Capítulo 27

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—Estará bien —dijo.

Había personas hablando; personas que no podía distinguir, ni ver con nitidez. Un dolor punzante me azotaba el cuello y mi cabeza retumbaba cada vez que alguien hablaba.

—Buscaré agua —dijo una voz diferente a la anterior y oí varias personas abandonar el lugar.
Intenté moverme pero alguien me sostuvo contra el suelo.
—Annabeth, quedate quieta —susurró Theo —. Sígueme la corriente.

¿Qué?

El mundo me daba vueltas. En uno de mis intentos por enfocar la visión logré entender que, fuera de la casilla de escombros donde nos encontrábamos, el sol brillaba con una intensidad avasallante.

No entendía lo que había pasado, tampoco sabía dónde estaba con exactitud. Lo único que tenía claro era que había visto a Elioth y que había logrado alcanzarlo.

Entonces recordé haber viajado hasta la casilla, justo antes de haber intentado robarle la camioneta a Theo. ¿Qué había pasado?
—Aquí agua —dijo la segunda voz.
— ¿Dónde estamos? —preguntó Theo.

Lo recordé. Estábamos en el campamento, y Theo lo sabía. ¿Por qué lo pregunta?

Él habló con las otras personas en el pequeño lugar lleno de escombros. Sabía que había mucho escombro porque era lo único que podía distinguir.

Luego de oír balbuceos durante unos minutos, todo volvió a ponerse oscuro.

— ¿Estás bien? —preguntó Theo.

Había caído la noche.

Estaba acostada contra una pared, justo debajo de mí había varias telas rotas y cartones.

Logré girar la cabeza, incluso levantar el brazo para tocarme la nuca; tenía un rasguño importante y la zona hinchada. Entonces recordé que al encontrar a Elioth, alguien me había golpeado por detrás.

Theo se acercó y se sentó frente a mí, aunque bastante cerca; a tientas logré sentarme y justo después que mi mundo rodara hasta acomodarse, lo miré. Tenía parte del labio inferior manchado de sangre seca y en la mejilla (muy cerca del ojo) un golpe enorme teñido de violeta.
— ¿Tan mal está? —preguntó medio riendo.

Tenía algo de tierra en la barbilla y se había puesto el cabello enmarañado detrás de la oreja.

—No —concluí después de observarlo mejor — tenías que irte.
—Claro que no.
—Alguien... me atacó por detrás.
Él frunció el entrecejo.
—Encontraste a tu amigo —susurró —, él te atacó.

No puede ser, pensé.

— ¿Y qué pasó después?
—Después me atacó a mí —medio rió —, y cuando el lugar se plagó de exiliados comencé a actuar como uno.
— ¿Actuaste como exiliado? —susurré.

Él se encogió de hombros.
— ¿De verdad pensabas que iba a dejar que entráramos sin un plan?
Sonreí y cerré los ojos por el dolor en mi quijada, donde también tenía un golpe, supuse que producto de la caída luego de la supuesta ofensiva de Elioth.
— ¿Qué hiciste?
—Intenté atacarlos, me mostré desorientado...
—Y Elioth...
Theo llevó sus manos hacia atrás, para apoyarlas contra el piso y que retuvieran el peso de su espalda.
—Mintió —dijo —. Afirmó que habías intentado atacarlo, como si no supiera quién eras...

En mi cabeza aquellas palabras sonaron como un suspiro. Elioth era demasiado inteligente como para caer en la trampa. Hacía meses que se camuflaba entre los exiliados, por aquello mismo me había golpeado y había agredido a Theo. Había mentido por nosotros; para salvarnos sin que alguien sospechase.

Entonces intenté levantarme pero Theo me detuvo.
—Será mejor que te quedes sentada.
—Tengo que ir a buscarlo, debo decirle que saldremos de aquí a la madrugada...

Utilicé a Theo como bastón hasta lograr mantener el equilibrio, justo en ese momento sentí mi piel enfriarse y al cerrar los ojos durante unos segundos, caí en la cuenta de que no me encontraba del todo preparada para salir.

Theo me sostenía por la cintura cuando unas intensas ganas de vomitar hicieron que colapsara en medio de la pequeña casilla de escombros. Expulsé lo poco que había en mi estómago al suelo, al mismo tiempo que un hombre con un bastón y una niña de pelo naranja entraron al lugar.
— ¡No puedes levantarte hasta que desaparezca la hinchazón! —vociferó y luego comenzó a regañar a Theo.

Desde el suelo escuchaba los gritos del hombre, que tenía la voz gruesa y bastante áspera. La niña se acercó y me mojó la cara con agua.
—Me llamo Frida —dijo.

Intenté abrir los ojos pero me sentía demasiado exhausta como para hacerlo.

De pronto aparecí en mi casa, donde mi hermana entraba a mi habitación para darme un gran abrazo, en el mismo momento que escuchaba la voz de mi madre llamarme a lo lejos. 

EXILIADOS #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora