Capítulo 28

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DONALD

Sorber vasos de agua sucia y sin sabor hacía que, cada día, extrañara más el té de manzanilla. La sopa lucía un color anaranjado que hacía a uno levantar sospechas acerca de su aporte al cuerpo. Mientras más miraba la sopa, más me convencía que aquel color era muy distinto al de un atardecer; y por lo tanto, más caía en la cuenta de que no era anaranjado, sino marrón con caricias de colorado. Colorado como las batas que solía usar en mi casa y como el abrigo que llevaba debajo de la manta hacía varias semanas. En mi casa siempre había tenido sólo dos batas; cuando una de ellas se rompía llamaba a la madre de Marco. Walda sí que sabía cómo remendarlas. Cuando desapareció, decidí apartar en cajas aquellas batas lastimadas y haraposas que no tenían reparación. Porque nadie sabía repararlas como ella.

Ahora me doy cuenta que tal vez, almacenaba aquellas batas coloradas con cierto recelo; esperanzado de que Walda apareciera y sus gruesas manos entrasen en acción.

Debía admitir que era curiosa la relación existente entre la sopa marrón, el té de manzanilla, las batas coloradas y Walda. Me unían de una forma u otra a Marco. Y ya no quería pensar en él.

Sólo quería escuchar aquella triste musiquilla comenzar y terminar una y otra vez, como un bucle infinito radial.

Aunque las personas y los años me habían enseñado que era mejor pensar, que no hacerlo; me negaba a dirigir mis ideas a ese oscuro lugar de la historia de la última semana. En la cual, como en las novelas de thriller que solía leer en el Epicentro, nunca se sabía quién era el malo hasta el final. Quizá no me interese llegar al final.

Cada que mis pensamientos caían en ese oscuro sitio, no resolvía más que tararme en reflexiones vagas e imprecisas. Una parte de mí intuía que a Marco poco le había importado quienes estábamos aquí debajo; y pensar implicaba que esa parte de mí sacase ventaja por sobre todo lo demás. Por respeto a Walda, prefería no hacerlo.

Romeo se encontraba destruido por la incertidumbre de no saber si su mejor amigo y el niño se encontraban muertos, o si habían logrado escapar.

Esa era otra de las cuestiones. Tenía presente que Romeo había sabido de las intenciones de Marco en un primer momento; y aunque no podía culparlo por no haber querido hablar conmigo delante de Mary, una parte de mí creía que tendría que habérselas ingeniado al enterarse que Marco había involucrado al niño de cachetes rosados.

Un lado del túnel se encontraba (casi siempre) a ciegas. Mary intentaba mantenerse ocupada conmigo y la sopa. La niña ya no hablaba con su madre, ni con nadie más. Y a pesar de los intentos fallidos de parte de Romeo, de comunicarle que probablemente el niño no había tenido nada que ver en la organización de aquel plan, Helenita sólo miraba las paredes y asentía sin escuchar.

Cualquier persona hubiera dicho que la niña estaba vacía, pero a mí me parecía que todo dentro de ella se encontraba en llamas.

El fuego que Helenita soportaba no tenía nada que ver con aquella intensidad que había experimentado antes de llegar aquí. La llama que había portado en su pecho por aquel entonces, era del tipo de llamas que empujaban hacia afuera. De aquellas que consistían e insistían en expresar desde el alma.

Había visto lo que la niña era capaz de hacer con un lápiz y un papel; así como también lo rápida que podía ser resolviendo problemas y acertijos.

Sin embargo, en aquel momento, la llama en su pecho estaba consumiéndola poco a poco. No sólo consumía su talento y aptitud, sino su actitud y su esencia.

Creía que Romeo había caído en la cuenta de aquello y, por esa razón, no se rendía con la niña. Él siempre había sido muy intuitivo, al igual que Thomas.

Cada vez que pensaba en Thomas, un picor insoportable aparecía en mis ojos. Lo aguantaba sólo por Mary, por respeto a ella, que tenía una hija en las afueras, vaya a saber dónde y en qué estado; un marido reclutado, y una pequeña que acabaría enfermándose de no exteriorizar su fuego.

No podía evitar pensar cómo se estaría comportando Thommy. Porque sabía que estaba vivo, al igual que todos sabíamos que Annabeth también lo estaba.

En fin, mi mente llegaba a él una y otra vez. No podía evitar pensar que el reloj estaba corriendo a mi cuerpo y que quizás, con un poco de suerte, podría salir de la cueva antes de mi último latido.

El caso era que tenía que hacer lo posible para llegar a Thomas y hablarle. Hablarle de todo y aconsejarle. Contarle su verdad.

Cuando Thommy decidió abandonar Genux supe que no había vuelta atrás, fue cuando comencé a preguntarme si las lecciones que había intentado darle toda la vida, habían sido realmente efectivas. Había intentado enseñarle a Thomas a ser paciente, coherente, trabajador y por sobre todo... fiel.

Sin embargo, había cosas que excedían la eficiencia de mis consejos, y mis intentos por alejar a Thommy de su lado rencoroso, traicionero, egoísta y dañino, no siempre habían sido exitosos.

La vida lo había dañado de forma irremediable. Todos lo habíamos dañado de forma irremediable.

Había buscado la manera de que Thomas aprendiera a ser cauteloso y comprensivo. Había querido enseñarle la importancia de la lucha progresiva y no efusiva; creía que allí había estado mi principal error.

Había pretendido tanto de Thommy que había acabado coartando sus decisiones. Había intentado apartarlo de la lucha, cuando en realidad, de haber caminado sin correa hubiera podido forjar un camino libre de piedras por sí mismo.

Aplacé sus instintos.

Dejé que Thomas se desentendiera de la importancia de su papel en la historia.

Espero llegar a encontrarte.

Quiero que sepas que es momento de Ser, quien realmente quieres Ser. Aquella voz que el pueblo ansía y anhela.

No dudes, ni aguardes. Comienza tu juego. Es hora.

EXILIADOS #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora