CAPITULO IX

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Las pisadas de los caballos era lo único que se escuchaba, además de los sonidos naturales del bosque, mientras la comitiva avanzaba hacia las tierras del clan MacCallum. Dante encabezaba el rumbo junto a su mujer que, por mucho que él insistió en que compartieran caballo, le acompañaba en el suyo propio a quien, irónicamente, llamaba Fiera.

Recordaba exactamente el momento en que ella le mostró el ejemplar, era una yegua preciosa, sin embargo, no pudo evitar soltar una enorme carcajada cuando ella respondió a su pregunta y le dijo como le llamaba.

Era propio que su Liona tuviera un animal tan fiero como lo era ella misma, sin embargo, en un principio pensó que estaba bromeando con él, hasta que se dio cuenta que hablaba en serio y fue en ese mismo momento que comprendió por qué su pequeña esposa se molestaba tanto cuando le llamaba por ese apelativo.

Cada día Dante se encontraba más encantado con su mujer, pues siempre se hallaba descubriendo cosas nuevas de ella, cosas que le fascinaban y le hacían desear que cayera la noche para así poderle demostrar lo muy encantado que estaba con su persona.

Y Liona, que en un principio estuvo reacia con todo lo que venía de él, en los cuatro días que llevaban de casados había comenzado a aceptar que Dante no era el hombre bruto que ella en un principio pensó.

Aunque, en incontables ocasiones, se veía dudando de su propio juicio, al encontrarse en medio de acaloradas discusiones con él, sin embargo, el sentimiento se esfumaba repentinamente cuando su marido la obligaba a callar con uno de sus picantes y apasionados besos.

Y aquella reacción que en un principio le hirvió la sangre, pronto se convirtió en una costumbre, pues ella hacia lo imposible para entran en discusión con él, solo para ser estampada contra cualquier pared, u otra superficie, mientras él se encargaba de rozar cada parte de su cuerpo y besar sus labios con desesperación.

Las mejillas de Liona se tornaron rosadas ante el recuerdo de todas esas veces en que él le había hecho aquello... estaba escandalizada, pero a la vez encantada, por las reacciones que ese hombre creaba en su cuerpo. Aunque pronto su rostro se contrajo al recordar la mentira que cargaba en sus hombros.

La mañana luego de su primera vez juntos, se levantó en compañía de su esposo para desayunar y, mientras se cambiaba, esperaba el escándalo que causaría al no encontrar ninguna prueba de su virtud perdida en el lecho. Sin embargo, ningún reproche llegó y ella misma se sorprendió al voltear y encontrar las mantas manchadas de sangre.

Estaba tan confundida y contrariada por el hecho que, aunque sentía vergüenza de hablar sobre lo ocurrido, se atrevió a consultarlo con Nairna, que conocía los oscuros detalles de su pasado. Ella no le supo dar respuesta sobre lo que había pasado pero sí la hizo que prometer que no tocaría el tema con Dante y, aunque en un principio no estuvo segura, terminó prometiéndoselo.

La joven había notado por sí misma la diferencia en sus pensamientos y la esperanza de ser feliz resurgiendo en sus adentros al descubrir cuan diferente había sido la experiencia con su marido. Él había demostrado ser un buen hombre y ella no quería dejarlo ir.

No quería perder lo que entre ellos se estaba formando.

El recuerdo de que ya no podría seguir viendo diariamente a su padre, hermano y su querida amiga Nairna era otro asunto que la tenía muy triste. No sabía lo que le depararía en las tierras de su marido y eso le aterraba. Solo rogaba a los dioses, que donde fuera, se sintiera cómoda y aceptada.

Odiaría vivir en un lugar en el que nadie la tomara en serio.

Hacían ya dos días desde que salieron de las tierras MacLachlan en dirección a su nuevo hogar, y a medida de que avanzaban, los paisajes se hacían cada vez más verdosos y extraordinarios. Grandes montañas se extendían por cada lugar al que pasaban y Liona no podía evitar distraerse hasta tal punto de olvidar que más personas la rodeaban.

La Fiera del Highlander (Secretos en las Highlands 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora