Capítulo 31

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THOMAS

Annabeth llevaba bastantes horas sin aparecer.

Podría haber llegado a admitir que aquello me ponía a un poco nervioso. No nervioso de nervios en sí, quizás se asemejaba más a la pérdida de mi pobre paciencia. Estaba hasta la corona de sus locuras baratas; cada una de aquellas acciones por poco le habían costado la cabeza.

— ¿Por qué volvería al campamento subversivo? —preguntó Ella.
—Porque Annabeth es así, cariño. Le gusta caminar de agente encubierto, espiando a la gente... No sé.

Estábamos yendo a mi casa a buscar mi arsenal de baratijas. Tenía una soga, mantas, ropa sucia, linternas de carga solar, y un sinfín de cosas que nadie notaría que hacían falta en los almacenes desde hacía varios días.

—Pero nadie puede llegar al campamento sin camioneta, le llevaría días...
— ¿Cuánto crees que le costó convencer al ermitaño?

Abrí la puerta de un empujón y saqué la caja en el fondo falso de mi armario.

—Pero Matheo nos hubiera avisado, habría hablado con alguien, estoy segura.
—Sí —sacudí la mochila para hacer espacio —, a no ser que, de llegar al lugar, hubieran tenido ciertas complicaciones existenciales... Como llamar la atención de medio campamento de locos, ¿sabes?
—Creo que deberíamos buscar en otro lado, tal vez se fue a explorar más allá de las montañas del sur...
—Cariño, no hay algo que llame la atención de mi querida compañera por el sur. Tampoco estoy seguro de qué es lo que le interesa del campamento, pero...
—Yo sí.

El niño se había recuperado. Había adelgazado bastante pero parecía fuerte de todas formas, se había cortado el pelo y unos bellos prematuros (casi transparentes) se asomaban de su barbilla.

De ninguna forma iba a hacer las paces con la vida por lo que le había pasado a Marco. Nunca iba a aceptar que dejara escapar con vida al niño y no al hombre que pasó su vida luchando a mi lado. Pero había decidido dejar todo aquello al margen, como si en mi maldita cabeza existiera un rincón de sombras donde arrojar todos mis asuntos no urgentes. Digamos, esos asuntos que requieren de una charla con uno mismo, o varias. Allí, en el rincón, estaban mis padres, Donald, Marco, e incluso Annabeth.

—Explícate.
—En el campamento creí ver a Elioth.

Touché.

— ¿El hermano de Elyan?
Asentí.
—Supongo que hablaste con Annabeth.
—Le conté que había visto a Elioth pasar, pero que no me había visto.
—Y no se te ocurrió pensar que Annabeth se lanzaría de cabeza al puto lugar... —espeté llevándome los dedos a la sien.

No meditó, simplemente lo dijo.
—No es algo que te involucre. No voy a explicártelo. Elioth es la razón por la cual Annie hace todo lo que hace, no tienes la más mínima idea de lo que significa él para ella, ni cuánto sufrió por su desaparición. No me corresponde a mí protegerla con mentiras y creo que tendrías que saber que tampoco te corresponde a ti.

El silencio se hizo.

Okey.

El niño tenía un punto.

Tomé la mochila y la cerré. Caminé hasta Moro y se la apoyé en el pecho.
—Pues vamos entonces, veamos qué tan viva está...

Nos dirigimos a la casa de uno de los vigías del campamento, con quien Ella había salido hacía un tiempo. Claro que no le costó demasiado convencer al baboso de que no fuese a trabajar.

Ella le robó un beso al vigía, sin culpas, justo antes de salir de la casa bailoteando con la llave entre sus dedos.
—Le dije que pasaría el día allí, que no hacía falta que apareciera.
— ¿Te dijo algo sobre Theo? —preguntó Moro.

Ella negó

EXILIADOS #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora