Capítulo 19

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Izquierda. Dos manzanas, derecha. Una manzana, derecha. Tres más.

El silencio era atroz. Podía sentir como alguien me escuchaba respirar desde el otro lado del pequeño pueblo. No había prendido la linterna, aquello hubiera sido sencillamente estúpido.

Desde la casilla, el campamento se veía más luminoso, pero una vez en las calles, nada podía verse más allá de unos metros. Todo era sombra; pura amenaza.

No tuve inconvenientes para llegar a donde Moro se encontraba. Al atravesar las telas descubrí que se encontraba sólo. Nadie más que Moro, dormido contra una columna, amarrado con nudos imposibles.

Antes de despertarlo, me acerqué a la ventana y fijé la mirada donde se suponía que debía estar la casilla. Lo impresionante fue que no logré ubicarla; la vegetación era el mejor de los disfraces, sin dudas. Así que sólo alcé los brazos y prendí/apagué mi linterna. Una sola vez.

Mientras meditaba cómo debía despertar a Moro, el estómago me vio un vuelco al percatarme de quien se encontraba allí realmente era él. Si hubiera sido por mí, hubiera saltado sobre su pecho para abrazarlo.

Moro llevaba el pelo más largo de lo normal, sucio. El rostro algo golpeado y la ropa rasgada. No habría podido decir si aquellas heridas eran de hacía días o no.

Estaba en cuclillas cuando Moro abrió los ojos, en ese mismo momento me vi obligada a apretar su boca con la mano, antes que pudiera terminar de sorprenderse. Cuando dejó de moverse y me reconoció, pude ver en la oscuridad cómo los ojos se le llenaban de lágrimas. Entonces lo solté.
—Estas aquí —dijo sin poder creérselo.
Al sonreír, me di cuenta que no estaba tan bien como esperaba.
—Quédate en silencio mientras te suelto —dije y saqué el cuchillo.

Comencé a cortar los costados, pero las cuerdas eran demasiadas. Al momento, me percaté que Moro se había quedado callado por completo. No se movía. Lo volví a mirarlo y tenía los ojos cerrados.
— ¿Qué ocurre? —pregunté.
—Nada —dijo.
Toqué sus muñecas. A duras penas podía sentir su pulso. No podía ver su rostro, pero hubiera apostado que se encontraba blanco como un fantasma.
—Agua, Annie —pidió.
Mierda.
Saqué los cinco o seis dulces que tenía en el bolsillo y esperé a terminar de cortar la soga para meterle dos en la boca.
—Debajo de la lengua, mantenlos ahí hasta que te sientas un poco mejor.
Un momento después, Moro abrió los ojos.

Mierda. Voy a necesitar ayuda.

—Moro, mírame —y obedeció —. Te pondré la soga sobre el cuerpo, no la ataré, pero no puedes moverte hasta que regrese.
Asintió y cerró los ojos.
—Moro —volví a llamarlo —, mírame. ¿Dónde están? ¿Dónde está el resto? ¿Están aquí?
—No —dijo y volvió a cerrarlos.
Intenté no decepcionarme, pero se hacía imposible.

Al salir de la casilla me encontré con que había un hombre patrullando en mi área, así que decidí esconderme detrás de un mural hasta que se alejase.

Seguí mi camino aunque no tuviera ni la más remota idea de a dónde me dirigía. A decir verdad, Thomas y Theo podrían haber estado en cualquier parte.

Más allá de la esquina siguiente divisé una sombra desplazándose en la infinita oscuridad. Rodeé la manzana y al comprobar que la sombra se movía como si se estuviera escondiendo, saqué mi silbato y lo hice sonar de la manera más tenue posible.

Theo volteó y relajó los hombros al verme.

Llegué hasta él para comprobar que efectivamente estaba observándome perplejo, sus ojos gritaban: "POR QUÉ DEMONIOS NO ESTÁS SALVANDO AL NIÑO".

Justo detrás de él asomó el cuerpo de un vigía que sostenía un enorme artefacto de madera y metal. No dudé en empujar a Theo por los brazos hacia la pared.
—Necesito ayuda para sacarlo —susurré.
Se limitó a asentir.

Volvimos a la casilla-carcel luego de comprobar que el camino hacia la misma se encontraba despejado. Theo tomó a Moro por la barbilla al entrar, e inspeccionó su pulso y el color de sus ojos. Respondía a los estímulos pero estaba demasiado débil para hablar, por consiguiente, tampoco podría caminar y mucho menos correr. Los dos caramelos baboseados estaban caídos sobre su ropa rasgada.

Entonces volteamos su cuerpo y Theo lo cargó por el costado. Cuando intenté tomarlo desde el otro extremo, Theo negó con la cabeza y me acerqué.
—Los dos podemos cargarlo —susurré.
—Busca a Thomas. Lo llevaré al bosque, esperaremos allí.
—Puedo hacer sonar al búho desde el bosque.
—Está demasiado silencioso —insistió —. Búscalo y vuelve.

No me atreví a mirar demasiado a Moro. Esperé que Theo cruzara al otro lado del camino y, cuando ambos se perdieron en la oscuridad, me acerqué a la ventana e hice un par de señas con la linterna.

Tomé las cuerdas con las que habían atado a Moro y salí de la casilla. Si nadie veía el corte de las sogas, nadie sabría que alguien lo liberó.

Merodeé por las ruinas, lejos del centro del pueblo. Al cabo de unos cuantos minutos, encontré la sombra escondida que tanto esperaba.

Seguí a Thomas, y cuando lo tuve lo suficientemente cerca, pateé una piedra para que escuchara. Sabía que no tenía que acercarme a él sin avisar. Claro que podía llevarse un susto que me costase la vida.
Thomas volteó y levantó un arma que no sabía que poseía, pero al verme, relajó los hombros de igual forma que lo había hecho Theo, y se acercó para guiarme hasta un tapial derrumbado que cubría dos costados.
—Vamos —le susurré.

Un ruido seco interrumpió el silencio. Antes que pudiera decirme algo, aplasté su cabeza contra el piso y me agaché junto a él.

Un chico bastante alto pasó junto a nosotros, tenía una especie de cuchillo enorme en la mano y caminaba a paso apretado. Aquello me había hecho pensar que quizás habían descubierto la ausencia de Moro antes de lo esperado.

Cuando se alejó lo suficiente, levanté a Thomas y susurré:
—Tenemos que irnos. Ahora.

Más allá de las ruinas, una vez internados en el bosque, encontramos a Theo. Él había dejado a Moro en el nacimiento de un árbol enorme.
—No encontré a nadie —dijo Thomas.
Tomó a Moro por los hombros y esperó a que Theo se acercara de igual manera.
—Dijo que no están aquí —afirmé —. Alejémonos, no tardarán en darse cuenta.

Camino a la casilla arrojélas cuerdas entre los arbustos, y sacudí mis manos sin mirar atrás.    

EXILIADOS #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora