CAPITULO XII

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Al entrar por las puertas del castillo Liona estaba tan cansada que ni siquiera tuvo las fuerzas necesarias para fijarse en cualquier detalle del interior. En lo único que pensaba era en poder sumergir su cuerpo en agua caliente y descansar lo suficiente como para asimilar todo el viaje y las malas experiencias que este trajo consigo.

Por esta razón se vio obligada a rechazar la amable oferta que, aun con la declaración de Dante sobre su cansancio, el padre de su esposo le hizo. Él deseaba compartir con la joven un pequeño recorrido por el castillo con el propósito de conocerla mejor y al mismo tiempo mostrarle su nuevo hogar.

Sin embargo, a pesar de sus deseos, el viejo Duncan se mostró comprensivo ante la negativa de la joven y él mismo se encargó de llamar a una de las criadas para que la llevase a su nuevo aposento y le preparara el relajante baño que deseaba. Entendía que para una muchacha como ella, que apenas había salido de sus tierras, según había comentado su amigo Alfred, debió ser bastante agotador cabalgar por tan larga distancia. Mucho más con el suceso que vivió y que su hijo aun no les contaba.

Después de hacer las presentaciones pertinentes entre Liona y la criada, la joven se despidió de su esposo y de los nuevos integrantes de su familia para luego seguir los pasos de la castaña por los pasillos del castillo.

Varias antorchas iluminaron su camino hasta las enormes escaleras que llevaban al segundo piso y las dos la subieron a paso ligero. Al pisar el último escalón se encontraron con una diversidad de puertas que se extendían a lo ancho del pasillo.

Aili, como se llamaba su guía, caminó hacia el lado derecho y después de unas cuatro puertas se detuvo.

—Hemos llegado, mi señora—le sonrió amablemente.

La rubia abrió la puerta del aposento e instó a Liona para que pasase primero. La joven lo hizo y al entrar sus ojos vagaron por la estancia hasta caer directamente en el lecho, y quiso dejarse caer allí de inmediato, sin embargo, algo a su izquierda llamó más su atención.

Su cuerpo casi podía sentir la relajación de solo ver el vapor emanar de las aguas cálidas que emanaban de la tina llena de agua y aquella vista desató la urgencia de sumergirse allí de una vez por todas.

—Cómo es posible que el agua esté caliente si apenas hemos llegado —preguntó, sorprendida por el hecho.

—Todos estábamos muy pendientes de su llegada, para así tener todo listo —contestó la muchacha—. Un mensajero nos avisó cuando atravesaban las aldeas y eso nos dio tiempo de preparar todo, solo tuvimos que verter el agua caliente cuando cruzaron las puertas del castillo.

—Estoy agradecida por su gesto, hace días que muero por un baño caliente.

—Entonces no espere más, mi señora —dijo Aili—, le ayudaré a quitarse la ropa.

—Preferiría hacerlo sola —contestó Liona, deseando intimidad—. Muchas gracias por traerme.

—No tiene que agradecer —respondió, modesta—. Estaré cerca si necesita algo.

Liona asintió y la muchacha salió de la estancia, dejándola sola.

Casi de inmediato empezó a quitar las prendas que cubrían su piel y, cuando estuvo completamente desnuda, sumergió su aletargado cuerpo en el agua, sin hacer movimiento alguno, más que hundirse en la calidez del líquido transparente, hasta que de ella solo sobresalía su rostro.

Sus músculos, agotados, tensos y débiles, fueron aflojando, dejando a su paso la esplendorosa sensación de alivio que tanto había deseado. Por suerte, las cicatrices habían cicatrizado un poco y no llegaron a arderle, como aquel día en el río.

La Fiera del Highlander (Secretos en las Highlands 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora