luego de escuchar esas palabras tan llenas de amor y sinceridad. Mientras miraba a los ojos a ese hombre que tanto amaba, el señor al otro lado de la mesa le hizo saber que era su turno para decirle a su amor lo que sentía.
—No preparé unos votos, todo esto es tan sorpresivo. —miró a César y éste le sonrió y le acarició la mejilla.
—No pasa nada… sólo deja que tu corazón hable.
Victoria lo miró directamente a los ojos, él supo que ella estaba hablando más con sus pupilas que lo que lo haría con la boca, siempre era así, los ojos de esa mujer eran tan expresivos que a veces lo seguían impresionando, incluso después de tantos años ya de verlos.
—Sabes, yo siempre busqué estabilidad para mi vida, estaba obsesionada con conseguirla, no sé, quizás porque mis padres se divorciaron y no quería vivir igual a ellos, yo quería un matrimonio firme, un amor duradero, estable, antes de que llegaras a mí yo estaba clara en que eso era lo que necesitaba para ser feliz, pero con el tiempo me he dado cuenta de que no es así, no necesariamente la estabilidad es lo que da felicidad, a veces lo más inestable puede ser lo que te dé verdadera alegría. He aprendido eso a tu lado, no necesito más de lo que tenemos, y no quiere decir que no sueñe con ello en un futuro, pero por ahora no me hace falta más que tu amor, es suficiente con que me ames y te ame para vivir felices el resto de nuestras vidas. Te amo con todas mis fuerzas César, a tu lado siento una dicha que no siento en ningún otro lugar ni con ninguna otra persona. Tú eres esa inestabilidad de la que siempre hui, y mira, hoy estoy aquí jurándote amor eterno porque prefiero mil veces un amor real dentro del caos, que cientos de amores insuficientes en la calma.
Lágrimas de alegría bajaban por las mejillas de ambos, no despegaban sus miradas y de sus bocas no desaparecía la sonrisa enamorada que llevaban. El anciano sonrió ante tan bellas declaraciones de amor y entonces continuó con la ceremonia.
—La arena que tienen en sus recipientes representa su vida, cada grano es un sentimiento, un momento vivido, un minuto compartido, cada partícula los compone a ustedes y al amor que se han tenido y se siguen teniendo, este jarrón vació… —tomaba el recipiente que había quedado sobre la mesa y se los mostraba. —Representa el mundo, el universo y la unión del matrimonio por las leyes naturales. Viertan al mismo tiempo la arena en el recipiente, cada pequeño grano se mezclará sin posibilidad de volver a separarse, y ustedes como individuos quedarán unidos eternamente por el amor que comparten, y así como esta arena es imposible de separar, así será el lazo de matrimonio que hoy atan aquí.
Victoria y César seguían sus instrucciones con una alegría en sus rostros que era imposible de ocultar, la arena ya estaba vertida en el jarrón, mezclada para siempre, lo mismo que sus almas y sus corazones.
—Te amo. —le susurró ella.
—Yo también te amo. —respondió él.
—En este hilo rojo... —sacaba un pedazo de un fino cordón color carmesí. —Pondrán sus anillos y los atarán juntos y estos reposarán en la arena que han vertido aquí. César. —se lo entregaba.
Él se quitó el anillo y bajo la atenta mirada de Victoria la cual estaba bañada en lágrimas, lo colocó a través del hilo, ella hizo lo mismo imitándolo, ambos aros plateados quedaron colgando juntos en el centro, cada uno tomaba un extremo de la hebra y se miraban con amor. El señor les indicó que repitieran unas palabras al tiempo que ataran los anillos con el hilo.
—Prometo nunca desamarrar el nudo que nos ata, y mientras haya amor no separaré estos anillos que firman nuestra unión. —dijeron los dos al mismo tiempo guiados por el hombre mayor.
—Coloquen su lazo de vida en el recipiente con arena. —así lo hacían ellos. —Y no lo saquen de ahí bajo ninguna circunstancia. En las culturas ancestrales creían que el amor no se debía presumir con ninguna joya, que no era necesario llevar nada en las manos para saber que el compromiso allí estaba, por eso hacían que los anillos descansaran en la arena que los vio casarse y se quedaran allí para siempre, así como hoy han hecho ustedes. —tomó un tapa en cristal y se la colocó al frasco para cerrarlo. —Tomen el jarrón juntos y repitan conmigo. «Hoy te acepto como mi esposa/esposo para toda la vida, mientras exista amor yo te seré leal, te respetaré, caminaré de tu mano y veré la vida a través de tus ojos. Prometo no dejar que nada me aparte de tu lado y te amaré con todas las fuerzas de las que soy capaz, hoy y siempre. Desde este momento soy tuya/yo por el resto de mis días y más allá de la muerte.»
Después de repetir las bellas palabras que sellaban su compromiso de amor, soltaron el recipiente y se acercaron el uno al otro, sus labios casi rozando, sus respiraciones mezcladas y mirándose fijamente a los ojos.
—Hoy presento ante Dios y ante este último destello de sol, la unión de Victoria y César, ellos han fusionado sus almas así como se fusionó la arena que reposará eternamente en este recipiente. —lo levantó al cielo. —Por las leyes que me han sido otorgadas por la naturaleza, los declaro marido y mujer… pueden besarse.
Fue un beso húmedo el que compartieron después de aquel momento, las lágrimas bajaban por los rostros de ambos y mojaban sus labios que ansiosos se saboreaban, ninguno de los dos podía creer aún que ese instante fuese real, porque era real, para ellos sí lo era, y acababan de casarse, de jurarse amor eterno y sellar un compromiso que iba más allá de un simple papel con tinta que a la larga podría romperse. Sin embargo, la unión que acababan de hacer ahí no podría romperla nada ni nadie.
—Siempre te voy a amar César. —le decía luego de romper el contacto de sus bocas, todavía respiraban el mismo aire. —Y este momento no voy a olvidarlo jamás, siempre lo voy a llevar en mi corazón.
—Puedes estar segura que yo también, para mí este día será uno de los más bellos recuerdos que tendré en la vida. Te amo y te amaré por la eternidad Victoria. —un último beso sellaba el hermoso instante.
—Muchas felicidades a los dos. —les decía el anciano. —César, debo decirte que te quedaste corto al describir a tu compañera, parece un verdadero ángel, es preciosa.
Victoria le sonrió.
—Gracias amigo. —decía César. —Y no es que parezca un ángel, es que lo es. —le besó la frente a su mujer.
—Yo les deseo mucha felicidad, pero sobretodo mucho amor, ese sentimiento es el que mueve todo en el mundo, y mientras exista, no hay nada que no se pueda lograr. Recuerden siempre eso…
—Así lo haremos, fue un gusto conocerlo. —Victoria se acercó para darle un abrazo, este correspondió con mucho afecto paternal. —Y gracias por todo.
—Gracias a ustedes por confiar en mí para este momento, siempre es un placer ver una pareja enamorada unir sus almas así, y más si se aman como puedo notar que lo hacen ustedes. Cuiden muy bien ese recipiente y lo que reposa en él, pero recuerden que el compromiso de amor que hoy hicieron no está dentro de ese cristal, está en sus pechos, allí en sus corazones, y ese sí es un jarrón que hay que cuidar mucho. Hagan eso mutuamente, cuídense, apáchense, sean respetuosos, honestos, leales el uno con el otro y les aseguro que van a ser muy felices. No usen nunca sus circunstancias para justificar un problema o malentendido, tengan claro que el verdadero deseo de permanecer unidos sale de adentro, y sea cual sea su situación, si ustedes se aman, jamás se van a soltar las manos. Sean felices siempre.
Mientras el viejo les aconsejaba, la pareja permanecía abrazada y escuchaba con atención sus sabias palabras. Fue cuestión de segundos para que el hombre se despidiera y los dejara solos deseándoles toda la dicha del mundo.
—Dime algo. —le pedía César luego de quedar a solas con ella.
Victoria lo miró con una sonrisa que iba de oreja a oreja, todavía estaba abrazada a él y sentía como el corazón le latía igual que el suyo.
—Estoy tratando de procesar aún todo lo que acaba de pasar, me parece un sueño.
—¿Estás contenta? —jugaba con una onda de su cabello.
—¿Mi cara de idiota enamorada en las nubes no te dice que lo estoy?
—Mucho, pero quiero escucharlo. —le acarició la mejilla izquierda con ternura.
—Soy la mujer más dichosa en este momento, estoy feliz, sin poder creer todavía todo lo que acabamos de hacer, pero alegre, contenta… —sus ojos se humedecían por enésima vez ese día. —Gracias por tanto César, te amo.
—Tú te mereces el mundo entero Victoria, incluyendo la luna y las estrellas, que esta noche son nuestras, mira. —la hizo mirar al cielo, la noche acababa de caer y la luna comenzaba a hacer su aparición, así como esos destellos de luz que cubrían el firmamento creando un bello manto sobre sus cabezas.
—Casarnos frente al atardecer fue hermoso, y ahora ver este cielo tan perfecto me hace soñar con que todo es posible.
—Lo es, y mira aquí la prueba. —tomó el jarrón con la arena y sus anillos de promesa eterna y se lo mostró, ella sonrió.
—¿Lo pondremos en nuestra casa?
—Claro que sí, adornará el estante principal del living como un bello recordatorio del amor que nos tenemos y el juramento que hicimos hoy aquí.
Ella se acercó a besarlo.
—Te amo esposo mío, mi amigo, compañero, amante y cómplice para toda la vida.
—Y yo a ti mi bella señora, amiga, mujer y eterno amor. —sus labios se unieron una vez más y se probaron durante un par de minutos.
—Tengo muchas preguntas que hacerte acerca de todo esto.
—Y dejaré que las hagas pero tenemos que ir a una parte primero, la noche no termina aquí, en realidad ahora es que comienza.
—¿Ah sí… más sorpresas? —levantó una ceja con diversión.
—Así es, nos espera una larga noche. ¿Me acompañas? —le extendió la mano.
—¿A dónde?
—Primero a enmarcar este momento para siempre y luego a celebrar hasta que el sol aparezca por ese mismo horizonte en el que se perdió.
—Encantada.
Caminaron juntos de la mano por la arena, con el cielo y la luna de testigos, el mar de fondo les tocaba una bella melodía. El sonido de las olas en la orilla anunciaba el paso de dos seres que desde ese día se sentían más unidos que nunca por un puñado de arena que descansaba delicadamente sobre un recipiente que los representaba a ellos y al amor que se habían tenido desde el primer momento en que sus ojos se cruzaron.
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SECRETO A VOCES
RomanceHay cosas en la vida que son obvias, que dejan de ser secretos y se convierten en algo que todos saben pero que prefieren cerrar los ojos e ignorarlo. Callar muchas veces es más fácil que aceptar la verdad. El amor de estos dos actores ha sido así...