Capítulo 9

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Capítulo 9
Habíamos dejado la camioneta en la entrada del pueblo, ya que Theo nos había explicado que sólo unas pocas calles habían sido pensadas para vehículos más grandes que una motocicleta. Este era el caso de las que se dirigían a almacenamiento o conectaban puntos importantes de la pequeñísima ciudad. De esta forma evitaban dos cosas: desgaste de los caminos y la contaminación.
El pueblo se encontraba a unos diez o quince minutos de carretera, supuse que sería media hora de caminata ligera. Al llegar no pude evitar fascinarme. Conforme avanzábamos, las perfectas calles comenzaban a colmarse de casas construidas con los mismos materiales; a pesar de esto, todas eran diferentes entre sí y ninguna resaltaba más que otra. Cada una tenía su propio estilo.
Theo no parecía muy entusiasmado por hablarnos de lo que en realidad nos interesaba: ¿Cómo habían surgido las Comunidades Autosustentables? ¿Por qué?
En cambio, nos explicaba que todos los materiales habían sido reciclados y eran provenientes de la basura del antiguo mundo, lo cual impresionaba bastante como para que lograra imaginarme ciudades enteras tapadas de desechos. Sin embargo, no podía dejar de intercambiar miradas con Thomas. "Antiguo mundo".
Había calles rectas con calzada de piedras de colores que formaban dibujos exóticos, otras zigzagueantes e incluso rodeando una única casa. También había calles diagonales y caminos entre las propias casas; todo era organizado y asimétrico a la vez.
Lo primero que noté fue que en todos los techos había placas solares y que en todos los jardines había pequeños molinos de viento, éstos últimos tenían placas en sus astas. Había placas en todas partes, a decir verdad.
Thomas preguntó por el después de la última guerra y Theo decidió contestarle qué eran aquellas canaletas especiales, que podían verse en las galerías de algunas casas y jardines; eran sistemas de filtración de agua de lluvia adaptable a la nieve, ésta potabilizaba el agua para personas, animales y cultivos.
De cultivos, supuse, tendría bastante para decir, puesto que en cada jardín había también una huerta. Lo extraño era que las huertas se veían incluso más elaboradas que las propias casas. Estaba segura de que para aquellas personas se trataba de una especie de deporte.
— ¡Theo! —gritó un niño y se acercó medio corriendo hacia donde estábamos.
—Shia, ¿cómo está la rodilla? —saludó al pequeño.
Tenía los ojos grandes y la piel morena.
—Bien, Mamá dijo que con dos baños de Agua de Mar ya podré correr otra vez…
El mar, pensé y me sonreí. Había estudiado el mar en la Escuela de las Convenciones, y había jurado que algún día lo conocería. Un loco sueño para una niña encerrada entre muros…
Noté que al pequeño se le había caído la expresión en el momento que nos vio realmente. Le lanzó una mirada a Theo, quién guiñó un ojo y entonces Shia lució su mejor sonrisa.
—Bienvenidos —dijo y le estiró la mano a Thomas.
Él devolvió el saludo un tanto divertido. Luego me estiró la mano a mí, y se la tomé con dulzura.
—Gracias —le respondí sonriendo.
Shia salió medio corriendo hacia exactamente el otro lado y me percaté que quizás estaría yendo a su casa. Su madre sería de las primeras en saber las nuevas noticias.
Seguimos nuestro camino entre saludos y miradas extrañas. No todas las reacciones fueron tan cálidas como la de Shia, pero sí lo habían sido en su mayoría. El pueblo era muy diferente a Civitas, no sólo porque en cada rincón se respiraba aire fresco, sino porque las calles mismas se sentían vivas… casi vibrantes. Era como estar en un gran hogar al aire libre.
Llegamos hasta una casa de piedras bastante más grande que las demás, ésta tenía un letrero de poste en la entrada: "Bienvenidos a la Comunidad Autosustentable. Ex Argentina.", profesaba. Y más abajo: "Ayuda Social".
Al entrar nos encontramos con lo esperado: cada ambiente de la casa había sido adaptado como oficina. Desde la sala de espera, donde había sillones, mesas y libros, podía verse un gran comedor más allá de una puerta giratoria de madera.
Theo esquivó dos niñas que pasaron corriendo y luego tocó la campanita que estaba en el mostrador de la sala de espera.
Al cabo de unos minutos, una mujer con el cabello blanco como la nieve salió de una de las puertas, y me dio la impresión de que era demasiado joven para tener el pelo de ese color. No aparentaba tener más de cuarenta y dos años. Sin embargo, el gris le quedaba tan pero tan bien, que supuse que sólo una mujer con ese tipo de rostro podría lucir de esa forma el paso de los años.
— ¡Theo! —dijo y se acercó en pasos cortos pero veloces a abrazarlo.
Al despegarse de él nos observó y sonrió de la misma forma que lo había hecho el pequeño Shia.
—Oh, ¡qué alegría! ¡Bienvenidos!
Sin esperar respuesta me plantó un abrazo que hizo que las piernas se me aflojaran. El olor a menta y flores, la forma en que sus brazos se adaptaron a mi espalda… Como si fuera Mamá.
—Están aquí desde anoche, Denis…
—Le pediré a las niñas que hagan té y podrán contármelo todo. Por aquí, chicos…
La seguimos por una puerta y entramos a un despacho muy oscuro. Theo abrió tres grandes postigos de madera y el sol llenó la habitación.
Prácticamente parecía que estábamos en el bosque; en ese lugar sólo había una mesa enana, cubierta con una tela de muchos colores y almohadones desordenados en el piso. Del techo colgaban adornos de artesanos, como los que a veces veía en el mercado de Genux. Había otra gran biblioteca con carpetas parecidas a las que usábamos en la Escuela de las Convenciones para archivar información, sólo que estaban decorados con pintura y flecos de tela.
— ¡Niñas, té, por favor! —gritó asomada por la puerta.
Thomas y yo intercambiamos nuevas miradas, él parecía más preocupado. La verdad era que aquel lugar no me disgustaba tanto, a decir verdad, me sentía mejor que en el bosque.
—Bueno, ¿dónde han sido encontrados? —Denis tomó un libro de la estantería y un lápiz de una lata.
Theo lanzó una pequeña risa.
—Ellos han encontrado mi cabaña, Denis…
— ¿De verdad? —preguntó alzando las cejas — Chicos, qué increíble, ¿por dónde han escapado?
— Por u… —Thomas me apoyó la mano en la pierna para que callara.
Sin cambiar su expresión, Denis posó su mirada en Thomas, que parecía bastante decidido a no hablar.
—Por una alcantarilla —dijo Theo.
Wobe fulminó al guardián del bosque con la mirada. De pronto, el ambiente se había vuelto denso en la tensión.
—Corazón, guardaré tu taza para otra ocasión —le dijo ella.
Theo se levantó en silencio y abandonó la sala
—Bien, ahora tenemos más privacidad…
— ¿Por qué deberíamos confiar en usted?
Denis subió y bajó sus hombros.
—No tienen que hacerlo. Pero para poder insertarse en la Comunidad y conseguir su lugar en la Residencia, el protocolo indica que deberán darme un poco de información.
Thomas la observó casi desafiante.
—Escapamos por una alcantarilla en el Noroeste, caímos a un lago y nos dirigimos hacia el sur.
Evité las miradas de mi compañero, y me dediqué a observar cómo Denis tomaba nota de algunas cosas.
Nos preguntó nuestros nombres, pero no nuestros apellidos. Escribió nuestras edades, nuestros cumpleaños y demás. Nada importante o relevante. No le interesaba saber quienes éramos antes de escapar, ni qué hacíamos. Supuse que aquello había tranquilizado a Thomas.
—Excelente —dijo al concluir y continuó —. Ofrecemos ayuda a quienes llegan a nuestra Comunidad, tenemos una Residencia en el pueblo donde se encuentran todas las familias o personas que lograron salir de la Cápsula Genux. Ustedes pueden elegir dónde vivir, si comenzar su vida en una casa juntos o dedicarse un tiempo a ustedes de forma individual…
—Oh, no… —interrumpí.
—No, disculpe es que… —se excusó él.
—No somos…
—Pareja.
—No somos pareja —aclaré —, somos compañeros.
Denis lanzó una risita nerviosa y se ruborizó un poco ante nuestra reacción.
—Oh, claro… Tal vez pensé… En fin, bueno. Estoy aquí para responder aquellas preguntas que tengan para hacer. Voy a explicarles en qué consiste nuestra forma de vida y cómo son nuestras normas. Tenemos pautas a respetar para mantener el orden.
Nos quedamos en silencio. ¿Por dónde empezar? Es decir, nuestra existencia entera podría haber cabido en una pregunta infinita.

—Tengo un amigo exiliado —me adelanté antes que Thomas tomara la vara de la palabra —, por él comencé a buscar la manera de salir de Genux. Su nombre es Elioth…
Al cabo de unos segundos, Denis cayó en la cuenta de que no estaba haciendo una pregunta directa, pero que sí esperaba que ella pudiera darme algún tipo de información sobre él.
—Corazón, desearía pudiera ayudarte, pero hace mucho tiempo que un exiliado no llega a hasta aquí. Las últimas tres personas que llegaron, lo hicieron luego de escapar. Hace tres meses.
Entonces Thomas me quitó la pregunta de la boca.
— ¿Hay alguna diferencia entre un exiliado y nosotros?
Ella se acomodó en su lugar.
—Empecemos por esa parte, entonces… Verán, recibimos dos tipos de personas en la Comunidad. Por un lado están los exiliados, que son personas a los que el gobierno del Epicentro doblegó y echó de Genux. Llegan en un grado de estrés tan elevado que resultan peligrosos, incluso han logrado herir a varios miembros de la Comunidad; desde hace un tiempo dejamos de recibirlos. Por otro lado están las personas como ustedes, doblegados que han logrado escapar sin ser precisamente exiliados. Suelen llegar a la Comunidad en grupos, y se trata de una experiencia muy diferente. Nunca hemos dejado de recibirlos, y debo admitir que logran adaptarse muy bien a nuestro entorno. Si tu amigo fue capturado y exiliado de Genux, me temo que no está aquí.
Suspiré y Denis me acarició el hombro. El hervor subió por mi garganta una vez más.
— ¿Por qué han dejado de recibir exiliados? —preguntó Wobe.
Denis volvió a acomodarse.
—No hay explicación, o al menos no por el momento. Simplemente dejaron de llegar, creemos que los oficiales de Genux dejaron de exiliar por el lugar habitual y han abierto algún otro camino en los límites del muro.
Si los oficiales nunca dejaron de exiliar, entonces puede que Elioth se encuentre en otra parte. 
Denis esperó y esperó. Por mi parte, sabía que Thomas no preguntaría acerca de los caminos de exiliación, más bien no era su estilo. En unas horas lo encontrarían hurgando en los archivos y bibliotecas privadas, estaba segura.
—Bueno, debería contarles qué fue del mundo, ¿verdad?
Thomas rió con ironía.
—Presumo, debería.

EXILIADOS #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora