CAPITULO XV

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Odiaba mentir, mucho más si la mentira iba dirigida a su padre, pero Dante definitivamente no estaba dispuesto a contarle al Laird MacCallum que el prisionero había muerto a causa de su pérdida de control.

A causa de su debilidad...

No pudo hablar con él justo cuando llegó al castillo después de salir del calabozo, sino hasta más tarde cuando el viejo regresó de cazar, al tiempo que Gustaf llevó el reporte de lo encontrado en la guardia de la muralla.

Los dos se reunieron con su padre en el estudio, Dante dejó hablar a su hermano primero, dudando sobre la forma en que contaría a su padre lo sucedido, y cuando Gustaf terminó, dejó salir de sus labios la razón, a medias, por la que habían perdido a su fuente de información; y bueno, que su hermano no interviniera, conociendo que lo que decía no era completamente cierto, no ayudó mucho a que resarciera su accionar.

Habían pasado unas seis noches ya desde aquel día, pero él aún se debatía en si lo dicho por aquel hombre habría sido cierto o, como concordaron Gustaf y Alistar, una treta calculada por este, habiendo visto a su mujer como un punto débil suyo, para que le diera una muerte rápida y evitar hablar; sucumbiendo ante los castigos planeados para él.

Y sí, las posibilidades de que haya sido justo eso eran altas, pero sus palabras referentes a su mujer habían sido dichas con demasiada seguridad y eso le perturbó, por lo que al día siguiente asignó a uno de sus guerreros, el más fuerte y temerario, el cuidado de su fiera. Cuestión que no le gustó mucho a la pelirroja, principalmente cuando mencionó que era para mantenerla a salvo, pero que terminó aceptando, para su sorpresa.

Mientras Dante alzaba su espada, mejorando sus estocadas en soledad, allí en la zona de entrenamiento, una insistente mujer lo observaba, respirando de forma profunda, acomodando bien su vestido luego de aquel encuentro en que sedujo y dejó inconsciente a uno de los guerreros que custodiaban los alrededores del castillo, destinados a impedirle la entrada.

Estaba furiosa, sí, por todo lo ocurrido, por como Dante la había humillado, por como la trató de aquella forma tan brusca y tosca, solo porque había desposado a esa maldita mujer de cabello rojo, que muy a su pesar, admitida era hermosa. Hermosísima.

Aquel suceso bajó su confianza por varios días pero pronto se recuperó, encontrando los ánimos y una treta infalible para recuperar a su semental. Al hombre que la convertiría en señora de todo el clan.

Estaba convencida de que podría lograrlo.

Desde que ella empezó a caminar en su dirección, Dante se dio la vuelta, sonriendo, pensando que encontraría a su esposa tras de sí, y así practicar junto a ella como recientemente habían hecho, pero no, era Ketsia y él gruñó, molesto con el responsable de dejarle pasar.

—Definitivamente tendré que tomar medidas más drásticas para alejarte de aquí —dijo, cansado, clavando en el suelo su espada.

Aquella respuesta no le gustó nada a la morena, aunque su descontento no traspasó al exterior, al contrario, colocó la seductora sonrisa que siempre solía poner para él.

—Solo me rechazas porque no recuerdas los candentes momentos que pasamos juntos —dijo, acercándose, mientras él la observaba, impasible—. Déjame acercarme, déjame mostrarte.

Dante quiso reír ante aquello, recordando las últimas palabras que ella le dedicó antes de que marchara a tierras MacLachlan.

— ¿No se suponía que sería yo el que estaría rogando? —preguntó él, divertido— Y aquí estas tú, jugando con tu vida como si no te importara en lo más mínimo.

Como hombre no pudo evitar verla, recorrerla y, al hacerlo, la vio tan atractiva como siempre, sin embargo, la reacción que siempre se presentaba cuando estaban tan cerca, no se hizo presente. Ninguna parte de su cuerpo se removió incomoda por su presencia y los deseos de hacerla suya parecían haberse desvanecido. Definitivamente solo tenía ojos para Liona.

La Fiera del Highlander (Secretos en las Highlands 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora