CAPITULO IV

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Arrollador. De esta forma describía Liona el día en que conoció a su prometido.

La noche anterior, luego de su encuentro en aquel viejo tronco, Liona se había reunido con su hermano, quien la cuestionó sobre el por qué había estado a solas en la oscuridad de los jardines habiendo tantos guerreros extraños por los alrededores.

La joven le quitó hierro al asunto respondiendo que necesitaba tiempo a solas para asimilar su nueva situación, lo que su hermano detectó de inmediato como una mentira. Él no era estúpido, conocía a su melliza lo suficiente como para saber cuándo mentía, además, no creía que fuere coincidencia que tanto ella como Dante hubiesen desaparecido al mismo tiempo, sin embargo, la dejó pensar que había creído sus palabras.

Después de todo, si encubría su encuentro, significaba que nada grave había sucedido. Ella no callaría una falta grave de su parte, sin importar los conflictos que ocasionase.

Luego de este intercambio, Liona se despidió y se retiró a su aposento, con el deseo de descansar y entender por qué había encubierto las acciones de Dante, de tal manera que hasta dejó su preciada daga en unos matorrales debido a que no le daría tiempo a colocarla en su lugar antes de llegar a su hermano. Y él no dejaría pasar aquello desapercibido.

Ya recostada en el lecho, no hacía más que refunfuñar por el atrevimiento de Dante y por como sus acciones habían despertado en ella sensaciones que prefería no haber vuelto a sentir. Debido a lo que estas implicaban.

Con el tiempo creyó que aquellas sensaciones habían desaparecido de sí, cuando aún era una joven tonta, confiada y enamoradiza. Y fueron las mismas que creyó sepultadas en el lugar más recóndito de la coraza que a través de los años había construido a su alrededor.

Su contacto y aquel beso, por más que quisiera negarlo a sí misma, la desquiciaron, pues no podía dejar de pensar en que lo hacía diferente de los demás. Fueron muchos los que trataron de llegar a ella, todos de una forma más sutil y respetuosa, pero él, de entre todos, que había sido un atrevido, fue la persona que logró atravesar parte de ella y recibir reacción alguna.

Era un misterio para sí, cómo fue que él le había hecho sentir ese cosquilleo en su estómago y piel, en vez del asco y desprecio que sentía cada vez que algún hombre se atrevía a tocarla.

Y fueron estas las preguntas que la atormentaron prácticamente toda la noche, sin dejarla descansar. Además de que, saber que Dante dormía bajo el mismo techo que ella, no ayudaba en nada.

Luego de haber caído dormida casi al amanecer, despertó espantada por el sonido de alguien entrando a su aposento. Sus sentidos se agudizaron para luego calmarse al ver el rostro de su amiga, Nairna.

—El Laird ha pedido que venga a verte —sonrió y vació las cubos de agua que traía consigo en la tina—. No es propio en ti dormir tanto.

Liona suspiró y se recostó nuevamente en el lecho. Aún agotada.

—Seguro ha pensado que me he vuelto a escapar —dijo, divertida y su amiga rió.

—No lo culparía —respondió, mientras reía y alzaba sus hombros, sin darle importancia.

Nairna no encontraba imposible que el Laird pensara aquello, luego de las tantas veces que esta lo molestó, tratando de librarse del matrimonio venidero.

—Sin embargo, él ya estaba enterado de que dormías, Elliot vino más temprano a verte y te encontró aun dormida.

— ¿Están esperando por mí? —preguntó Liona.

—No, me lo ha pedido antes de marchar de caza junto a Elliot y aquel prometido tuyo del que no me has contado nada —contestó y frunció el ceño al ver el negativo gesto que cubrió el rostro de la pelirroja— ¿tan mal ha ido? —preguntó, esperando que su respuesta fuere contraría.

La Fiera del Highlander (Secretos en las Highlands 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora