Capítulo 44

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El reencuentro no se estaba dando en una habitación llena de pétalos de rosa, velas no alumbraban el momento, tampoco yacían en una cama con sabanas blancas, sin embargo, allí estaban sin importar el entorno, amándose como nunca debieron dejar de hacerlo. Las cuatro paredes de ese camerino estaban a punto de presenciar la unión de dos cuerpos que habían estado en abstinencia de amor por más tiempo del que los enamorados pueden soportar. Ambos a medio vestir se acariciaban de forma ardiente, las telas que cubrían su piel ya comenzaban a sobrar, pero las ganas eran tantas que ni para desnudarse por completo había tiempo. Se quitaron lo suficiente como para poder frotarse carne a carne, la longitud ansiosa de él se paseó por los pliegues femeninos causando fuertes gemidos por parte de ella. Tanto tiempo sin sentirse, sin frotar sus pieles, y ahora estaban allí, tan cerca de convertirse en un solo cuerpo nuevamente.

—Hazlo, hazlo ya. —suplicó ella contra su boca mientras se removía desesperada sobre aquel tocador. —César por favor, ya no aguanto más.

Ante la suplica de ella, él se restregó en su entrada y poco a poco fue abriéndose paso para invadirla hasta lo más hondo.

—Dios. —murmuró César entre gruñidos cuando se enterró por completo en ella. —Cada vez que estoy dentro de ti después de tiempo sin haberlo estado siento que he vuelto al lugar al que pertenezco.

—No sabes cuanto he ansiado esto. —le tomó ambos lados de la cabeza y se la sostuvo justo frente a la suya para que sus ojos hicieran la misma conexión que sus cuerpos; aún no se movían, querían primero disfrutar de la unión de sus pieles y cerciorarse de que aquel momento era real, tan real como la excitación que había entre sus piernas.

—No creo que más que yo. —le tomó las piernas, una con cada mano y la reacomodó un poco para que el centro de su ser quedara aún más expuesto, Victoria soltó un gemido al sentir el movimiento, estaba ansiando como nunca que comenzara a embestirla.

—Muévete. —le pidió al tiempo que le mordisqueaba los labios.

César comenzó a hacerlo, y una vez dio el primer envite, no pudo parar, se movió una y otra vez dentro y fuera de ella con fuerza. Victoria gemía olvidando por momentos el lugar en el que se encontraba, él la acallaba a punta de besos, aunque a decir verdad poco les importaba a los dos si todo Televisa los escuchaba en ese instante. Habían sido cuatro meses de aguantarse las ganas de estar juntos, de obligar al deseo de amar a permanecer callado, y ahora que una vez más eran un solo cuerpo no les importaba nada que no fuese esa unión. Ella permanecía de piernas abiertas de par en par, él se las sostenía flexionadas alrededor de sus caderas haciendo así las embestidas más profundas, la erección endurecida tocaba lo más hondo de su cuerpo y la hacía delirar cada vez que se deslizaba con rapidez en su interior. La fricción era exquisita, sus pieles estaban ardiendo, sus cuerpos sudando, ambas bocas chocaban en besos apasionados que hacían del reencuentro un momento único e intenso.

—Tanto tiempo sin… sin sentir este placer. —su voz sonó entrecortada, y es que a cada embestida que él le daba todo su cuerpo se sacudía sin control.

—Lo estaba necesitando. —le dijo él agitado mientras le hacía pequeños mordiscos en el cuello.

Se movieron un poco más a ese ritmo hasta que él la hizo cambiar de posición con intenciones de alcanzar el clímax de una vez por todas, esa liberación tan exquisita que llevaban meses ansiando tener juntos. La colocó de pie frente al tocador mirando hacia el espejo y se colocó detrás de ella para entrar en su cueva secreta desde atrás. Victoria abrió los ojos por un momento y se miró en el reflejo del cristal, su expresión era de tanto gozo que hasta se apenó un poco, su boca entreabierta, sus mejillas sonrosadas y sus pupilas dilatadas gritaban placer extremo. Detrás de ella César no lucía muy distinto, ambos rostros eran de puro disfrute, llevaban demasiado tiempo no teniendo una cara así, pues esa unión de pieles tan deliciosa solo la lograban juntos, ninguna caricia que pudiesen recibir se comparaba a las que se propinaban cuando eran ellos dos entregándose al verdadero amor. Las manos de él se posaron en las caderas de ella, y su cuerpo automáticamente empezó con el movimiento de invasión hacia el canal tan exquisito que ella le ofrecía. Victoria lo ayudaba agitando también su cuerpo y moviéndose de atrás hacia adelante mientras reposaba sus manos en la madera de aquella mesa. Las caricias no faltaron, él llevó una mano hasta el botoncito sensible de ella y se lo frotó con ahínco provocándole convulsiones incontrolables producto de un gustoso espasmo que le hizo temblar las piernas, ella llevó su mano hacia atrás y le tocó con suavidad la pelvis brindándole placenteras cosquillas. El orgasmo no tardó en llegar para él quien se vació dentro de aquel lugar tan cerrado y húmedo, ella no demoró en acompañarlo una vez más al sentirlo escurrir caliente entremedio de sus piernas. Aquella culminación fue explosiva, Victoria tuvo que morderse los labios para no soltar un grito de éxtasis en ese mismo momento y alertar a todo el mundo en aquel edificio, a César le pasó lo mismo, sólo que él sí se permitió gruñir con fuerza. Todavía con la respiración entrecortada se miraron a través del reflejo y una sonrisa de satisfacción se asomó en sus rostros. A ella le fallaron las piernas y si no hubiese sido porque él la sostuvo envolviéndole los brazos en la cintura, se hubiera caído al piso sin duda alguna.

—Eso fue… alucinante. —logró decir ella a medida que la respiración se le fue normalizando. —Delicioso.

—Maravilloso. —le respondió él haciendo que ladeara la cabeza para besarla con ardor en la boca, sus cuerpos aún permanecían fusionados en uno como dos rompecabezas.

—Te amo. —dijo ella por fin cuando dejó de sentir aquella lengua que la invadía casi hasta la garganta.

—Yo también te amo Victoria, no sabes la falta que me hiciste. —le besó con ternura el cuello.

—Sí, sí lo sé, porque yo te extrañé igual.

Eventualmente se tuvieron que separar, aunque si hubiese sido por ellos se hubieran quedado unidos íntimamente por lo que quedaba de día, de año… de vida. Luego de entrar al baño y refrescarse un poco a la vez que acomodaban sus ropas, salieron y se sentaron juntos en el sillón, ambos en silencio como si en su mente buscaran qué palabras decir primero.

—Estás hermosa. —eso fue lo primero que salió de la boca de él cuando la vio sacar un espejito para revisar su cara y su cabello ahora un poco alborotado.

—Debo tener cara de que recién me acaban de coger. —soltó una risita y él no pudo evitar acompañarla.

—Por eso mismo te ves bellísima, te brillan los ojos muy distinto a cuando te vi hace un rato, y me alegro ser yo el que provoque que se te ilumine la mirada así.

—Vaya, en estos cuatro meses perdiste la modestia por completo.

—Dime si miento. —le acarició la mejilla izquierda y su pulgar inconscientemente se fue a sus labios enrojecidos por la pasión de minutos antes para acariciarlos.

—No mientes, me siento otra ahora que he vuelto a estar contigo. Tú igual estás muy guapo y los ojos se te ven preciosos, quiero creer que también es por mí.

—Ni por un momento lo dudes. Te amo y me estaba muriendo por verte y por estar contigo. —se acercó para besarla pero esta vez con suavidad y dulzura.

—¿Me extrañaste mucho? —le preguntó casi dos minutos después cuando el amoroso beso terminó.

—Demasiado, no te digo que me estaba muriendo sin tenerte, estaba a un paso de la locura ya.

—Cuatro meses. —le dijo muy cerca de su boca, ambos respiraban el mismo aire y sus frentes estaban unidas.

—Eso es un tiempo ridículo, ¿cómo pudimos aguantar tanto?

—Yo aún no lo sé, mil veces quise llamarte, no sabes las ocasiones que casi me tuve que amarrar las manos para no marcarte, creo que escribí decenas de mensajes de texto que borré antes de enviarlos.

—¿Por qué no lo hiciste?

—Me vi tentada muchas veces pero sentía que lo correcto era seguir en la distancia aunque por dentro me estuviese marchitando.

—Lo mismo me pasaba a mí, cada vez que me veía tentado a llamarte o a buscarte pensaba que hacíamos lo que hacíamos con un propósito.

—¿Y funcionó… cómo están las cosas en tu casa? —levantó la vista para mirarlo directo a los ojos. —Dime la verdad.

—Mejor, Carla está mucho más tranquila y ya no siento que me guarde tanto rencor, nuestra relación ha mejorado bastante.

—Me alegro. —su rostro cambió de repente a uno más serio y tenso.

—¿Qué pasó?

—Tengo miedo, si volvemos a lo de antes tú hija se pondrá mal otra vez y… —calló cuando él le puso un dedo en los labios.

—No digas nada, esta vez vamos a hacer las cosas diferentes, vamos a luchar pero desde la misma trinchera, se acabó eso de darnos tiempos, de estar separados, yo no podría soportar un día más lejos de ti.

—¿Y si la situación se complica otra vez?

—La manejamos, pero no más distancias, ya perdimos demasiado tiempo, no quiero seguir perdiendo segundos estando lejos de ti. Te necesito para vivir Victoria. —le besó la comisura de los labios y ella sonrió provocando que él se derritiera por dentro. —No sabes lo mucho que extrañé esa sonrisa.

—Y yo la tuya, no sé cómo pude privarme de ti por tanto tiempo. Sabes te vi el otro día en un restaurante con tu hija y tu esposa.

—¿Cuándo?

—El domingo, estabas riendo con Carla, te vi contento y me sentí mal, o sea no por ti, no me malinterpretes, sólo que por un momento me pasó por la cabeza que ya no me necesitabas tanto, además sentí celos.

—No tienes por qué sentirlos, estoy bien con mi hija sí, pero Vivian es un asunto aparte, yo sé que puede sonar mal lo que te voy a decir, pero ella jamás me llenaría el alma como lo haces tú, a ti te amo y no cambiaría tu amor por nada.

—¿Entonces sí te importé en este tiempo?

—Por supuesto, y ahora me doy cuenta que mi mayor error fue no buscarte, o en realidad, no haberte detenido aquella última noche que nos vimos. No debí acceder a que nos diéramos un tiempo, no se puede confiar en ese maldito, siempre nos hace una mala jugada, y esta vez estuvo a punto de ganar, pero aunque hayan sido cuatro meses después lo vencimos.

—Pero perdimos tiempo que no vamos a recuperar. —hizo un pequeño puchero.

—Puede que no pero aquí seguimos, sin importar el tiempo que hayamos perdido, siendo los mismos de siempre.

Un nuevo deseo de besarse les unió las bocas como dos imanes, sin embargo, un sonido en la puerta no les permitió comerse los labios como hubiesen querido.

—Mucho se habían tardado. —escuchando que un asistente le avisaba que lo esperaban en el foro para grabar. —Allí estoy en un minuto. —le gritó desde adentro.

—Ve a grabar corazón, ya estuvimos demasiado tiempo encerrados aquí.

—No lo suficiente después de más de cuatro meses alejados.

—Ya nos desquitaremos, además tenemos muchas cosas por hablar todavía. —se ponía de pie.

—¿Nos podemos ver más tarde? —hacía lo mismo que ella y la abrazaba.

—Bueno tengo que ir a Pachuca porque debo llevar a los pollitos a comprar algo, pero puedo regresar en la noche y nos vemos en casa si quieres.

—Sí, eso está perfecto, llevo demasiado tiempo ansiando pasar otra noche contigo allí, y que esta vez no huyas como una ladroncita a mitad de la noche. —sonrió y vio que ella hacía lo mismo, entonces la besó y casi a fuerzas se despidieron.

Ya habría tiempo para más, y ahora con mayor razón, pues las energías estaban más que recargadas, aquello que les daba fuerzas para vivir a cada uno, por fin había regresado a sus vidas.

En la noche Victoria regresó de Pachuca después de hacer unas gestiones con sus hijos y dejarlos en la casa. Omar la interrogó un poco al verla salir arreglada y escuchar que se quedaría en la ciudad esa noche. Ella le inventó una excusa de que al día siguiente tenía que volver a Televisa para hablar con el Güero por lo que aprovecharía la noche para salir con unas amigas y de una vez se quedaría allá y así no regresar tan tarde. Él no se comió demasiado el cuento pero ya para esas alturas realmente no le importaba demasiado. Ella llegó al departamento casi a las ocho de la noche, cuando entró olió comida y escuchó ruidos en la cocina, era obvio que César ya se encontraba allí y le estaba cocinando, sonrió encantada porque por largo tiempo extrañó esos pequeños detalles de llegar una que otra noche a ese lugar y encontrarlo preparándole algo con tanto amor. Entró a la cocina y efectivamente lo vio ir de un lado a otro enfrascado en la preparación de una rica cena, se mordió el labio tentada porque no sabía si tenía ganas de cenarse lo que estaba sobre la estufa o a él, posiblemente ambas cosas, pero más deseos tenía de cenarse ese manjar cubano que cualquier otro platillo.

—No te sentí entrar. —se sobresaltó al verla parada en un rincón. Se veía hermosa, pensó, estaba toda vestida de negro como siempre, con sus botas, las que eran un poco más altas de tacón ancho, le encantaba cuando se ponía esas, traía el cabello suelto sostenido con una diadema y en su cara había una sonrisa que podía iluminar una ciudad completa. —Estás preciosa. —fue hasta ella luego de soltar lo que traía en las manos, la abrazó y la llenó de besos en todo el rostro.

—Me arreglé un poco para ti. —pronto el labial rosado que se había untado desapareció gracias a la boca de él que la devoró sin vacilar. —Poco me duró claro. —dijo entre risas cuando él por fin la soltó, con sus dedos le quitó el labial que le había quedado regado por toda la boca.

—Perdón pero se veían tentadores. —le dio un besito más en los labios y la tomó de la cintura, ella colocó sus brazos alrededor de su cuello. —Estaba ansioso de que llegaras, te estoy preparando las albóndigas que te gustan.

—Sí, me dio el olor desde que entré, qué rico.

Él regresó a la estufa para revisar que no se le quemara lo que estaba cocinando, ella lo siguió y picó de todo lo que encontró.

—Gracias.

—¿Por la comida?

—No… por no olvidarme en estos meses.

—No podría olvidarte ni en diez vidas que pasaran, eres el amor de mi vida, ¿todavía no te das cuenta?

—Estoy empezando a notarlo.

—Te tardaste mucho. —se reían.

—¿Y qué has hecho en este tiempo? —le preguntó luego de darle un beso y caminar hasta el living para servirse algo de la barrita, al regresar lo vio acomodar los platos en la mesa así que se puso a ayudarlo.

—Pues aparte de extrañarte como un loco e ir por ahí como alma en pena pensando en ti, pues hice pruebas para algunas novelas, estuve en reuniones, traté de estar con mi hija lo más posible y vi a mis otros hijos que vinieron a verme. Ahora estoy haciendo una pequeña participación en la novela de Angelli y como ya te dije a comienzos de año empiezo de lleno con otra telenovela.

—Sí, me dijiste que serías el villano. —ella servía unas copas de vino mientras él echaba la comida en los platos y se encargaba de acomodar todo, por momentos parecía que ni un solo día había transcurrido desde la separación, pues esa naturalidad al hacer las cosas cuando estaban juntos era tan espontanea que no dejaba de sorprenderlos.

—Sí, voy a ser un maldito.

—¿Y con quién vas a trabajar? —se sentaban a la mesa.

—Con Cristian de la Fuente, esta niña, la Navarro y la villana será Leticia Calderón, entre otros más, pero ese el elenco principal.

—Ah. —la cara de Victoria cambió. —Qué bien. —se forzó a sonreír.

—¿Qué pasa?

—Nada. Lety… ella no me cae mal, hemos trabajado juntas pero… —él la interrumpió.

—Pero tu cabecita celosa ya se está preguntando si seremos pareja.

—No he dicho nada. —se llevó el tenedor a la boca y masticó un pedazo de albóndiga.

—¿Algún día vas a poder dejar de sentir una amenaza en todas las mujeres que se me acercan?

—No. —se rió. —Pero no me preocupa eso ahora, hay cosas más importantes entre nosotros en este momento.

—Sin duda, como el hecho de que estemos aquí juntos después de tanto tiempo.

—Siempre terminamos volviendo.

—¿Por qué será?

—No sé si es amor o vicio, pero no puedo estar demasiado tiempo sin ti. En estos meses me hiciste una falta exagerada, es más, creo que puedo renunciar más fácilmente al cigarro que a ti, y eso ya es mucho decir.

—Deberías dejarlo, eso te va a matar, yo no.

—Ay no empieces, tú antes fumabas y yo nunca te dije nada. Además estás equivocado, estar sin ti sí me puede matar.

—¿Ah sí? —el ambiente en la mesa era divertido.

—Sí, no ves que me falta el aire si no estás y el pecho me duele. —dijo de forma exageradamente dramática.

—Ay ya, deja de ser tan Victoria Ruffo. —reía.

—Yo aquí de romántica y tú tan agresivo, ¿ya entraste en el personaje de tu próxima novela acaso?

—Te amo gordita. —la acompañó en una risita y unió sus labios a los de ella en un delicioso beso con sabor al picantito de las albóndigas.

—Y yo a ti gordo.

Terminaron de comer y se mudaron al living, con una copa de licor bajaban la comida, ella se fumaba un cigarrillo y él aunque no la acompañaba en eso, no podía negar que hasta el olor a tabaco mezclado con su perfume había extrañado.

—¿César qué va a pasar ahora? La situación entre nosotros sigue siendo la misma, y tengo miedo de que los problemas empiecen otra vez… si tu hija se da cuenta que una vez más estás conmigo todo va a volver a ser un caos como el de hace meses.

Él soltó la copa que tenía en sus manos y se reacomodó en el sofá, la conversación estaba por tomar un rumbo más serio.

—Puede ser, pero yo estoy dispuesto a correr los riesgos que sean necesarios con tal de estar contigo, como te dije temprano, no quiero más distanciamientos entre nosotros. Mira yo pienso que ahora que ha pasado un tiempo las cosas pueden ser diferentes, ya he podido comunicarme un poco mejor con Carla, ella está más centrada y como ha visto que en la casa ya no hay tantas peleas se ha calmado sobremanera, eso tiene que significar una ventaja para nosotros.

—¿Y si no es así? ¿Si se vuelve a dar cuenta de todo, si sabe que tú sigues conmigo y se pone rebelde como antes?

—Para empezar ella no sabe que se trata de ti, así que no te preocupes, en ese sentido no habrá problema, y no sé, pienso que ya no va a estar tan al pendiente de lo que hago, ahora resulta que hasta tiene un noviecito, ella va a ir creciendo mi amor y te aseguro que conforme eso pase, menos le va a importar lo que su padre haga o deje de hacer.

—Yo no lo creo, se trata de su madre la que está siendo engañada, eso jamás deja de importar.

—Bueno pues esa es una de las consecuencias de nuestra relación Victoria, yo quiero seguir contigo, quiero que volvamos a ser los que éramos, que retomemos lo que dejamos hace cuatro meses y esta vez sea para siempre. —la miró a los ojos y con una mano la tomó de la barbilla para que sus miradas permanecieran fijas la una en la otra. —¿Y tú… quieres que lo intentemos otra vez y en esta ocasión sin hacer más pausas? Dime mi cielo, dime si vamos a continuar siendo lo que siempre debimos ser.

Victoria se acercó más a él hasta el punto en que sus labios rozaron, con sus manos le acarició la cabeza y sus dedos se enredaron en su cabello.

—Sí. Te amo César y aunque sé que quizás esto no es lo correcto, ya no quiero seguir viviendo una vida en la que no te tenga a ti. Te necesito, y sea esto o no lo más indicado, no pienso quedarme más con las ganas de estar a tu lado, ya perdimos demasiada vida yendo y viniendo como para malgastar más tiempo separados. Que pase lo que tenga que pasar y que Dios me perdone por amarte tanto y no poder vivir si no te tengo. —sus bocas se unieron en un suave y tierno beso que se extendió por algunos segundos.

—Yo estoy seguro que él entiende que hay cosas que no se pueden controlar, él nos hizo y sabe que el amor es una de ellas, lo que yo siento por ti es algo que no sé manejar, ni siquiera después de tantos años logro dominarlo, es más fuerte que yo este sentimiento y me domina a mí.

—Lo mismo me pasa. —seguían muy cerca, sus respiraciones se mezclaban convirtiéndose en una.

—Quiero hacerte el amor. —sus manos se pasearon desde las rodillas de ella cubiertas por la tela de su pantalón hasta la unión de sus muslos donde su zona sensible se encontraba. —Pero no como lo hicimos temprano, quiero hacerlo aquí, sin prisas, con calma y disfrutando tu cuerpo sin restricciones. Te deseo tanto mi amor, tengo ganas de besar cada centímetro de tu piel, tocarte en esos lugares que te hacen delirar.

Victoria cayó recostada en los cojines del sillón, sus piernas instintivamente se abrieron al sentir la mano de César colarse por dentro de su pantalón y ropa interior.

—Acaríciame como sólo tú sabes hacerlo mi vida. —no lo había pedido bien cuando ya dos de los grandes dedos masculinos frotaban sus pliegues que no tardaban en comenzar a humedecerse.

—Me encanta ver lo receptiva que eres a mis caricias. —la miró y vio que sus mejillas ya se encendían producto del calor que estaba sintiendo, sus ojos estaban cerrados, tenía la boca entreabierta y respiraba agitada.

—Lo soy sin planearlo, me gusta que me toques. —su espalda se arqueó cuando sintió que él frotaba en círculos su pequeño puntito de carne ya endurecido.

Para facilitar la tarea él se encargó de desnudarla de pies a cabeza, no tardó en hacerlo porque a decir verdad se moría de ganas por poder apreciar su cuerpo bien después de todo ese tiempo sin hacerlo. Cuando ya no quedaba una prenda que cubriera su piel la besó desde el cuello y fue bajando hasta su pecho donde se divirtió contando sus pequeños lunares.

—Extrañé tus pecas. —le hizo un camino de besos húmedos de un lado a otro en su pecho cubierto de esos puntitos que tanto adoraba, al mismo tiempo un par de dedos traviesos entrababan y salían de su cueva con rapidez, Victoria no contenía sus gemidos, no tenía que hacerlo estando en la privacidad de su hogar, porque ese era su hogar, más que cualquier otro sitio.

—Ellas te extrañaron a ti… aahhh. —jadeó al sentir la boca caliente de él que se encerraba sobre uno de sus pezones para mordisquearlo y succionarlo con avidez.

La ropa de él terminó junto a la de ella en el suelo en muy poco tiempo; ya desnudo se sintió libre, la tela le molestaba, sobretodo aquella que le sostenía la enorme erección que salió disparada en cuanto la liberó y apuntó ansiosa hacia las puertas del cielo o del infierno, poco importaba. Él comprobó que estaba lista para recibirlo cuando llevó su boca hasta la unión de sus piernas y su lengua se deslizó con facilidad desde la entrada hasta el botoncito en la parte superior. A Victoria se le nubló la vista, y la noción de todo se le fue por completo al sentir aquel lengüetazo tan atrevido pero a la vez tan esperado. Aquella invasión no duró mucho porque poco después esa misma lengua se mezclaba con la suya haciéndole sentir su propio sabor, y era la dura protuberancia la que ahora hacía el trabajo de invadirla hasta lo más hondo. Ya estando unidos César la agarró de las caderas y la acomodó mejor sobre el sofá, le sostuvo una pierna y se la levantó sosteniéndola cerca de su hombro, esto hizo que las embestidas que comenzaba a hacerle fueran diez veces más placenteras y profundas. Los dos gemían, Victoria se retorcía extasiada sintiendo como todo su cuerpo temblaba a causa del placer tan grande que estaba sintiendo, él se movía frenéticamente sobre ella produciendo un lujurioso sonido cuando sus carnes chocaban. Todo el ambiente olía a sexo, a pasión, a un amor contenido por meses, ambos ansiaban llegar al orgasmo pero al mismo tiempo lo retrasaban porque querían que aquel instante fuese eterno. La primera en acabar fue ella, él la sintió tensarse y supo que no tardaba en convulsionar, por lo que aumentó la velocidad sus ataques y cuando la escuchó gritar y sintió sus uñas enterrarse en su espalda supo que había sido el fin. La acompañó en cuestión de segundos, verla tener un orgasmo tan espectacular donde los ojos se le cerraban con fuerza y sus manos se convertían en puños, siempre era un afrodisiaco para él, sabía cuanto ella estaba disfrutando y eso sin lugar a dudas le regalaba los mejores clímax. Después de llenarla con su liberación se dejó caer sobre ella y se permitió descasar un poco mientras sus piernas recuperaban fuerzas y su respiración se calmaba.

—Mi amor, me estás aplastando. —le dijo ella riendo un poco luego de unos segundos cuando ya no soportó más el peso, le encantaba sentirse aplastada por él pero la posición y la diferencia de tamaños no ayudaba, ella era pequeña y casi se perdía en el enorme sillón mientras que él tan grande se había dejado caer por completo sobre su cuerpo.

—Perdón mi vida. —con una risotada salió de ella y cambió de posición, él quedó acostado sobre el sofá y Victoria era ahora quien descansaba encima de su cuerpo.

—Ahora sí mucho mejor. —se acurrucó en su pecho.

—Te amo. —le acariciaba la espalda con sus dedos casi quemándome la piel.

—Y yo a ti. —su vista se trasladó hasta el estante en el centro del living donde en una de las divisiones reposaba el recipiente con arena y los anillos símbolo de su boda. —Vine varias veces en estos meses aquí y me quedaba largo rato mirando nuestros anillos y pensando en ti.

—¿De verdad? —el frunció el ceño y la miró. —Yo también vine en más de una ocasión, no pensé que quisieras venir, aunque en el fondo ansiaba encontrarte aquí alguna de esas veces.

—Lo mismo me sucedía a mí, debo confesar que venía con la esperanza de que en una de esas cruzaras por esa puerta y termináramos así. —lo abrazó cuando sintió que él la estrechaba contra su pecho.

—¿Qué somos Victoria?

—Amigos… —levantó un poco su cabeza y lo miró a los ojos, vio que él fruncía el ceño, así que se apresuró en continuar. —Delante de la gente somos amigos, pero aquí en lo oculto somos un par de amantes que siempre terminan volviendo a los brazos del otro porque no resisten demasiado tiempo sin estar juntos. Somos almas gemelas, nos compenetramos en todo, estamos hechos para estar juntos, y sí… creo firmemente en que estamos destinados a estar unidos por y para siempre.

—Recuerdo que hace meses me dijiste que a pesar de no arrepentirte de nuestra boda, ya no estabas tan segura de que estuviéramos destinados.

—Pero me di cuenta de que sí lo estamos y así como no me arrepiento de habernos casado aquella tarde de julio, tampoco me lamento por haber permitido que el destino jugara conmigo y me llevara hasta a ti. —le sonrió y se estiró para darle un beso en los labios.

—Te adoro, ¿lo sabes verdad?

—Sí, lo sé porque me lo haces sentir a cada instante, además yo te adoro a ti de la misma forma, hoy y siempre. Tú tienes razón sabes, estando juntos tenemos que enfrentar muchas consecuencias, pero cada una de ellas vale la pena si es por estar unidos por lo que nos reste de vida.

La noche era larga y tenían mucho por hablar y demasiadas caricias acumuladas por dar, ahora que ya volvían a estar juntos querían recuperar hasta el más mínimo suspiro que no compartieron durante tanto tiempo.
. . .
Los días comenzaron a pasar, era diciembre y cada uno tenía que hacer las preparaciones típicas de los días de fiesta, las que por desgracia no eran para pasarlos juntos como tanto ansiaban que se diese algún día, sin embargo, se conformaban con saber que aunque fuese de corazón, esa despedida de año iban a pasarla unidos. En casa de él las cosas siguieron como habían estado en los últimos tiempos, tranquilas y sin ningún tipo de pleito, quizá se debía a que como el mismo César había dicho, ahora su hija estaba centrada en otras cosas y no le prestaba demasiada atención a lo que su papá hacía. Fuese eso o cualquier otra cosa estaba resultando bien para todos, pues las aguas estaban en calma y eso era bueno. Para Victoria no mucho había cambiado, en su casa las cosas casi siempre estaban relativamente bien, no es como que Omar le prestara mucha atención hasta el punto de armarle un escándalo, con él todo se mantenía estable, sí, esa era la palabra para describir una relación tan fría como la que llevaba con él.

En ese lapso de sesenta segundos que hace la transición de un año al otro, César le envió un mensaje de texto a Victoria, uno que en cierto punto de esos últimos meses creyó que no enviaría.

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