A/N: Un poco de Levi y Petra en canon-verse saliendo a escondidas, un poco de su extraña manera de vivir.
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Se miró una vez más en el espejo, y no encontró más que su mismo reflejo habitual. La pálida tez de su rostro, las líneas de expresión en ojos que lo habían vivido todo y el frío azul de sus pupilas.
Su cabello oscuro estaba recién cortado en aquel flequillo que se había acostumbrado a usar, portaba su vestimenta oscura en aquel traje que Erwin le había conseguido a un económico precio y a pesar de que no contaba con un variado guardaropa —Con el uniforme militar y los limpios interiores bastaban para sobrevivir; aquel traje permanecía impecable y sin manchas de una mala lavada.
Y el hombre emitió un largo suspiro.
Él no era bueno en este tipo de situaciones, además siempre había tenido mala suerte con las mujeres. Aún así contaba con seguidores a su alrededor, siempre atentos a sus palabras y un poco después horrorizados por su crudo y vulgar vocabulario. Por lo que optaba en mantener conversaciones con unos cuantos, aquellos que lograban aceptarlo por lo que él era en sí, más allá de ser el soldado más fuerte de la historia aunque si era honesto, la chica Ackerman era casi igual de sorprendente como él. Sólo que más defensiva y ruidosa en todo lo que girase alrededor del tal Eren Jaeger.
Ahora se encontraba listo para partir y con su firme manera de caminar salió del cuartel.
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Con paso apresurado, la joven caminaba entre los pasillos del centro de la ciudad de Trost. Intentaba pasar desapercibida ante el volumen de los ciudadanos que se aglomeraban en las calles y tiendas de la ciudad, más tenía la sensación de ser observada. No seas tonta, Oluo se fue a su pueblo a visitar a sus hermanos.
Su lugar favorito para encontrarse era en la penúltima calle del centro de Trost. Para llegar, debía caminar alrededor de quince minutos hasta llegar a la cúspide de una pequeña colina, misma que al llegar se podía observar gracias a la vista, la primera muralla que dividía la población y el territorio prohibido, donde solo los de almas arriesgadas y valientes eran capaces de entrometerse en la zona de los gigantes.
Al acercarse al punto de llegada, dirigió una mirada a su alrededor. Quieto y solitario como siempre, por lo que sonrió y abrió la puerta del local.
Él ya la estaba esperando.
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—Has llegado. —Fue su manera de saludarla, mirándola de reojo mientras observaba con interés una escoba de madera.
—¡Disculpe usted, surgió un contratiempo! —respondió la joven con cierta agitación, en lo que mantenía su compostura sus ojos se dirigieron de igual forma al artículo de limpieza —Parece de buena calidad la madera.
—Si es que el idiota de Bossard no vuelve a quebrarla como la última vez.
—No se preocupe, yo me encargo de eso. —la chica emitió una pequeña sonrisa —Inclusive Eren ha mejorado en su manera de limpiar los establos.
—Hm. —musitó el hombre de cabellos oscuros con desinterés, lo último que quería pensar en aquel momento era cualquier nombre o cosa relacionada a los soldados que tenía que lidiar a diario, el simple hecho de tener que revisar el papeleo y escuchar las letanías de Hanji le generaba una punzada en las sienes. —Vámonos de aquí.
Ambos salieron del antiguo local de artículos de limpieza.
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Solamente se enfocó a caminar a sus espaldas, lo conocía suficientemente bien para saber en qué momentos eran necesario entablar una conversación. Muy probablemente estaba loca de la cabeza, y quizá su padre le hubiese aconsejado que se fijase en alguien que le ofreciese estabilidad, más sin embargo sus ojos se deslumbraron por aquel valiente hombre; el sueño de toda jovencita de su edad.
Aquel sueño infantil se desmoronó en la segunda impresión, más su corazón y mente le traicionaron. Un hombre destrozado, que lo había perdido todo, que tuvo que sobrevivir solo ante la adversidad, para poder entrenar a personas destrozadas como él, pero dispuestas a pelear por la humanidad; un hombre de frío carácter, antisocial, de patrones cuestionables, de obsesiones casi enfermizas; un hombre que había salvado a muchos y que inclusive era perseguido por su dudoso pasado; se resumía en él. Y él era lo que ella exactamente quería.
—¿Quiere ir por una taza de té al local que está a la vuelta? —ajustó sus pasos hasta sincronizarse con los de él, para estar a su lado y se animó a preguntarle.
—Esto no es una cita, Petra. —dijo fríamente el hombre aparentando desinterés.
—¿No? Entonces creo que invertí mucho tiempo en arreglarme.
—No seas tonta, tú...estás linda.
Supo que había cometido un error al hablar de más, ya que sus ojos la miraron y ella sonreía de aquella forma que se le asemejaba al sol.
—Es decir...tú estás bien. Siempre bien. Ella llevaba un sencillo vestido azul y zapatos blancos, no era que nunca la hubiese visto en vestimenta civil, él no tenía interés en dirigir una segunda mirada a lo que los demás vestían; pero algo existía en ella que ese día se veía preciosa.
—Gracias. —Acomodó uno de sus mechones anaranjados detrás de su oreja derecha, ya que él no dejaba de mirarla con intensidad. —Usted tampoco se ve mal.
Ah, eran los aretes. Qué bonita la hacían verse.
La forma en como ella se dirigía con respeto le hacían recordar lo prohibido que era la situación, la considerable diferencia de edad y la incertidumbre del futuro que les acechaba. Pero la muerte podía esperar al menos en aquel momento en que la tomaba de las mejillas y la besaba como un exilir prohibido, poder respirar por un instante y sentirse vivo con la poca humanidad que quedaba en su alma.
Y ella lo abrazó cuando se sintió satisfecho de su hazaña, a las afueras de la ciudad de Trost, en aquella solitaria calle donde nadie podía juzgarlos por lo que habían decidido juntos. Sintió reconfortar su corazón que latía con la misma intensidad y emoción, y besó su frente con cariño.
Ambos permanecieron abrazados el uno al otro por un tiempo, hasta que el hombre de mirada fría se separó de ella y la tomó de la mano con brusquedad.
Petra sonrió a sí misma, ya que minutos después se encontraban frente al establecimiento de té y bizcochos, y su mano era guiada en la mesa más recóndita del establecimiento, para después ver como un mesero de avanzada edad y gentil mirada les ofrecía la carta del menú.
—Té negro. Y para ella, lo que quiera. —respondió el Capitán con seca voz, y una vez que el señor se despidió para atender la solicitud, preguntó con cierta desconfianza. —¿Qué te tiene tan sonriente?
—Nada. —dijo la joven soldado con un brillo especial en sus ojos, con la situación que se enfrentaban diariamente en su labor, había escasos momentos como los que estaban viviendo en ese preciso instante, más para ella, eso era más que suficiente. Se suponía que esto no era una cita. Pensaba con animosidad al ver como los dedos del Capitán buscaban los suyos para entrelazarlos, afirmándose una vez más que lo seguiría hasta el final en cualquier manera posible.
No, definitivamente no era una cita.
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Universos
RomanceRecopilación de escritos Levi/Petra, distintos universos, mismo fin. (COMPLETO)