Capitulo 9: Los amigos de Cas

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El tiempo pasó, y no habían avanzado nada. En este momento, ellos decidieron tomarse un descanso de todo ese maldito caso. Dean había estado la mayor parte del tiempo con Castiel, hablaba mucho con él, y salían a algunos lugares. Lástima que pasó un mal rato cuando una chica le preguntó si era su hijo y él se trató de darle una explicación coherente. Pero, lejos de ese, pasaba buenos ratos con el moreno. El niño parecía a gusto con Dean, y eran esas cosas las que provocaban las punzadas de celos en Gabriel. Le molestaba ver a su hermano tan unido al rubio.

—Gabriel, ya deja de ser tan celoso—pidió Sam, suspirando.

—El rubio idiota no merece a Castiel ni como un... amigo—escupió las palabras, como si fueran lo más difícil de decir.

—No entiendo: ¿Por qué odias tanto que Castiel esté con Dean?—se atrevió a preguntar Sam.

—Sam, no sé si lo habías notado, pero tu hermano y Cas no habían estado de las mil maravillas—respondió—. Mi hermano estuvo conmigo, y dijo que Dean había estado siendo cortante y estaba distante con él. Eso me molestó, porque el rubio siempre le habla como si fuera tonto con muchas cosas... Como la vez vio porno por accidente. No fue su culpa no saber.

—Sé que Dean no es la sutileza en persona, pero es increíblemente bueno, y no lo digo porque es mi hermano. Tú lo sabes.

—Sammy...

—Dale una oportunidad para demostrar que, cuando quiere, puede ser genial con las personas.

Gabriel suspiró y se dejó caer en el sofá. Casi con pesadez, apareció una barra de chocolate y comenzó a comer con tranquilidad. Sam sacudió levemente la cabeza y volvió a poner los ojos en la televisión. Minutos después, el Truquero dejó caer la cabeza en el regazo de Sam, y ahí se quedó.

Castiel había ido con Dean de compras. Tenían que comprar cosas para el almuerzo, y Dean no quería que fuera Gabriel quien les diera de comer. A ver si llegaba a poner laxantes o algo así en su comida. Para el rubio, era capaz de hacerlo. Y estaba casi seguro de que Sam se lo dejaría pasar.

—Creo que exagero un poco—pensó.

Castiel miró a Dean y notó que tenía la mirada perdida. Pero no le dijo nada. Simplemente, esperó a que se pusiera bien. Mientras lo hacía, fue a vagar por los pasillos para distraerse. No podía olvidar que antes de irse, su hermano había mirado de un modo extraño a Dean. Eso le molestó, porque recordaba que el rubio le había dicho que él y Gabriel no tenían un nexo, como le explicó él. Ni siquiera podían hablarse diez segundos seguidos sin insultarse. Las veces que los veía discutir, no había momento en el que se preguntase por qué no podían llevarse bien. O al menos fingir que se soportaban. Pero ni eso era posible.

— ¿Castiel?—preguntó una voz femenina a su espalda.

— ¿Eh?—al voltear, vio a una mujer rubia—. Oh, hola, señorita Susan.

La mujer sonrió de oreja a oreja y se acerco para pellizcarle las mejillas.

— ¡Siempre eres un encanto, pequeño!

—Gracias, señorita—dijo con algo de dificultad, debido a que la mujer lo dejó después de un minuto.

—Mis hijos, Sebastian e Ignacio, están conmigo. ¿Te gustarías saludarlos?

— ¡Claro! Hace tiempo no los veo.

Cuando dijo eso, los gemelos aparecieron con dos paquetes de galletas. Los dejaron en el carro y, luego vieron a Castiel. Sonrieron ampliamente y se acercaron para saludarlo. Los niños se pusieron a hablar de cosas triviales. Sebastian e Ignacio le contaban cosas de la escuela y otras actividades que hacían ellos. Le hablaron de su hermano mayor y un poco de su padre, que no conocieron mucho, debido a que se fue cuando ellos eran pequeños (de edad real).

El amor de un hermanoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora