Prologo

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—¿Quién eres tú y por qué me llevas?—Preguntó la pequeña Astrid. Su voz había salido en un susurro, con su mano firme en la daga que mantenía detrás de ella como protección.

Eres muy guapa, Astrid—La mujer de ojos fríos acarició el cabello de la niña con delicadeza, casi como si fuese de cristal, como si le importara—. Serás la envidia de Afrodita y sus hijas.

—¿Quién eres?—Volvió a preguntar la niña frunciendo el ceño y retrocediendo un paso por inercia, la desconfianza era latente.

Soy Quíone, queridaLa diosa agarró de la mandíbula bruscamente a la pequeña y asustada niña—. ¿Crees en serio que una daga podrá conmigo, tan ingenua eres, querida?

La diosa de cabellos oscuros como la noche, se acercó aún más a la niña y su brazo se alargó hasta la parte de atrás de ella, tomando la daga de la pequeña de ocho años y acarició el filo de esta con tranquilidad, casi con burla en su rostro y sus movimientos. Astrid, como se esperaría, retrocedió por inercia, miedo y angustia que lograba sentir cerca de la diosa, y comenzó a rogar que apareciese alguien en ese mismo momento: Su padre, su hermano, su mejor amigo... quién sea, alguien que la salvara de aquel calvario que estaba segura que le provocarían.

Su ser entero se volcaba a buscar protección propia, algo tenía aquella mujer que hacía a la pequeña Astrid Frost temblar de miedo como nunca antes lo había hecho, ni siquiera cuando su padre estaba enfadado por alguna travesura de ella y su hermano mayor. Ella, la diosa, emanaba maldad y malos deseos, Astrid podía sentirlo con toda claridad posible, algo no estaba bien. Sin embargo, tampoco podía alejarse por más que lo quisiera. Algo la aferraba al momento con la diosa.

Era cierto lo que decían—Susurró la diosa, con una entonación amarga—. Muy guapa, ¿No? Más de lo que soy yo—Volvió a decir la diosa, a la vez que se acercaba con voz cargada en odio a la pequeña.

—¿Qué quiere de ?—La niña tocó la pared sintiendo su corazón latir rápidamente desbocado.

Me traerás problemas más adelante—La diosa sonrió cerca del rostro de la niña de forma amenazadora, la veía, la analizaba.

Te traeré problemas ahora si no te largas ya—La niña apretó su mandíbula enfadada. Intentando verse amenazadora, pero su rostro era el de una niña asustada.

—¡Qué insolente!—La diosa se enfureció—. ¿Sabes quién soy acaso? Respétame, mocosa.

Eres una extraña que está loca si cree que le tendré miedo—Susurró la niña observándola.

La diosa se acercó hasta el oído de la niña con una sonrisa maliciosa, sus ojos volviéndose más fríos de lo normal, expresando la poca empatía que sentía por la niña, lo poco que quería tenerla cerca para sus problemas, y le entregó la daga a la vez que le decía con voz aterciopelada, seduciendo a la niña y dejándola en un momento de trance, como si nada más existiera que el sonido de aquella melodiosa voz que le traería proboemas:

Eres muy hermosa Astrid Frost, pero ésa belleza puede ser corrompida y alterada rápidamente—Sonrió nuevamente con satisfacción—. Dáñate, hazte un corte en la mejilla. Desfigura ése lindo rostro—Ordenó.

La diosa se alejó de la pequeña niña con rapidez y se sentó regiamente en la litera de la niña para observar su acción con la más pura devoción de haberlo dicho bien, de ver cómo lograba manipular a la niña a su antojo y que cumpliera uno de sus mayores caprichos en aquel amargo, sucio y frío corazón. Aquel que jamás había sentido nada por nadie y que algunos tenían dudas si latía realmente. Miró a la niña deseando grabar aquel momento, admirando cómo Astrid apretó la daga y la acercó a su rostro mientras miraba a un punto fijo en la pared, con neblina en su cerebro. Estaba cegada. No escuchaba nada más que las ordenes de Quíone.

Dáñate. Desfigura ese lindo rostro.

Y así, Astrid Frost, selló su destino.

Con un corte y una orden.

Cross Roads [Percy Jackson].Donde viven las historias. Descúbrelo ahora