Capítulo 11

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THOMAS

El agua caliente corriendo.

De repente una campana sonó en la sala varias veces. Intenté descifrar si se trataba de mi puerta, pero fue imposible; continué duchándome. Sin embargo, la campana volvió a sonar y entendí que alguien estaba interrumpiendo mi momento de meditación. Aquí vamos.

Salí del baño con una toalla envuelta en la cintura, e intentando tocar el suelo sólo con la parte alta de mis pies. Al cabo de unos pasos me rendí. Fue inútil ya que, de todas maneras, había dejado un charco de agua conectando ambas puertas.
—Eh, hola...
—Hola —dijo sonriente la niña que estaba en la puerta.
Y se quedó con las manos en la espalda, sin decir absolutamente nada. Sonriendo.
—Sí... —sugerí.
—Me llamo Rayan —dijo con la misma actitud entusiasta.

Aunque Rayan era nombre de chico, estaba seguro que aquella era una niña. Tenía pestañas largas y facciones finas como las de un ratón. Su pelo caía como lluvia negra sobre sus hombros.
—Un gusto conocerte, Rayan...
—Llámame Nay.
No dejaba de sonreir.
Ármate de paciencia, Thomas.
—Nay... ¿Puedo ayudarte en algo? —intenté sonar amable.

Una brisa se coló por la puerta, congelando así cada una de las gotitas estacionadas en mi pecho. Por todos los cielos, apúrate.

—Oh —recordó —, quería preguntarte si necesitabas algo.
Mierda, esta gente está loca.
—No, gracias. Volveré a la ducha, si no te importa.
—Claro que no —dijo pero no se movió.

Poco a poco cerré la puerta, esperando que la niña dejara de sonreir, o al menos, desapareciera del maldito umbral. Pero su cuerpecito se mantuvo erguido incluso al perderla de vista.

Camino al baño rememoré lo que acababa de pasar. Surrealista.

Entonces la puerta volvió a sonar.
—No, Nay. No tienes que invadirlo, recuerda... Ah, hola.

Una chica bastante más grande en edad que la anterior, pero no tan diferente físicamente, se encontraba en el umbral. Llevaba unos pantalones jeans rasgados y una remera metida dentro, con su vestimenta combinaba su cabello negro corto y en puntas. Pensé que Donald hubiera querido alinear esa cabeza de inmediato.
—Hola.
—Perdona, estamos entrenando a mi hermana para hablar con gente nueva —dijo en un suspiro —. Soy Ella. Mi madre se retrasó, dijo que viniera por ustedes.
— ¿Ximena?
— ¡Sí! —sonrió asintiendo y me observó —. Deberías secarte.

Supongo que transmití todo lo que quería decirle con sólo una mirada.
—Esperaremos fuera —entendió y salió del umbral.
—Claro.

Al salir a la calle me encontré con un panorama bastante extraño. Annabeth se encontraba de pie junto a las dos locas, y hablaba mucho más animada de lo normal.
— ¡Thomas! —dijo con una gran sonrisa.
Le han dado drogas, pensé.
—Ellas son Ella y Nay; Ella se ha ofrecido a mostrarnos un registro —dijo, dejando mi saludo a la mitad.

La observé un momento. Annabeth intentaba sonar no-tan-emocionada. Estaba fallando, reprimí una risa.

— ¿De?
—De los subversivos asentados aquí a lo largo de la historia—contestó Ella.
—Creo que también estoy interesado en ver ese registro...
—Luego de las lecciones, los acompañaré a la biblioteca. Pero ahora estamos llegando tarde —dijo la muchacha y miró a la niña.
—Oh, por aquí... —dijo ésta y salió disparada.

Comenzamos a caminar entre las calles, y algunas de las personas que nos habían visto el día anterior se acercaron a presentarse. En varias ocasiones logramos ver pequeños y grandes grupos de jóvenes, integrados de hombres y mujeres de edades varias, moverse en grupo y trabajando en la misma tarea. Realmente fascinante.

Avanzamos y descubrimos que nuestra guía tenía un serio problema con el silencio. La muchacha estaba sufriendo una verdadera hemorragia de palabras, y gracias al cielo que no tendría que soportarla mucho más.

Cada metro que recorríamos era causa y consecuencia de una nueva anécdota del pasado. Era como si estuviera tratando de que recuperásemos todo el tiempo perdido en aquel lugar. Habló sobre las salas médicas (en la Residencia y en el centro del pueblo), sobre los árboles de mora y el verano, sobre su casa y la de sus ex novios; incluso comentó que más allá de las casas en el límite, en el comienzo del boque, estaba el camino a la entrada de un lugar llamado La Guarida.
— ¿La Guarida? —preguntó Annabeth.
—Es el parador donde los reunimos.
— ¿Quiénes?
—Todos, claro. Los jóvenes, en realidad. No tardarán mucho en conocerlo, creo que van a llevarse bien con mis amigos.

Por un minuto dudé querer conocer a todas las personas que asistían a aquel lugar. Tenía la impresión de que el gen se expandería hasta contagiarnos, y acabaríamos alabando los árboles de mora en verano.

—Allí está el Club de Arte Conjunto.
— ¿Y qué hacen? —preguntó Annabeth.
—Todo tipo de cosas, tenemos profesores de artesanías, música, pintura, costura, teatro y canto —explicó Ella.
—Y todo lo que hacen lo utilizan en la Comunidad... —concluí.
—Claro —asintió —, todos colaboramos. Igualmente, no deben preocuparse, van a recorrer un sinfín de actividades hasta escoger la que les gusta.
—Elegimos nosotros... —notó Annabeth.
—Claro, nadie los obligará a hacer un trabajo que no sea de su agrado, porque entonces lo harán de mala gana y los frutos no serán buenos
— ¿Y qué ganan? —inquirí.

En realidad, no había planeado sonar tan descortés, pero la pregunta había salido de forma casi involuntaria. Casi.
—Nada.
—Nada —me detuve en la palabra —. Supongo que alguien hace el trabajo duro aquí, ¿qué reciben quienes hacen ese tipo de trabajo? Es decir, vamos, de otra forma todos trabajarían con el arte, y nadie destaparía las cañerías.

La muchacha meditó. Observé cómo los hombros de Annabeth se tensaban al escucharme cuestionar su sistema de esa forma.

—Nada. Si te parece bien, ganamos el derecho de ser parte de la Comunidad. Sí, hay quienes destapan cañerías y también quienes trabajan en el Club de Arte Conjunto. Ningún quehacer está por encima de otro, sólo que algunos son más necesarios o imprescindibles para el mantenimiento de infraestructura. Pero el teatro, por ejemplo, ayuda a los niños a desenvolverse y lo utilizamos como terapia —explicó—. Sí, también tenemos un sistema de créditos para quienes no asisten a sus labores; mientras más créditos acumules, más probabilidades tienes de que te llamen como refuerzo para los trabajos de poca concurrencia. Pero todos tenemos nuestro labor, y si algún día nos toca hacernos cargo de un quehacer no-tan-bonito... Lo aceptamos, es parte de ser miembro. Y si nadie destapa las cañerías, tu baño se inundará también.

Su sistema olía a flaquezas. Olía demasiado a utopía, por lo tanto, tenía derecho a sospechar. Un sistema de créditos sonaba pobre para mantener una convivencia tan sana e ideal. Parecía que el método no había sido testeado contra rebeldes, sentí que nadie en el lugar estaba preparado para que alguien apareciera a hacer temblar el piso. ¿Alguna vez se habían preguntado por qué su sistema es como es?
—Mi madre sabrá explicarte mejor algunas cosas —agregó la muchacha.

Llegamos hasta la puerta del mismo edificio donde habíamos estado el día anterior. Antes de entrar, Annabeth golpeó mi brazo con su codo y moduló irritada: "sé más amable". Lo gracioso fue que en sus no-palabras hallé a la voz de mi consciencia, Donald.

Una señora regordeta abrióla puerta. Las hijas de Ximena no eran ni más, ni menos, que un par de copiasindiscutibles de su madre. La única diferencia yacía en las voluptuosas curvasy áspera voz de esta última.
— ¡Bienvenidos! Me alegra que hayan encontrado la cabaña de Matheo, debió habersido un viaje agotador... Oh, han conocido a mis hijas.
—Gracias por recibirnos —Annabeth se encargó de contestar.
—Síganme, les explicaré en qué consiste la Comunidad. 

EXILIADOS #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora