Capítulo 2

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El sol tibio del mediodía se colaba entre las hojas que no dejaban de ondularse; una y otra vez tapaban los rayos y luego les cedían el lugar.

Era como una pelea: los Árboles contra el Sol. Imaginé la batalla, y al Sol intentando tocar el suelo; así como también a los Árboles tomando por aliadas a las Nubes.

Despertarse en el medio de la batalla tenía sus consecuencias. Fresco. Tibio. Fresco. Tibio. Fresco. Tibio.

La fogata ya no era de fuego sino de humo y pequeños carbones, ésta había sido apagada hacía poco tiempo. Quizás Thomas hubiera dedicado toda su mañana a la caza, y por ello no había querido despertarme. No éramos buenos cazando juntos.

En un abrir y cerrar de ojos el sol se encontraba en la coronilla de mi cabeza. El tiempo pasaba e intentaba entretenerme con las ramas y hojas del piso. En un intento desesperado por dejar de pensar comencé a tallar una estaca con mi cuchillo. Realmente no estaba consiguiendo ninguna de las dos cosas: mi mente todavía formulaba teorías que intentaban probar que Thomas no me había abandonado, y la estaca que estaba tallando parecía un lápiz con la punta quebrada.

Cuando el sol comenzó a dar la vuelta me decidí, tomé ambas mochilas después de levantar nuestro precario campamento y bajé por las piedras hasta el lago más cercano.
— ¡Thomas!
Mi voz resonó en el lugar junto al sonido de los pájaros y las hojas secas de los árboles. No obtuve una respuesta.
— ¡THOmas!
Medio grité y nada.

Hacía tanto tiempo que no elevaba la voz de esa forma, que el corazón me dio un vuelto al comprender que quizás alguien pudiera llegar a oírme.

Sola, pensé. Luego, vociferé como nunca.
— ¡VETE A LA MIERDA!
Finalicé la frase aventando su mochila al suelo, y transcurrido el minuto siguiente en silencio me sentí como una completa tonta por pensar que podría llegar a funcionar.

Mi respiración. Mi bocanada de aire. Nada más.

Entonces escuché su voz a lo lejos.
— ¡Annie! —oí casi como un eco.
Tomé la bolsa del piso y caminé a paso decidido por el único lugar donde se accedía al bosque. Las ansias por recuperar la cordura que el bosque y la soledad se estaban llevando, hicieron que pronto comenzara a trotar.

Me detuve en medio de mi maratón con el pecho agitado; había caído en la cuenta de que no tenía idea hacia dónde me dirigía.
— ¡Thomas! —pedí una señal.
—Aquí —dijo tranquilamente desde el otro lado de un gran arbusto.
Crucé la planta justo por en medio y advertí que conforme avanzaba su gran sonrisa desaparecía. Al tenerlo frente a mí le pegué un empujón.
— ¡Idiota!
Estaba tan divertido que sonreía con los dientes. Volví a empujarlo. Idiota, pensé con ímpetu. Y resolví que debía espetárselo.
— ¡IDIOTA!
—Tranquila, cariño—dijo aún riendo y sostuvo mis manos cuando intenté empujarlo —. Estaba haciéndole honor a mi naturaleza de líder indiscutido. Encontré algo y tal vez nuestra existencia tenga sentido después de todo...

Luego de caminar alrededor de media hora llegamos hasta un pequeño acantilado.
— ¿Qué? —dije echando al piso las bolsas.
Me señaló en silencio al vacío.

Dudosa me acerqué.

Y allí estaba la carretera.

EXILIADOS #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora