CAPITULO XXI

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Los gritos agónicos y cargados de ira, que Liona había estado lanzando desde que George se atrevió a amenazar a sus seres queridos, cesaron poco después que este se marchara, al darse cuenta que no lograría nada con ello, más que lastimarse a sí misma; sin embargo, en ningún momento dejó de luchar contra las ataduras que retenían sus brazos, aunque aquello le causara un escozor descomunal debido a la fricción de su piel contra la soga.

Por un tiempo siguió intentando liberarse, para luego terminar abandonando sus esfuerzos, al no obtener éxito alguno. Terminó vuelta un lío de lágrimas, sobrepasada por la situación, por como todo su mundo había cambiado en un abrir y cerrar de ojos.

Sollozó una vez más, muy a su pesar, pensando en el horrible destino que le depararía si no lograba escapar de allí, o mucho peor, si así como George había prometido, lograba hacerle daño a los suyos.

Aunque, más que nada, una profunda preocupación le invadía, al pensar en su hijo, que aún era una pequeña y frágil estela de vida en su interior. Y si George se enteraba... Pensó, pero de inmediato negó con su cabeza, prohibiéndose siquiera el pensamiento de llegar a perderlo.

El sonido de la puerta abriéndose le sobresaltó, pensando que nuevamente sería él quien entraría, a continuar atormentándola, pero no lo fue y lo agradeció a los dioses, aunque en el fondo de su corazón sentía que estos le habían abandonado, al permitir que cayera en manos de aquel hombre una vez más.

Para su suerte, solo eran tres criadas que se adentraron en el aposento, aunque aquello tampoco le dejó tranquila del todo.

Inmóvil, desde aquel lecho, observó a las chicas, diferenciándolas solo por su color de pelo, pues en ningún momento levantaron su rostro en su dirección.

Dos de ellas eran morenas y la tercera una pelirroja, al igual que Liona. Cada una se movió por el aposento en silencio y con la vista baja, cumpliendo las peticiones de su Laird. Actitud que a Liona le preocupó bastante. Aquel nivel de sumisión...

¿Qué clase de barbaridades les habría hecho George a ellas también? Se preguntaba mientras las veía trabajar.

La morena más alta se encargó de verter las cubetas de agua que cargaba, en la tina que había a un lado de la habitación, la otra colocó unos tantos vestidos encima de un baúl para luego abrir la ventana de par en par, dejando entrar aún más la luz del día, mientras que la última, la pelirroja, dejaba una exorbitante cantidad de comida, junto a un jarrón con agua, encima de una pequeña mesa.

Cuando terminaron, las morenas caminaron en dirección a Liona, con cuchillas en mano, y aquello le alteró. Se removió incomoda en el lecho, pensando que iban a hacerle daño, hasta que la tercera, entendiendo su preocupación, le habló:

—No le lastimarán, cortarán sus ataduras para que podamos atenderla.

Liona se relajó ante sus palabras, pero no demasiado. Quería darles el beneficio de la duda pero aun así su mente no dejó de trazar posibles movimientos para defenderse de ellas si lo dicho por la joven, no llegase a ser cierto.

Para su alivio, estas si soltaron sus ataduras, liberando sus manos, y de inmediato se encontró masajeando sus muñecas, aliviando el dolor que le habían estado provocando. La retención había enrojecido aquella área y se encontraba, además, un tanto magullada por los esfuerzos hechos para liberarse de esta.

Casi de inmediato, las muchachas intentaron ayudarle a levantarse, para asearle y cambiarle, pero Liona se negó, deseando intimidad. Quería estar a solas, no confiaba en ellas, ni en nadie allí, y a pesar de saber que las muchachas no le habían hecho daño alguno, se negaba a bajar la guardia.

La Fiera del Highlander (Secretos en las Highlands 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora