A Liona nunca le gustaron las despedidas, mucho menos aquellas, cuando el rumbo pautado por su ser querido era a una batalla.
Recostada en el lecho, en espera de su esposo, rememoraba las veces que su padre había partido a batallar junto a sus guerreros, defendiendo su territorio o ayudando a clanes aliados, más pequeños, a hacerlo.
En aquel instante, igual que en el pasado, la incertidumbre era lo que más le molestaba de la situación, eso y la impotencia que invadía su cuerpo al no poder hacer nada más que esperar pues, antes, apenas había sido una chiquilla que tomaba a hurtadillas las espadas de su hermano para practicar en secreto, y en su actualidad, una mujer embarazada que debía velar por el bienestar del retoño que cargaba en su vientre.
Desde su lugar, podía escuchar la actividad que, aun mucho después de que descendiera el sol, seguía activa en el castillo y sus jardines.
Como había dicho su esposo, todos se preparaban de forma apresurada para marchar a las tierras del norte, a batallar contra su enemigo Dougal, en busca del hijo menor de Duncan.
Ella esperaba le encontrasen con vida. Su cuñado era muy buena persona, poco convencional pero, definitivamente, un ser sin igual.
El poco tiempo que compartieron juntos, después de su desliz inicial, cuando entró al aposento su primera mañana en tierras MacCallum, supo tomarle cariño, mucho más cuando él le trató como familia desde un inicio.
Nunca olvidaría las veces que este sacó de quicio a su marido, era divertidísimo verlos a los dos juntos, interactuando tan parecido a como ella era con su hermano... y deseaba volver a ser testigo de aquellos momentos entre ellos.
Por más que ella quiso esperar a Dante despierta, su cuerpo no concordó con sus deseos. A pesar de que batalló contra el sueño, por largo tiempo, no pudo evitar que las nubes acolchadas de la inconsciencia la engulleran. Tomando a la fuerza el descanso que su cuerpo exigía.
Poco después, cuando los preparativos de su partida quedaron adelantados, Dante ordenó a sus guerreros descansar, para luego dirigirse a su aposento y hacer lo mismo al lado de su esposa.
Se encontraba exhausto, tanto física como mentalmente. Había sido difícil mantener la compostura ante la notica que les dio Dwin, quien fue enviado por el mismo Gustaf a informar lo sucedido, en el justo momento que avistó que sus esfuerzos por defender el territorio serían en vano, consciente de que estaba en inferioridad de condiciones.
Era su hermano pequeño... su hermano menor estaba en peligro y quien sabía si torturado o muerto. Pensó, atormentado en aquel momento, conociendo a la perfección la sádica mente de Dougal MacGregor.
No quería pensarlo, si quiera imaginarlo, pero era consciente de que aquellas eran las posibilidades más probables.
Un suspiro pesado salió de sus labios cuando acabó de subir las escaleras, mismo que terminó justo cuando estuvo frente a la puerta del aposento.
Entró en la estancia sin siquiera tomar la antorcha del pasillo para iluminarla y tampoco había por qué hacerlo, ya que la luna le dejaba observar entre la oscuridad de la misma, haciéndole notar el cuerpo de su dormida esposa de espaldas a él.
En dos largos pasos llegó hasta el lecho y esa vez solo se quitó los zapatos para acostarse junto a ella de forma pausada, no queriendo despertarle, y abrazarle desde atrás, acariciando casi de inmediato su vientre y besando su hombro antes de cerrar sus ojos y quedarse dormido casi al instante por el agotamiento que inundaba su cuerpo.
[...]
— ¡Gustaf! —gritó, recorriendo los arboles— ¡Bràthair, ya basta! —volvió a gritar.
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La Fiera del Highlander (Secretos en las Highlands 1)
Historical FictionA mediados del siglo XI, en las tierras altas de Escocia, el hijo primogénito del laird del clan MacCallum, Dante, se negaba a obedecer las órdenes de su padre sobre desposar a una mujer a quien siquiera conocía. Pero luego, cuando Duncan le comenta...