PRÓLOGO

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— ¡Helen, basta!
Mi hermanita estallaba en risas mientras volvía a sacudir sus palmas para mojarme el cabello. El cielo se encontraba tan azul que hubiera podido pedirle a Hel que pintase algo en él. A unos cuantos metros de nosotras, en la orilla, Thomas metía sus pies en el agua.

— ¡Despéinate, estás en el agua! —protestó mi hermana.
En una seguidilla de pataleos logré mantenerme a flote, miré el cielo y vi como una enorme nube cubría el sol de mediodía.
— ¡Ay! —Thomas salió del agua frente a mí. Las gotas de agua resbalaban por su impecable rostro, y en un pellizco despejó su nariz. Sonrió.

Helen salpicó a Thomas, sin dejar de reír, y éste se alejó un poco de mí para formar una gran ola en contra de mi hermanita. Ella nadó bajo el agua unos metros, y él volvió conmigo.

— ¿Qué? —pregunté cuando me cansé de que me mirase.
Él no respondió, simplemente volvió a sonreír. Entre movimientos de brazos y piernas, sólo escuchábamos el agua.

Sólo el agua.

Miré hacia donde había nadado Helen, al centro de la enorme laguna. Un par de burbujas nacieron de las profundidades.
—Helen —dije. Thomas volteó a ver —. ¿Helen?
El agua reflejaba la oscuridad del cielo, y un viento insoportable y aterrador sacudió mi cabello seco.

Nadé hasta las burbujas, que no habían dejado de surgir hasta entonces. Thomas estaba justo detrás.
— ¿Helen? —volví a decir, y al mirar a los costados descubrí que las orillas estaban más lejos de lo que pensaba. Mis músculos comenzaban a acalambrarse.

Nada.

Estaba a punto de acercarme más, cuando mi hermana volvió de las profundidades, tomando una gran bocanada de aire. Me reí en su espalda; ella volteó mientras luchaba por seguir a flote.
—Annie —suspiró.

Tenía la piel cetrina y ojos desorbitados, salía sangre de su frente y al mostrarme sus manos noté que las tenía amarradas.

Antes que pudiera alcanzarla, algo volvió a jalarla hacia las profundidades.
— ¡Hel! —metí mi cabeza en el agua, que más allá del reflejo del cielo oscuro, era tan cristalina que podía ver algunas algas flotar solitarias.

Aguantando la respiración viré varias veces, y entonces noté que el acelere de mi corazón no permitía que pudiera seguir bajo el agua. Volví a la superficie para darle un respiro a mis pulmones. Allí todo era diferente.

El viento soplaba de manera violenta, y el cielo se encontraba enloquecido en nubes que iban del negro al gris. Volteé y me sorprendí al ver a Thomas a unos cuantos metros. No sabía si había sido yo quien se había alejado.
—Thomas —dije.
Él sangraba por la boca, y se encontraba tan cetrino como mi hermana. Logró mostrarme sus muñecas amarradas antes de que algo lo arrastrase a las profundidades de forma abrupta.

Volví a sumergirme en aquel oasis de claridad, pero a pesar de haber girado una y otra vez sobre mi eje, no encontré a nadie.

En la superficie había comenzado a llover. No había árboles, ni orillas, ni montes a lo lejos. Me encontraba sola en medio de un gran océano. Entonces tomé una bocanada de aire y comencé a nadar hacia las profundidades.

Nadé. Y nadé. Hasta que mis tímpanos no pudieron soportar la presión. Ni mis pulmones el aire. Debía volver a la superficie.

Al comenzar a ascender entendí que ya no encontraría la superficie. La había perdido.

Di la última patada en un intento desesperado por salir de allí, pero no fue suficiente.

Me ahogo.

Me estoy ahogando.

Desperté en el mismo momento en el que un estrepitoso rayo irrumpió la constancia del sonido de la lluvia en la madrugada.

EXILIADOS #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora