SEGUNDA PARTE - Capítulo 17

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La puerta tembló frente a la cantidad innumerable de golpes que Thomas le dio antes que pudiera levantarme a abrirla. 

— ¡PARA! —grité.
Corrí el pestillo y él se abrió paso hasta estar en medio de la sala.
— ¡¿Qué?! Puedes esperar a que me ponga...
—Tranquila, cariño. Vas a agradecérmelo —dijo.

Caminó frenético hasta la ventana y al levantar la persiana, la luz de la mañana abrazó el cuarto.

Mientras, refregué uno de mis ojos.
— ¿Qué esperas? Ponte una campera y vamos —dijo.
Entonces acomodé uno de mis calcetines sin mirarlo, ya que se encontraba sujeto de los dedos de mis pies.
—No esperarás que salga corriendo sin que expliques algo...—sugerí.
—Está bien —dijo sonriendo y se fue.
Al pasar por el umbral cerró la puerta.


Veinte segundos más tarde me encontraba en la puerta, con la campera a medio poner y un vaso de café frío en la mano.
—Más vale por tu vida que valga la pena —dije y me detuve en la acera.
La camioneta de Theo estaba estacionado en la puerta y claro que él estaba conduciendo.

— ¿Qué pasa? —pregunté al salir de la Comunidad.
Theo me miró de costado y luego le lanzó una mirada a Thomas. Suspiró.
—Se metió en mi camioneta la noche anterior...
—Deja que te lo explique —interrumpió Wobe —. Me había puesto a pensar... ¿Qué es lo que nuestro amigo del bosque estaba haciendo la noche que vimos la camioneta atravesar la carretera?

Theo parecía no inmutarse ante su tono jocoso. Tampoco hacía más que mantener los ojos en la carretera.
— ¿Y qué descubrí, Lacios de Oro? —preguntó.

Por todos los cielos, necesito más paciencia.

—Thomas...
—Descubrí que la Comunidad tiene un mirador direccionado, ni más ni menos, que a un campamento de exiliados.

Simplemente no podía creerlo. Rayos de sol acariciaron las pestañas castañas de Thomas y éste sonrió con suficiencia.
—Creo que hay algo allí que va a interesarte —y entonces agregó—, creo que vas a volverte loca, para ser sincero.

Y así fue.

Luego de unas dos horas habíamos llegado a un mirador camuflado, un pequeño espacio en la montaña donde habían construido una cabaña bastante diferente a las casas de la Comunidad.

Durante todo el camino Theo había permanecido en silencio, parecía molesto y a la vez, resignado en la situación.

Thomas abrió la puerta para dirigirme hacia uno de los costados, donde el piso y las paredes formaban un semicírculo de ventanas. Allí había un aparato largo que ampliaba la visión a distancia. Lo que vi voló mi cabeza.

Un campamento enorme, instalado en las ruinas de un pequeño pueblo, se alzaba allí frente a mis ojos. Había casillas formadas con escombros, cortinas de tela y tablas de madera oscura. Había muchas personas vagando por el lugar, todos vestían ropas sucias y la mayoría tenía un aspecto deplorable. Era como estar viendo una ciudad de salvajes, tal y como lo había descrito el Epicentro.

Lo que más me impresionaba de todo aquello, era que en la Comunidad nos habían hecho creer que no tenían idea de qué pasaba con los exiliados. Cuando en realidad, tenían un mirador bien equipado para mantener observado el asentamiento.

—Bien, mira hacia allá —dijo Thomas.
Apoyé mi rostro en el aparato.
—Amplifica... —sugirió él.
Giré la perilla que me indicó con el dedo y no veía más que vidrios rotos.
—Cristal roto —dije.
—Mira bien...

Justo detrás del vidrio alcancé a divisar el rostro sucio de un chico atado a un poste de madera.
—Qué... —tenía ganas de vomitar— ¿Qué demonios hace aquí?
Me separé del visor e intenté entender lo que acababa de ver.
—Cómo voy a saberlo —dijo riendo —. Pero ese niño tiene los huevos más grandes todo el campamento....

La salida de Moro podía significar dos cosas: que todo iba muy bien o que todo iba muy mal. Era evidente que el Epicentro no lo había capturado y exiliado, porque de ser así nunca hubiera salido de Genux. ¿Qué clase de enemigo dejaría escapar una de las pocas ventajas por sobre su atacante?

Aquello podía significar que Moro había escapado. Y que, por consiguiente, también lo había hecho mi familia.

Volví al visor y moví el aparato de un lado al otro, balanceando mi cuerpo para mantener el equilibrio. Lo único que veía eran personas de todo tipo portando armas caseras.

Entonces una desesperante idea cruzó mi mente y se adueñó de toda mi piel. Tenía frío y calor. Se me había secado la boca.
—No están —dijo Thomas al verme —. O al menos los alcancé a ver.

¿Por qué lo tienen capturado? Pensé.

—Tenemos que llegar hasta él —dije.
—No hay forma —Theo habló desde el otro lado de la sala.
—Explícate —sugirió Wobe.
—Vigilan los límites las veinticuatro horas y el pueblo es más pequeño que la Comunidad.
— ¿Has intentado alguna vez? —pregunté.
—No se nos tiene permitido.
— ¿Quién lo prohíbe? —preguntó Thomas.
Theo lo miró como si hubiera tenido que explicárselo miles de veces.
—Es un compromiso. Quienes controlamos el campamento, nos limitamos a registrar los movimientos, no a interferir. De todas maneras, meterse allí sería suicidio.

Thomas apoyó su peso en una de sus piernas y abrió los brazos con una sonrisa irónica.
—Amigo, esta chica tiene un imán para las misiones suicidas.
— ¿Cómo vamos a sacarlo? —pregunté ignorando los comentarios.
—Lo digo en serio —advirtió Theo —. No pueden hacerlo, podrán en peligro a la Comunidad.
—Escucha, sé que no tienes por qué ayudarnos, pero no podemos dejarlo ahí...
—De hecho...
—Cállate —le espeté a Thomas.
—No puedo dejar que hagan eso. Revelarían nuestra posición y la Comunidad sería amenazada por una horda de exiliados—zanjó una vez más.

Thomas se acercó amablemente hasta tener a Theo justo frente a sus narices. Lo miró con arrogancia, era evidente que comenzaba a molestarle su intervención.

Por un segundo dudé en qué era lo que iba a hacer Wobe, pero sólo apoyó una de sus manos sobre el hombro de Theo y dijo:
—Sabes, Theo. Digas lo que digas, hagas lo que hagas —le dijo casi sonriendo —, esta chica va a hacer todo lo posible por sacar al niño de allí.

La forma en que Theo lo miraba era vacía, casi desinteresada; en su rostro no había emociones. Éste sacó la mano de Wobe de su hombro y se acercó aún más.
—Sal de aquí, Thomas.
Él no se movió, el aire se cortó en el mismo momento que su sonrisa irónica desapareció. No podíamos ganarnos un enemigo. Principalmente, porque Theo era nuestra oportunidad más segura de sacar a Moro de allí.

Tomé por el brazo a Thomas y lo empujé suavemente fuera de la casilla.

—Lo siento por eso —dije a Theo —. Sé que no debes, pero no puedo dejarlo ahí. Y sé también que en algún punto quieres ayudarnos.
Él caminó hasta una silla y se sentó, apoyó los codos en sus rodillas, y me analizó desde allí.
—Entrar al campamento es una locura, Denis no les ha explicado ni un cuarto de lo que sucede con los exiliados. Están mal de la cabeza, pueden llegar a ser letales.

Una horda de personas letales tiene a Moro en sus manos.

—Si encontramos la manera de sacar a Moro de allí, sin interferir, ni exponer a la Comunidad... ¿Nos ayudarás?

Theo me observó como si fuera un caso perdido; como si lo que estuviera diciendo fuera imposible. A pesar de ello, no podía descifrar si se estaba negando a la idea o si se estaba maldiciendo a sí mismo por estar involucrado. 

EXILIADOS #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora