Capítulo 22

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Thomas tenía las manos en la cabeza. Parecía que estaba a punto de desmoronarse; parecía que estaba a punto de enloquecer.
—Está muerto —repetía más para sí que para mí.

Intenté llegar a él pero se apartó. Justo después, salió de la sala de espera.

Maldición. Maldito mundo.

Volví a la habitación de Moro y al entrar, noté que llevó las manos a su rostro para limpiar los desechos de su tristeza.

Me acerqué y lo abracé, dejé que se acurrucara en mí y lo salvara de todo lo que había pasado. Moro había llegado al campamento deshidratado, desnutrido y en estado de shock; nadie lo había cuidado de todo aquello. Nadie se había tomado un sólo segundo para reflexionar en que Moro tenía dieciséis años. Dieciséis. Y en ese preciso momento tenía los ojos fríos, sin expresión, como si tuviera la visión empañada de recuerdos que causaban dolor y lo hacían sufrir

Me pareció que su tristeza podía durar toda la vida.

—A veces las cosas simplemente pasan. Y entonces, nadie tiene la culpa —dije mientras me sentaba en la silla.
Él asintió.
—En el campamento... allí me pareció ver a Elioth.

Entonces el estómago me dolió tan fuerte que hubiera podido vomitar.
— ¿Qué dices? —pedí.
—Al principio pensé que era mi cabeza, que alucinaba porque una parte de mí deseaba que alguien me ayudase. Pero una vez aquí, intenté recordar. Creo que no fue una alucinación, Annie, vi a Elioth en el campamento.

Permanecí en silencio hasta que unas pocas ideas encontraron su lugar y comprobé que ninguna pieza encajaba donde debía.

Grandes lagunas como agujeros negros habían surcado el océano de información en mi cabeza. Tenía pasadizos infinitos en mi mente, pues ésta se había convertido en el laberinto más grande del mundo.

EXILIADOS #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora