CAPITULO XXII

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Una veintena de guerreros cabalgaba por Las Highlands en dirección a tierras MacCallum. Su líder los encabezaba, montando en su caballo de forma ágil, con el rostro serio e inexpresivo, sumido en sus pensamientos.

Elliot había decidido visitar a su hermana en su nuevo hogar, luego de haber cumplido con su deber en un clan aledaño que, después de su visita, se convirtió en uno más de sus aliados.

Deseaba estar al tanto del bien estar de Liona, de si era tratada como merecía... aunque también tenía en cuenta que lo que estaba haciendo quizás no era lo más correcto, pero no podía evitarlo. Ella siempre había sido su luz, su guía, su otra mitad, y ahora que no estaba junto a él, le extrañaba demasiado.

Estando tan cerca de sus nuevas tierras, no iba a desaprovechar aquella oportunidad, aunque ciertamente su mujer, Nairna, y su padre se preocuparían un poco por el retraso que aquel desvío le proporcionaría a su viaje, aunque seguramente se alegrarían en sobremanera por tener noticias de ella. Dependiendo de cuales fueran...

Siguieron su camino, a un paso comedido, hasta que el sonido de un apresurado jinete les puso en guardia. De inmediato Elliot dio la señal a sus guerreros para prepararse ente cualquier situación de peligro que se les pudiese presentar y esperaron, hasta que el causante de su sobresalto apareció ante ellos.

Por su vestimenta supo de inmediato que era un guerrero MacCallum y este, que en un principio se asustó al verlos a todos frente a él, frenó su caballo de golpe para luego terminar reconociendo que no eran una amenaza; que justamente eran parte de las personas a las que había sido enviado a avisar sobre la guerra y el secuestro de su familiar.

—Ha de ser un buen presagio de los dioses —aclamó el guerrero, al tiempo que se acercó a ellos, reconociendo al hijo del Laird Alfred, de sus viajes a tierras MacLachlan.

De inmediato, se encargó de entregar el mensaje que había sido dispuesto para ellos.

Cada uno de los guerreros escuchó atentamente lo relatado por el hombre, preparándose mentalmente para lo que se avecinaba. Cada uno permaneció impasible, hasta Elliot, aunque por dentro estuviese muriendo de angustia y de rabia.

¿Cómo diablos había podido pasar aquello? Pensaba, a punto de explotar. ¿Su hermana en manos de ese mal nacido? ¿Cómo había podido pasar bajo las narices de su marido? No le cabía en la cabeza. ¿Por qué Dante no había estado con ella a mitad de la noche? ¿Cómo diablos uno de sus mismos guerreros había sido participe de aquello?

Las preguntas siguieron azotando su mente mientras nuevamente emprendían el camino, luego de que el jinete siguiera hasta donde su padre para informar sobre lo sucedido, ahora con la información de que él se les uniría, para recuperar a su hermana y cortarle la cabeza de una vez por todas al desquiciado de George.

Sus caballos surcaron el terreno con velocidad y no se detuvieron para nada más que encender sus antorchas cuando la noche cayó sobre ellos, llegando a la muralla que delimitaba el territorio MacCallum cuando aún la oscuridad reinaba.

Luego de la confusión inicial de los custodios quienes, por la situación y la hora, pensaron eran enemigos, se adentraron en el territorio, camino al castillo, a encontrarse con las tropas que justo empezaban a prepararse para partir al amanecer.

Dante no había descansado ni un poco, se había pasado la mayor parte del tiempo repasando los detalles de sus movidas, de sus estrategias, tratando de distraerse de los pensamientos y la culpa que le azotaban.

Ni siquiera había podido dormir en su aposento, como le recomendó su padre. Entrar en aquel lugar solo le recordaba lo ocurrido, su estupidez, lo mal que había tratado a su mujer, misma que además esperaba un hijo suyo, hecho que él no había creído cierto cuando ella se lo confesó.

La Fiera del Highlander (Secretos en las Highlands 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora