CAPITULO XXIII

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El caos reinaba en aquel campo de batalla.

Los gritos de guerra se alzaban por encima de todo, la sangre de los heridos se derramaba sobre el terreno y el choque de las espadas no cesaba. Eran muchos, los enemigos les rebasaban en número y las filas aliadas de forma paulatina iban decayendo, sin embargo, no iban a rendirse. Triunfarían, su estrategia estaba pensada en ello.

La respiración de Dante era agitada, exhalaba aire a cada estocada, con cada golpe que esquivaba, con cada uno que asentaba, cegando la vida de algún enemigo.

Mantuvo su ritmo firme y en un momento, pudo ver, desde su lugar, a un muy relajado George, que se regocijaba al ver el reducido número de guerreros que atacaban a su enorme grupo de combatientes, sin saber que pronto todo cambiaría.

El rubio bebió de su jarra a modo de brindis, esperando el momento justo para bajar y cegar la vida de Dante y de Elliot, aunque a este último aun no lo localizaba entre la batalla que se estaba desarrollando abajo.

Estaba tan seguro de que ganaría, sin siquiera imaginar la sorpresa que se llevaría.

Al mando de los guerreros, Dante siguió batallando, al lado de Alistar, junto a los suyos, los MacCallum, y otros de su mismo clan que habían intercambiado ropas con los MacLachlan, para que George creyera que todos los combatientes de su bando estaban allí frente a él.

Y que con esto se confiara, empleando todas sus fuerzas en aquel frente.

Dante sabía no debía apresurarse a los hechos, que no podía dejar de lado el plan que habían construido, pero no lograba evitar que los deseos de hacerse hueco en el castillo y recuperar a su mujer de una vez por todas le invadieron.

Alzó su espada y la hundió en el pecho de su atacante, dejándole sin vida al instante, y fue justo en ese momento que la otra parte de los guerreros entró en acción, encabezados por Elliot y Gustaf, tomando por sorpresa a sus enemigos.

Los pobres, como ellos habían anticipado, estuvieron tan concentrados en su ventaja que habían dejado demasiados puntos sin proteger y ellos tomaron aquello a su conveniencia.

Con ellos anonadados por lo que pasaba, presos de la sorpresa, arremetieron contra cada uno, sin piedad, y Dante vio el momento exacto en que el rostro de George palideció. El justo momento en que avistó, al menos, una parte de sus planes.

Desde lo alto dio órdenes a sus guerreros de no decaer, de seguir luchando, mientras se maldecía por haberse confiado. Debió haberlo esperado, su primo era un completo hijo de puta.

Ahora, con Elliot, Gustaf y los demás guerreros, integrados en la batalla, rápidamente fueron reduciendo a las tropas MacCleud y MacGregor que luchaban en favor de George.

Al igual que Dante, el hermano de Liona, controlaba sus impulsos de tomar el castillo antes de lo planeado, para ir en busca de su melliza y luego acabar con la vida de su captor.

Las energías de todos fueron elevándose y aquellos guerreros que habían sido obligados a batallar por parte de George, pronto terminaron rindiéndose, apreciando más su vida, al ver que no tenían oportunidad.

Y cuando esto sucedió, viendo George como sus guerreros empezaban a doblegarse, como aquellos que no lo hacían perecían bajo las espadas MacCallum y MacLachlan, al avistar como su enorme grupo de combatientes se redujo de una manera significativa, se marchó.

Como el cobarde que era, se adentró en el castillo, dirigiéndose al aposento donde tenía retenida a su mariposa de fuego, pues ciertamente ella no volvería a estar en brazos de su maldito primo. Primero la mataría, porque si no podía ser suya, no lo sería de nadie.

La Fiera del Highlander (Secretos en las Highlands 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora