"Serendipia"

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A/N: A falta de mi inactividad, he vuelto de forma esporádica aunque imagino que acostumbro a hacerlo en diferentes temporadas del año. Este capítulo va en honor del Rivetra Week 2017 del grupo de facebook en español: Rivetra Fans, el cual me perdí el mes pasado y tengo pendientes revisar los escritos de las participantes.

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Más allá de la estación del tren en la ciudad de Trost, cuando la última ronda nocturna finaliza a altas horas de la noche, existe un estrecho y antiguo callejón que guía rumbo a las zonas más aisladas de la ciudad; el olor a musgo y humedad logran infiltrarse en las narices de todo aquel individuo que se adentra a visitar edificios que susurran secretos no tan secretos a oídos sordos y abundantes sumas de dinero, entre otros aspectos que no eran novedad alguna en una ciudad enfrascada en corrupción y manipulación de masas; donde una silueta se movía con tranquilidad en dirección de su objetivo por tratar en aquella noche.

No había necesidad de pedir una autorización por parte del burdel, puesto que su imponente presencia a pesar de la baja estatura en la que un hombre podía definirse, era suficientemente creíble para hacer recordar a todo tipo de persona la clase de individuo que frecuentaba el edificio; bastaba simplemente en ignorar la impecable vestimenta que portaba y en la escalofriante mirada que dirigía a cualquier objeto que se le presentase de frente, abriendo paso a que siguiese su camino sin ninguna interrupción.

El hombre se dirigió rumbo a la última habitación del pasillo, ignorando los sutiles pero evidentes sonidos provenientes de las habitaciones los cuales no le generaban sorpresa ni hastío; las personas que frecuentaban visitar esos tipos de lugares sabían a lo que venían por lo que para él, los santos no eran bienvenidos en zonas a los que se acostumbraba a pisar tierra.

Un solo golpe fue suficiente para que la antigua puerta de madera fuese abierta, siendo recibido por una joven mujer que le invitó a entrar a la habitación.

No hubo intercambio de palabras, aquella noche hacía mucho frío y el té parecía estar listo en el viejo mesón a un lado de la ventana. El hombre se situó en la única silla disponible, sintiendo el rechinar de la vieja madera y el aroma a cera proveniente de las veladoras que iluminaban la habitación. Emitió un profundo suspiro; una de sus manos se adentró en uno de los bolsillos de su traje oscuro para después colocar una pieza de metal ensangrentada en la mesa, remanente habitual del trabajo al que se dedicaba no por el hecho de ser una diversión o una necesidad, sino porque la vida lo había dictado de esa manera.

—¿Conseguiste tela de franela?

—Claro. —respondió la mujer, dirigiéndose a uno de los cajones y regresar segundos después a la mesa. —¿Cuántos han sido esta noche? —preguntó ella con tranquilidad, observando la minuciosa y curiosa manera del hombre al limpiar la afilada arma, intrigada al pensar en la forma de cómo lograba cargar con el peso de incontables vidas en el bolsillo izquierdo de su chaqueta.

El hombre se limitó a responder ya que no era de muchas palabras y enfrentaba habitualmente la dificultad de llevar una adecuada conversación. Prefirió enfocarse en el delicado chorro de té que caía en la taza de porcelana china, y bebió. Si bien el té negro era de lo más costoso que podía conseguirse a pesar del riesgo de ser encontrados por la policía militar en una zona prohibida como la que habitaban, para él valía la pena dar la vida por ello.

—¿Cuántos pervertidos te han venido a buscar? —prefirió cambiar el tema de conversación, recargándose con firmeza en la pared tapizada de rojo.

—Veo que andas de muy buen humor hoy. —sonrió con cierta gracia la chica, alisándose el vestido de noche con sus pequeñas manos.

—El té necesita más agua. —indicó con pesar, dirigiendo una vacía mirada hacia el arma de metal que le respondía por medio de su lustre y filo, la victoriosa labor efectuada horas anteriores a las afueras de la última estación de la ciudad de Trost.

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