Dos mundos, mismo tiempo

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Día y noche, la ciudad subterránea que se escondía debajo de las murallas era la misma. Nada cambiaba, la pobreza era presente en las viejas casas de los habitantes, la sensación de ser observado a través de las calles y sucios pasillos del territorio que muchos consideraban como maldito era presente en cualquier hora del día e incluso en la quietud de la noche; los hurtos y la violencia eran el máximo instinto de supervivencia por lo que cualquier niño perdía su inocencia desde muy temprana edad.

No existía la libertad en aquel inhóspito lugar, pero tampoco pareciese que los mismos habitantes deseasen ser libres. Cien años después desde los primeros registros de la fundación del mundo subterráneo, nada había cambiado. La corrupción, el engaño y el desprecio por los desamparados continuaba intacto en aquella región.

En el más temido suburbio de la ciudad subterránea, se resguardaba un grupo de muchachos que eran destacados por su destreza al hurto y capacidad de escondite. Uno de ellos, nombre cual evitaban mencionar, era considerado como el líder del grupo; voces a lo lejos de los más recónditos grupos de la mafia que rodeaba la ciudad pagaban fuertes sumas de dinero a cambio de conseguir su cabeza en balde, sin embargo siempre fallaban, a tal punto de que su identidad se había convertido en una leyenda.

O en una sensacional celebridad—como diría Farlan en una fría noche de diciembre, en la pequeña mesa de madera,acompañados por un trozo de queso fresco y una botella de vino robada de una tienda local horas anteriores.

—No digas estupideces. —replicó el hombre de cabellos oscuros a una esquina de la sala, mientras afilaba con una pieza de metal el filo de su navaja.

—Al menos no se han dado cuenta del equipo militar que hurtamos en aquella ocasión.

—Algunos soldados se encuentran merodeando la zona, así que deja de parlanchinear por un momento.

—Lo que tu digas. —dijo Farlan con su habitual calidez de sobrellevar las situaciones. —¿Dónde está Isabel por cierto?

Como acto de presencia, una joven de coletas despeinadas color rojizo y brillantes ojos verdes apareció en la habitación, se sentó en una de las rechinantes sillas con poca gracia, y cogiendo un cuchillo de mesa, probó una pieza del queso que permanecía en el plato de barata porcelana.

—No sabe tan mal. —dijo Isabel con languidez —estuve cerca de conseguir un poco de pastel de manzana de aquella casa pero me iban a pillar los condenados.

—Para la próxima deja de perder el tiempo y solo haz lo que tengas que hacer.

—Oye, a ti nadie te preguntó Farlan. —refutó la chica cruzándose de brazos con fastidio —Aniki...¿A dónde vas?—preguntó la chica extrañada al ver la imagen de su hermano mayor levantarse de su asiento, dirigirse a uno de los cajones de la sala y tomar un objeto que no alcanzó a reconocer, para después esconderlo en su bolsillo.

—Por ahí.—respondió el hombre de cabellos oscuros al abrir la puerta de la casa y observar con desinterés los alrededores.

—Déjalo, seguro va a visitar a su novia.—dijo Farlan con cierta sorna en su rostro, ocasionando que su comentario alarmase con asombro las finas cejas rojizas de Isabel.

—¿Tienes una novia y por qué no nos habías hablado de ella?—corrió hacia la puerta con velocidad, más sin embargo al llegar, no había rastro de él. Una sensación de frustración invadió su ser ante la impotencia de poder entender el complicado temperamento de aquel hombre. —¡Siempre lo hace, Farlan dile algo!

Farlan suspiró como siempre lo hacía cuando se presentaban ese tipo de situaciones. Es un hombre sin remedio, pensó. Porque no existía poder humano para entender lo que pasaba dentro de la mente de aquel hombre de fría mirada e inexpresivo rostro, su vida entera era un misterio. Y aún así le respetaba, le estimaba; por que todo lo que habían aprendido a sobrellevar juntos en un entorno tan complejo y violento como la ciudad subterránea, se lo debía gracias a él.

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