A/N: Los personajes son propiedad de Hajime Isayama.
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Los prados de Enna perdían vitalidad, al igual que las curiosas flores de narciso que habían adornado junto con la luminosidad del sol, el verde césped de los jardines tan conocidos de la región. Y no solamente Enna se veía afectada, si no el mundo terrenal por completo.
Una que otra ninfa susurraba al grupo de compañeras el ciclo que se avecinaba por llegar, del cual era momento de conseguir las semillas de todo fruto y flores existentes para resguardarlas en la calidez de sus aposentos, hasta que llegase el momento correcto de plantarlas en espera de su renacimiento.
El frío viento golpeaba con cierta violencia sus sedosas y largas cabelleras de satín, mientras caminaban con paciencia a un lugar donde no se verían afectadas por la melancolía y frialdad del resto del año, sin dejar de entonar unísonas una triste melodía que reflejaba añoranza por la riqueza de vivir rodeadas de color, alegría y vida como usualmente lo hacían.
En la cima del prado, una madre cierra sus ojos desconsolada ante el tener que sobrellevar la carga de la soledad por un ciclo más. Sólo serían unos cuantos meses lejos, pero para ella el tiempo lejos de ella era eterno. La mujer mira al cielo con cierto rencor, para después encontrarse a sí misma y caer en un estado de resignación. Finalmente, decide regresar a casa, dejándose envolver con la triste melodía que las ninfas emitían a lo lejos.
Para el mundo divino de los dioses, los pactos no pueden quebrantarse. No hay segundas oportunidades, pero sí esperanza.
Sin embargo, más allá de los cielos, la tierra y el mar, un suceso importante cambiaba el curso de la historia del Inframundo. No fue necesario la intervención de los otros seres divinos como invitados, ni una fiesta ostentosa con extravagantes riquezas como las celebraciones que los otros dioses creaban en sus territorios. El Inframundo se caracterizaba por ser una solitaria región, un lugar inhóspito, terrible y desconocido para la mayoría de los seres humanos y en el caso de los dioses, un lugar respetable pero lo suficientemente aburrido como lo era el dueño de aquella tierra.
Bastó simplemente una modesta ceremonia con dos testigos; un intercambio de copas del mejor vino en señal de pacto del enlace y una vez que el dios del Inframundo colocó con precisión la corona diseñada de diversas joyas en la cabeza de la tan esperada novia, hizo una reverencia ante ella en señal de respeto.
—Ahora, el Inframundo también te pertenece a ti. —dijo el dueño de la potestad de los muertos al colocar el anillo en su dedo anular.
La nueva reina fue presentada con orgullo por toda la región, muertos y atormentados le veneraban ante la foránea belleza y resplandecencia que reflejaba. Algunas almas intentaron escapar con el simple deseo de tocar aunque fuese sólo una hebra de su vestido, para terminar de vuelta al vacío del Hades sin escapatoria.
Una vez que el rey y su compañera regresaron a los aposentos del palacio, los títulos que representaban sus deidades ya no eran necesarios. Sólo eran él y ella—Levi y Petra. Cuando sus labios se sellaron en un largo beso y las ostentosas vestimentas dejaron de ser necesarias, el rey descubrió que el cabello de su compañera se había tornado de un rojizo con destellos del rubio que la caracterizaba. Y fue ahí cuando supo que ella estaba destinada a ser reina.
Aquella noche fue la más larga que el Inframundo tuvo desde el inicio de la historia, desde que los dioses establecieron las leyes que rigen la vida para el destino de los vivos y muertos.
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Ser la reina de la Oscuridad era una responsabilidad que iba más allá de tener un rostro bonito y caminar junto al señor de las profundidades de la oscuridad. El rey le había concedido la potestad completa en cuanto a la vegetación que si bien era escasa y lúgubre ante la falta de luz, con un ritual aprendido en su otra vida en la Tierra gracias a su madre Carla, fue más que suficiente para ver florecer nuevas especies de árboles que podían permanecer ante el clima frío de la región.
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Universos
RomanceRecopilación de escritos Levi/Petra, distintos universos, mismo fin. (COMPLETO)