Repercusiones

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A/N: Mi ausencia es terrible, pero al menos encontré una tarde libre para escribir. Aún cuando disfruto esta serie, debo confesar que el hype no es como antes más estoy interesada en saber cómo termina todo.

¿Cuántos escritos Rivetra seguiré escribiendo? Ni yo misma lo sé, pero espero que disfruten este capítulo también.

Los personajes son propiedad de la serie Shingeki no Kyojin, y del mangaka Isayama Hajime.

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—¿Te consideras culpable o inocente?

Testigos mantenían su mirada expectante ante la culminación de la escena del crimen, la fase final del más ansiado momento esperado en sala. Era el día más importante en su vida, si vencía y todo terminaba tal y como lo había planeado, sería considerado como la leyenda más increíble en la historia de los crímenes en la región de Sina, Rose y María.

El hombre de mirada fría calculó sus pisadas hasta encontrarse frente a frente con aquel ser que había perseguido en sus pesadillas desde su niñez, sin encontrar éxito alguno hasta que una fría mañana de Diciembre, sus planes cobraron vida hasta ser culminados.

—¿Tienes algo que decir? —El juez portaba su traje más pulcro de lo normal, su calzado brillaba ante el reflejo de las lámparas, su cabellera oscura permanecía en orden, las profundas ojeras y la pálida tez de su piel daba una impresión terrífica, un simple parpadeo proveniente de sus ojos azules era más que suficiente para evitar cruzar una mirada con él.

Sólo se escuchó un susurro proveniente de alguna mujer presente y la sala quedó en silencio.

No había marcha atrás, era ahora o nunca y lo único que deseaba era escuchar el veredicto final.

El acusado le dirigió una mirada estupefacta y después se echó reír. Era repugnante, ver sus amarillos dientes y saliva salir de su boca, de pronto sintióse con náuseas y con un ansioso deseo de escapar, más aquellas manos de aquel asesino que había quitado la vida de su madre ante sus ojos le acusaban enfrente de la multitud.

—¿Decir? Si yo al menos ya estoy muerto, tú eres el que vives con este crimen.

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Era muy tarde en la noche, llovía a torrenciales y no dejaba de correr.

¿De qué servía el ser el mejor en su generación, el más fuerte y temido en sus hazañas si las piernas apenas le respondían?

¿Qué remedio existía ya si sus manos se encontraban sucias de la misma sangre que despreció por toda su vida?

No entendía la razón por la cual se digirió a aquel pequeño departamento o si alguna vez llegó a formar parte de él, pero conocía la dirección y el camino hasta llegar frente a la pequeña puerta de madera.

Ante la desesperación, un golpe con violencia fue suficiente para que la puerta fuese abierta por una pequeña figura, que lo miraba con sorpresa ante la inesperada imagen.

—Petra...yo, yo...

Su visión se nubló, sus rodillas le fallaron y a lo lejos alcanzó a escuchar la voz de la joven que le llamaba con preocupación.

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Al abrir sus ojos, se encontró con el limpio aroma de las sábanas en las que estaba envuelto, el atrayente aroma de un humeante té que yacía en el buró a un costado de la cama y en la maternal mirada de aquella bonita mujer.

—Gracias al cielo, han pasado tres días. —sonrió con alivio la joven, su cabello notábase un poco desarreglado, había ojeras debajo de sus ojos y parecía vestir la misma vestimenta de aquella noche —has tenido mucha fiebre, Erwin y Hanji han estado muy preocupados por ti. ¿Quieres que les llame?

—Yo... —la cabeza aún le daba vueltas, lo menos que deseaba era tener que dar explicaciones; no al menos en ese momento, no cuando había tanto de qué conversar, tanto daño por reparar.

—Disculpa...mejor te dejo descansar. —admitió un tanto apenada, y se dispuso a retirarse de la habitación.

—No. —Tuvo el valor y la fuerza suficiente para tomarla de la mano y cruzar su mirada nuevamente.

La miró por un largo rato, sin cansarse de mirarla, recordarla tal y cual la conoció años atrás, tan tierna, tan linda y franca, honesta y testaruda, hasta el día que sus propios demonios internos lograron apartarla de la forma más cruel, ella no lo merecía; pero él tampoco podía vivir así.

—Petra, yo...soy un asesino.

—Lo sé. Es por ello que terminaste conmigo. —Existía un remanente agridulce en sus palabras, recuerdos nostálgicos mezclados con tristeza y decepción, ella era tan joven y con una vida por delante, ¿Cómo iba a sobrellevar el estigma de vivir con un asesino? —Pero lo entendí.

—Debes saber que no me arrepiento de lo que hice. —confesó el hombre delante de ella —Y cuando juré despreciarte no estaba en mis sentidos, quizá siempre estaré mal de la cabeza. —rió con dolor en su pecho, y su voz se quebró. —Más ya no puedo seguir así.

Unos delicados brazos le rodearon, y no pudo evitar contenerse ante las palabras susurradas a su oído. La besó con añoranza, con hambre y brusquedad hasta cansarse, le dijo que estaba igual de hermosa como en los viejos tiempos y sollozos inundaron la habitación.

—Descansa Levi, todo se va arreglar. — Petra colocó un paño fresco en la frente del hombre, le dirigió una tierna sonrisa tan característica de ella, para después retirarse y preparar un poco más de té y comida.

Aún existía tiempo suficiente para conversar.

Y él, cerrando sus ojos casi  le creyó a sus palabras.

Había un precio que pagar, pero por esta ocasión haría las cosas bien.

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—¿Y quién es ella? —preguntó Levi una tarde mientras caminaban a través de las calles conurbadas de Sina; tanto él como Hanji y Erwin se preparaban para encontrarse con otro grupo de compañeros en el bar local al que habitualmente asistían.

—¿Eh? ¿De quién hablas? —preguntó Hanji distraída, quien no dejaba de reírse ante un comentario de su compañero de cabellos rubios.

—Ella...la cabeza de zanahoria, la que conversa con Mike.—insistió con torpeza Levi, quien no perdía de vista a aquella muchacha de pequeña estatura y bonito vestido. ¿Cuándo fue la última vez que mostró interés hacia una chica o incluso si alguna vez la tuvo?

—Ah, es Petra. —respondió Erwin extrañado ante el comentario, más de pronto una idea se le cruzó por su mente —¿No la recuerdas?

—No.

—No digas tonterías Levi, si tu terminaste con ella. —Hanji intentó entablar una conversación ante el incómodo comentario.

—¿De qué hablan? —Algo definitivamente andaba mal y no pudo evitar sentirse frustrado ante la incertidumbre de sus compañeros. —Y porque mierdas no dejan de mirarse ustedes dos.

—Levi, creo que hay algo que debes saber.

Esa tarde, la culpa de su crimen le acusó sin cesar hasta que un día no pudo más y tuvo que enfrentarse a la realidad de sus repercusiones.

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