— ¡Por los dioses, Liona! —exclamó Dante, bajando hábilmente de Diablo, dirigiéndose a dónde la encontró después de una larga búsqueda.
Esa mujer... ¿qué haría con ella? Pensó para sus adentros, recayendo en cómo, aún con todos los ojos puestos en ella, había vuelto a escapar de la comodidad del castillo.
La pelirroja no titubeó, se quedó sentada en el mismo lugar en el que había pasado su tarde, cerca del acantilado, admirando las vistas y descansando del hostigamiento al que recientemente había estado sometida.
Entendía que todos estuviesen preocupados por ella y el bebé que cargaba en su vientre, luego de que días atrás se resfriara y estuviese en el lecho con la temperatura un poco alta pero, ya estaba bien y no soportaba que todos le tratasen como una enferma, que no le dejasen ayudar en nada, cuando se sentía en óptimas condiciones.
— ¡Deberías estar en cama! —rugió, de pie frente a ella, haciéndole levantar el rostro para poder mirar el suyo que estaba contraído por la ira.
Liona solo rio, no pudo evitarlo, hirviendo aún más la sangre de su esposo.
—Te ves tierno cuando intentas sobre protegerme, cariño —dijo, usando las mismas palabras que él usó con ella tiempo atrás, cuando estaba recuperándose de la herida que casi le cuesta la vida.
Al escuchar aquellas palabras, entendiendo a dónde quería ella llegar, Dante le dirigió una mirada que nunca antes le había dado, haciéndole notar lo muy enojado que se encontraba.
—No es un juego, Liona —puntualizó, serio.
—Lo sé, cariño —dijo ella, tratando de levantarse del suelo, protegiendo con una mano su vientre, que para ese momento se encontraba un poco más crecido que antes—. ¿Me ayudas a...? —ella no tuvo que terminar la pregunta, antes de que la formulara, él ya estaba acomodándose para ser su apoyo y ponerla de pie.
Ella se dejó levantar y, aprovechando la cercanía, le otorgó un sonoro beso en los labios a su marido, en busca de menguar su enojo.
—No me regañes, por favor —dijo, besándole otra vez, dejando al hombre estático, intentando mantener su postura y no derretirse ante los encantos de su mujer, como pasaba la mayoría de las veces. Ella definitivamente será mi ruina... Pensó—. Estoy harta de estar dentro de aquellas cuatro paredes, no soporto que me quieran mantener anclada al lecho. Estoy bien, amor, nuestro bebé también —aseguró.
Él suspiró.
—No tienes que permanecer en el lecho o dentro de las cuatro paredes del aposento —dijo él, esperando que ella entendiera—. Pero no puedes desaparecer sin decir nada, alborotando a todos en el castillo por tu ausencia, caminando toda esta distancia hasta... —él no terminó su oración pues, un movimiento detrás suyo llamó su atención.
Liona mordió su labio y apretó los ojos, viendo lo que su marido, sabiendo de inmediato que en ese momento no podría salvarse de la reprimenda que se le vendría encima.
Él nunca le había castigado pero ella estaba convencida de que aquella vez sí que lo haría... Pensó, nerviosa.
—No puedo creerlo —sus facciones se contrajeron, su rostro empezando a arder y su corazón acelerándose de solo pensar en la insensatez que su mujer había cometido—. ¡Viniste a lomos de Fiera! —exclamó, viendo cómo Diablo, que había encontrado a la yegua, la montaba, buscando aparearse con esta— ¡Pudiste haber caído, mujer!
Y ese fue solo el inicio de un sin número de reprimendas que salieron de los labios de un muy enojado Dante, mismas que ella escuchó con tranquilidad, sin pronunciar palabra alguna, analizando que ciertamente él tenía toda la razón para hacerlo.
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La Fiera del Highlander (Secretos en las Highlands 1)
Ficción históricaA mediados del siglo XI, en las tierras altas de Escocia, el hijo primogénito del laird del clan MacCallum, Dante, se negaba a obedecer las órdenes de su padre sobre desposar a una mujer a quien siquiera conocía. Pero luego, cuando Duncan le comenta...