Secretos Descubiertos

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-¡Arriba! ¡Arriba, señorita! ¡Ya estamos llegando!

El frío cristal de la ventana en el que me reflejaba me devolvía una nada alentadora visión de mí misma.

-Señorita, abróchese el cinturón. Vamos a aterrizar.- Me quité los auriculares de mi IPod. Esa voz áspera y propia de una vieja me daba ganas de tirarla por la puerta de emergencias.

-Claro.- Le respondí a la azafata con una clara sonrisa fingida.

Había sido insoportable durante todo el viaje. No me dejó dormirme hasta que pasara con el carrito para la comida, y cuando lo hiso y me pude dormir, me desperté cada dos por tres gracias a sus pisoteadas sobre mi pie. Así que podrán entenderme cuando le dirigí esa mirada furibunda y cargada de odio a aquella vieja (le diría señora mayor, pero poco fue el respeto que me tuvo).

Una nueva vida en un nuevo lugar. Esto no podía ir de mal en peor. Podía ser una niña buena, en serio, no era necesario que me echaran de casa. El avión aterrizó, busqué mis valijas, que no eran muchas, y me dirigí a la estación de taxis. Había uno que tenía mi nombre escrito en letra negra en un papel blanco en el parabrisas delantero. Estaba un poco desilusionada con los actos de mi papá. Hacía un par de semanas había descubierto un secreto que prefería mantenerlo en secreto. En realidad me lo había dicho mi papá, pero era casi lo mismo, lo sabía y punto.

El taxi me llevó a una casa mucho más lujosa de lo que me había imaginado. Mi papá dijo que era la casa de su tía, ahora muerta, y que yo la había heredado. Me contó que solo iba a ahí en las reuniones familiares, cuando festejaban cosas, y que no me hiciera emociones porque no era gran cosa. Pero si esa casa no era gran cosa, no sabía lo que sí.

Me pasé todo el recorrido mirando por la ventana el pueblo hasta que cada vez hubo menos y menos casas. Poco a poco el paisaje de ciudad se fue transformando en kilómetros y kilómetros de pasto verde y reluciente. ¿Dónde quedaba aquella casa? ¿En el medio de la nada? Esperaba que no. Cuando llegué, no pude sino abrir la boca. De prontome olvidé de que había dejado a mis amigas en California, al otro lado del hemisferio y que había abandonado todo. Esa casa lo valía.

Antes de poder cargar las valijas que acababan de ser descargadas una chica salió de la casa y me abrazó.

-Bienvenida a Windcalls.- Dijo con una gran sonrisa.

Era alta, morocha y de ojos celestes. Sentía que esa chica no era normal, debía tener unos treinta años, flaquita y muy simpática, siempre sonreía.

-¿Tiene nombre?- Pregunté, aunque mucho no me importaba. Estaba demasiado ocupada admirando aquella casa.

-Las casas viejas por lo general lo tienen.- La chica era muy carismática y me cayó bien de entrada.- Me llamo Michaela.- Dijo extendiendo una mano, yo la tomé y sonreí.- Y vos debes ser Cecily Casley. Un placer. Espero que la casa sea de tu agrado, mejor que empieces a recorrerla, porque te vas a perder muy seguido por esos pasillos.

Me quedé observando la casa.Ésta tenía millones de ventanas gigantes donde se reflejaba el sol y por lo menos dos o tres pisos. También un camino de entrada de grava que luego se abría en dos y más adelante se juntaban para formar un círculo. En el medio había un arbusto lleno de diferentes tipos de rosas, y sólo de rosas. La entrada debía de tener tres metros de alto y era de un beige que resplandecía con el sol. Tenían vidrios del mismo tamaño que eran bordeados por la madera marrón lijada y barnizada de las puertas. Por todas partes crecía el pasto verde y alrededor del camino de grava había piedras grandes que marcaban el camino y lo hacían más prolijo. La entrada también me sorprendió por su hermosura y buen gusto. El piso era de mármol beige clarito con un sillón blanco a un costado que era enorme y ocupaba casi todo el living y la parte que quedaba libre era un pasillo que iba directo a una gran escalera que llevaba a... bueno, ya lo sabría. El sillón estaba alrededor de una mesa marrón oscuro con un vidrio en el medio. Una puerta a la izquierda, después de pasar por un pasillo que estaba a un metro de la entrada, daba a un comedor que también era enorme y lo único que tenía era una mesa para alrededor de veinte personas con sillas altas tapizadas con una tela roja que era parecida al terciopelo con rombos de color marrón y alguna que otra mesita adornada con una lámpara al lado de un sillón. La cocina estaba un poco más alejada de la casa y sólo tenía puerta que daba al interior, la otra salía a un patio que no estaba tan cuidado como los demás y tenía dos contenedores gigantes para la basura. Estaba hecha en "L" y en el medio había una islita con un par de sillitas altas sin respaldo de metal. Las puertas de la cocina eran parecidas a las de los restaurantes o barcos con las dos ventanitas circulares en cada una de las puertas vaivén. Volví a la entrada donde había una escalera que me hizo recordar a la de la película La bella y La bestia con una alfombra roja de terciopelo desde que empezaba hasta el último escalón. En las barandas, al principio, había dos estatuas muy bien talladas. En el segundo piso estaba la biblioteca (que tenía más libros que la biblioteca pública que conocí de chica) que tenía los libros en montones de estantes en las paredes de alrededor cuatro metros (había una escalera corrediza y a la mitad de los estantes había un entrepiso) y una mesa gigante en el centro de la habitación. En el mismo piso también había un baño con una pequeña ducha, un balcón bastante grande como para que entren una mesita y dos sillas a juago de metal, pintadas de blancas. Y una puerta en el medio del pasillo. Di una paso y extendí la mano para abrirla, pero una voz llamó mi atención.

-Yo que vos no entraría ahí.-

Peleas Por SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora